Por Bernardo Salduna (*)
En la llamada “Semana de Mayo”, proliferan los actos recordatorios del magno evento: desde el tradicional Tedeum al desfile militar, pasando por los clásicos escolares del Cabildo, los uniformes y galeras.
Y hasta los chicos con el rostro teñido de carbón (los verdaderos afroamericanos, al decir de Borges entre “fiestas de tambores y siestas largas”, han ido desapareciendo).
Sin embargo hay que recordar que después del 25 de Mayo de 1810, y el 9 de Julio de julio de 1816 (o el 29 de junio de 1815 para los artiguistas) nos independizamos de España.
Pero no nació, por generación espontánea, la República Argentina.
Se desató en el Río de la Plata una lucha por ver quien se quedaba con el poder vacante de la Corona española.
Los “unitarios”, en líneas generales querían simplemente reemplazar el viejo sistema colonial del Virreinato: el antiguo Virrey ahora convertido en Director o Presidente.
Los llamados “federales”, en realidad, más bien caudillos feudales, adueñados de un pedazo de territorio donde imponían su ley.
Se peleaban entre ellos o con los dueños del puerto y la Aduana de Buenos Aires, que, como bajo el dominio de España, sea con “unitarios” o seudo “federales” como el dictador Juan Manuel de Rosas seguían manteniendo el monopolio del comercio exterior y cobrando jugosas rentas por entrada y salida de mercaderías.
Cada territorio, un mundo, con sus leyes propias, ejércitos particulares, que peleaban guerras interminables uno con otro, aduanas interiores, moneda falsa local.
En casi todas, una economía artesanal de mera subsistencia, ganadería primitiva, muy poco de agricultura, casi nada de industria.
Una población de mas o menos un millón de habitantes, analfabetos en su mayor parte, con enormes tasas de mortalidad por pestes y epidemias.
La mayor parte de provincia de Buenos Aires, la Patagonia y gran porción del Norte, habitaban los “pueblos originarios”.
Tal situación de anarquía y desorganización, pese a esfuerzos aislados, se mantuvo desde 1810 más o menos cuarenta años.
Hasta que un lúcido caudillo- gobernador de Entre Ríos don Justo José de Urquiza, emitió su célebre “Pronunciamiento” de 1851 y se puso al frente de una coalición de provincias del Litoral, y alianza con Brasil y Paraguay.
Formando un poderoso ejército que batió en Caseros-3 de febrero 1852- al dictador Juan Manuel de Rosas, y abrió el proceso de la formación del Estado Nacional argentino.
El 24 de Mayo de 1853 el nombrado Director Provisorio de la Confederación, decretaba:
“Art. 1° Téngase por Ley Fundamental en todo el territorio de la Confederación Argentina la Constitución Federal sancionada por el Congreso Constituyente el día primero de mayo de 1853 en la ciudad de Santa Fe.
Art. 2° Imprímase y circúlese a los gobierno de Provincia para que sea promulgada y jurada auténticamente en comicios públicos.
Dado en San José de Flores a 25 de Mayo de 1853. Justo José de Urquiza”.
Dice la historiadora Beatriz Bosch:
“Si algún genitivo cabe acompañar al instrumento jurídico sancionado es sin duda el suyo “Constitución de Urquiza”.
Por el esencial papel jugado en su génesis, por ser el verdadero adalid supremo de la vigencia incólume de sus principios” (Bosch Beatriz “Urquiza y su Tiempo”, B.Aires Eudeba, 1971, p.313).
El 25 de Mayo de 1853 es la legítima continuación histórica del 25 de Mayo de 1810.
Si el segundo marca el comienzo de nuestra emancipación, el otro consagra el día en que la Nación Argentina, comenzó a gozar de existencia real.
Y, en no menos de cincuenta años convertirse en la sexta economía del mundo.
No en balde Juan Bautista Alberdi atribuyó a Urquiza la “gloria de Washington” el padre de la patria norteamericana.
Se han cumplido 170 años, del magno hecho histórico de singular importancia nacional.
Sin embargo, es lamentable constatar que haya pasado casi desapercibido.
Sobre todo para los del “pago chico” siendo, en el caso su protagonista principal un entrerriano.
Ni en el acto oficial central que se llevó a cabo precisamente en el Histórico Colegio fundado por Urquiza, (el gobernador no asistió), se hizo mayor referencia al suceso.
Tanto para hombres y mujeres del Derecho de Entre Ríos, sea desde la cúpula del Poder Judicial, como las entidades que nuclean abogados y Procuradores, e incluso el prestigioso Instituto que lleva el nombre del autor de las “Bases”, han caído en un injusto e inexplicable olvido.
(*) Especial para ANALISIS, exmiembro del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos