El lenguaje del Presidente

Por Iván Pesuto

No son materia de estas líneas los aciertos y desaciertos en materia económica, política y social del actual Presidente, que naturalmente son variados y diversos (como en cualquier gestión) y cuya valoración dependerá de la mirada más o menos libertaria, o más o menos socialista que cada uno libremente posea. Esos actos de gobierno van escribiendo la historia que va gestando cualquier período presidencial que transcurre; cada uno los evaluará como pueda y desee, desde el lugar o realidad donde se encuentre.

La idea sí es referirnos a una particular característica, la utilización del uso indiscriminado de los exabruptos verbales como forma de comunicación, lo que surge no solo del contenido literal de sus palabras como así también y especialmente por la lectura de su lenguaje analógico o no verbal, corporal y gestual o de micro expresiones.

La primera pregunta que surge es si dichos excesos son involuntarios o premeditados. En el primer caso, estaríamos en presencia de una ventilación (no querida) de sus emociones, como consecuencia de una personalidad a veces desenfrenada, quizá por la profundidad de sus convicciones y su ánimo de defender sus ideas.

Aunque peligroso, pareciera algo más inofensivo y tan común, en un país de fuertes pasiones como es la Argentina.

En un segundo supuesto, si fueran excesos programados, estaríamos ante la utilización de la violencia verbal como herramienta en la comunicación. En una versión tan creativa, original y única, que no logramos encontrarla -en esta magnitud- en el derrotero de los Jefes de Estado de los años pasados recientes, al menos en los períodos que se sucedieron desde el retorno de la democracia hasta el presente.

Y ese rasgo de su gestión, que parece ir creciendo y consolidándose con una impronta personalísima, seguramente será una de sus principales características distintivas, por la que el Pueblo Argentino lo recuerde en el futuro.

Días atrás Durán Barba sostenía, en un reportaje de Luis Novaresio, que estamos en presencia de un Presidente outsider. Y que en general, y en materia política en particular, hoy la comunicación es imagen, sentimientos, cosas exóticas, llamar la atención.

Pareciera que se está usando tener una actitud actoral, rompiendo los moldes anteriores, como una estrategia moderna de comunicación, especialmente para llegar a un determinado sector o grupo de votantes, que también han utilizado (ejemplificaba el politólogo) presidentes del estilo de Trump, Zelenski o Bolsonaro, por nombrar los más conocidos. Un poco la postura histriónica y teatrera, rompiendo en mil pedazos el (considerado aburrido) convencionalismo formal y estricto de la imagen presidencial tradicional, contracturada y de etiqueta, a la que estábamos acostumbrados en el pasado. Con la excepción de Carlos S. Menem -según el propio Milei, el mejor Presidente de la historia argentina- que en este punto fue un adelantado para su época. ¿Querrá emularlo? Con la justa diferenciación de que Menem, sin embargo, era políticamente muy correcto y cuidado en su lenguaje.

En nuestro caso en análisis: en cambio observamos a esta imagen caricaturesca del simpático león roquero y transgresor, que después se transforma en Terminator y que es capaz de atacar a sus (siempre cambiantes) adversarios con una aspereza y furia inusitadas.

Nuevas estrategias de comunicación, probadamente efectivas, que han dado resultados muy concretos (el mejor ejemplo es su triunfo electoral, inesperado para la mayoría).

El problema es lo que podría seguir, más allá de lo comunicacional. O justamente lo que se genera desde lo comunicacional.

En su artículo de opinión (“Vivimos tiempos complicados en el periodismo”) publicado en esta Revista, el reconocido periodista de investigación Hugo Alconada Mon refiere a “(...) la virulencia con que el libertario ataca a quienes no se ajustan a lo que quiere que se transmita. Milei, además, acaso todavía no calibre que hoy es mucho más que Milei. Acaso todavía no calibre el peso que tienen sus palabras y el rol ejemplificador que tienen sus palabras y acciones. Porque cuando un Presidente traza una línea, muchos se amoldan a esa línea. Y cuando un Presidente corre esa línea –sea para respetar más o menos a los periodistas-, muchos se amoldan también a esa nueva realidad.

Así, pues, si el Presidente agrede verbalmente a un o una periodista, lo defenestra y humilla, ¿cuál es la señal que transmite a sus colaboradores y al resto de la administración pública nacional, a las fuerzas de seguridad, a los integrantes del Poder Legislativo, a los gobernadores, intendentes, concejales y hasta el último servidor público del pueblo más recóndito de la Argentina? ¿Acaso todos no se sentirán legitimados, también, a defenestrar y humillar a quien ose preguntarle algo o publicar una línea incómoda? (...)”.

Desde la Conflictología (o Ciencia del Conflicto) se propone estudiar el origen y las causas de los conflictos, su evolución y comportamiento.
El triángulo de la violencia -que se ilustra en la imagen- es un concepto introducido (por el noruego Johan Galtung) para representar la dinámica de la generación de la violencia en los conflictos sociales.

Según este sociólogo la violencia es como un iceberg, de modo que la violencia visible es solo una pequeña parte del conflicto. Disminuir o suprimirla supone actuar ante todos los tipos de violencia, que serían tres:

La violencia directa, física y verbal, la cual es la más visible y se concreta con comportamientos y responde a actos de violencia.

La violencia estructural, que se centra en el conjunto de estructuras que no permiten la satisfacción de las necesidades y se manifiesta, precisamente, en la negación de las necesidades.

La violencia cultural, la cual crea un marco legitimador de la violencia y se concreta en actitudes.

Solo para tener en cuenta: nos referimos en este artículo a la parte visible de esa pirámide, casi llegando a la punta del iceberg.

Concluyendo: si la utilización del lenguaje de violencia es producto de impulsos emocionales, deberá trabajarlo cuanto antes, por el bien del país. Si es programado, estamos jugando con fuego.

El Presidente de la Nación, por su legitimidad de origen, es el máximo representante de todos los argentinos. Elegido democráticamente conforme a Nuestra Constitución Nacional. Ese carácter le otorga un rol ejemplificador.

Y una de sus principales tareas es, sin dudarlo, la pacificación nacional.

Finalmente, esto solo puede lograrse dando el (buen) ejemplo, empatizando con todos los sectores, con creatividad y desde un nuevo paradigma de no-violencia, diálogo y consensos, cerrando las viejas grietas, sin abrir nuevas.

Ya la Argentina no tiene tiempo de esperar.

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