
Por Coni Cherep (*)
Para quienes ven a la política sólo desde las consecuencias cotidianas sobre sus vidas, el discurso de Javier Milei de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, no parece admitir reproches. Dueño de un relato que representa al cansancio moral de una gran mayoría silenciosa, el presidente avanza sobre un ajuste impiadoso y obliga a “la política” por la vía del acuerdo o de la beligerancia brutal.
Guste o no, ayer Javier Milei dio una señal de poder político. Por afuera de los manuales tradicionales, y haciendo uso, como casi nadie, del único poder real que lo sostiene: el respaldo popular.
Milei no eludió sus conocidas descalificaciones hacia la “casta”, aunque con tono morigerado, y aprovechó para marcar con nombres propios a quienes considera directos responsables del desaguisado de las cuentas públicas: El Kirchnerismo, los sindicatos y los movimientos sociales, a los que llama “organizaciones de izquierda”.
Por primera vez habló de objetivos y puso sobre la mesa sus prioridades: A Milei lo que le importa son las reservas, el control del gasto público y desde allí, bajar la inflación. Nada más. El resto, lo que la mayoría de los argentinos alguna vez pactamos como prioridades- Educación pública, salud, vivienda y trabajo- parecen estar atados exclusivamente a la suerte de esas coordenadas, y estarán a salvo sólo si esas cuentas están en orden.
El discurso fue de un sentido común doloroso. Repasó ejemplos de gastos que a la postre, nunca mejoraron la vida cotidiana de los argentinos ajenos a la política, y los tradujo en algo así como: “Miren todo lo que gastaron, y miren los resultados sociales de esta fiesta”. Los números de las cuentas públicas lo evidencian.
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Y en algo tiene razón. El país es un desastre desde cualquier lugar donde se lo quiera ver, y esta vez, no hay muchas excusas. Tras casi veinte años de “populismo progresista”, los resultados macros y micros de la economía, arrojan una herencia social dramática: más pobres que nunca, menos calidad educativa que nunca y encima, parece decir, con recursos infinitos que se perdieron en el camino.
¿Eso justifica su ajuste? No. Pero evidentemente le deja vía libre para hacerlo, mientras la sociedad lo habilita.
El presidente descarga sobre blancos fáciles y obvios: hubo quienes se enriquecieron demasiado durante estos años. Seguramente no son los únicos, pero contrastan más.
El abuso de discursos y recursos sobre causas nobles, que derivó en la conformación de estructuras estatales con uso casi exclusivo para la militancia partidaria, terminó en una preocupante ilegitimidad de esas causas, haciéndolas hilachas y volviéndolas simbólicas de la corrupción, antes que de la memoria y la igualdad. Como contrapartida, creció la simpatía por discursos e ideas autoritarias y negacionistas de derechos que, hasta hace poco tiempo, eran universales.
El sindicalismo, casi en su totalidad, erigido como poder fáctico y limitante de cualquiera de las reformas elementales que demanda cualquier país moderno, terminó convirtiéndose de manera casi unánime, en la representación del enemigo de cualquier emprendimiento productivo. Y los dirigentes sindicales, casi todos millonarios, en hombres y mujeres que sólo parecen trabajar para consolidar sus cajas, mientras los trabajadores que dicen representar, se hundieron en los límites de la pobreza.
La sistemática escena de paros, cortes de rutas, movilizaciones que modifican la vida cotidiana – especialmente de los porteños- y la verificada existencia de organizaciones sociales que viven desde hace décadas de la expansión de la pobreza, también horadaron el respeto por las causas fundaciones, en el resto del cuerpo social, y terminaron siendo símbolos de “los que viven de arriba, mientras los demás trabajamos”.
Eso está más vivo que nunca en la gran mayoría del consciente argentino, y Milei vino a fortalecerlo, desafiando a las propias instituciones de la democracia, anunciando que no le teme a la derrota ni al destierro final, pero que está dispuesto a dar la batalla que otros, Macri, por ejemplo, no se animaron a dar: a fondo.
Pero sobre eso, se anima a más: extiende un brazo a quienes aún no se rindieron a sus pies, y les propone un “acuerdo histórico”. Otro acuerdo refundacional, de los tantos que hizo la política argentina en los últimos 40 años, pero con condiciones temerarias.
Ayer propuso de nuevo la salida única: “Vengan, voten las leyes que necesito y firmen el nuevo pacto de mayo”, sintetizó, y les puso plazo y lugar: En Córdoba, donde nació su perro, y en Mayo, mes patrio si los hay, pero a sesenta días de distancia, con la libertad de seguir ajustando los números y liquidando los salarios y las jubilaciones a niveles inauditos, y obligando a las provincias a hacer lo mismo, si quieren volver a recibir los recursos que les permitían funcionar con relativa normalidad.
Acuerdo bajo una clara extorsión, sino la guerra. Porque Milei, en su primer discurso conceptual como presidente, dejó en claro que no piensa retroceder ni negociar ninguna de sus prioridades y advirtió, nos advirtió, que vienen meses muy duros, aún más duros que los que venimos transitando.
El presidente pisa sobre un terreno seguro: Hay una buena parte de la sociedad que está decidida a acompañarlo y tiene altas expectativas en los resultados de estas reformas. Se huele en la calle, y lo confirman todas las encuestas. Aunque al ciudadano medio, la vida se le puso inalcanzable, Milei los convenció de que “hay cielo, después de la muerte”. Pasa con las religiones, sin ir más lejos pasó con el peronismo en todas sus variantes, especialmente con el Kirchnerismo y es comprensible que también pase con la nueva política, después de tantos desengaños.
Hay una pregunta que, aunque cada uno supone poder responder de una manera u otra, no tiene respuesta única: ¿Hay un límite para ese respaldo? ¿Cuándo se acaba? Las plataformas de series y películas están llenas de documentales sobre experiencias de sectas populares durante el siglo XX y XXI, y todas, terminaron de la misma manera.
Lo cierto es que si por alguna extraña maniobra del destino, la indolente reforma estructural de la economía, termina derivando en algunos resultados positivos y con ellos, en un cambio de vientos, lo que muchos vemos como un proceso fugaz y delirante de la política argentina, puede convertirse en la piedra fundacional de una nueva era.
Para bien o mal, lo que sigue es de una enorme incertidumbre. Y requerirá, especialmente de la “vieja política”, reflejos que les permitan justificar su sobrevivencia futura.
Milei, aunque nos cueste creerlo, vino a modificar la cultura del poder en el país, con el protagonismo de sectores que siempre fueron poder en bambalinas, pero que ahora encontraron un intérprete popular y sin intermediarios con la sociedad.
(*) Coni Cherep es periodista de Santa Fe y esta columna de Opinión fue extraída de su portal conicherep.com