Por Sergio Dellepiane (*)
En la Argentina de hoy se puede tener trabajo y ser pobre. ¿Cómo salimos de esta trampa? Cualquier estadística de desarrollo humano muestra que el mundo, en su conjunto, creció enormemente durante los últimos 50 años. Las estadísticas más relevantes a nivel global, reflejan que bajó la mortalidad infantil, subió la expectativa de vida y disminuyó la desnutrición; es decir, todas las variables socioeconómicas mejoraron de modo importante, aunque mucha gente se muestre disconforme con su propia realidad. Esta sensación de frustración se debe fundamentalmente a dos razones. Una de ellas es debido a las expectativas que mantiene entre lo que se posee y lo que comprueba que le falta y la otra, a la velocidad de la información que le provee de una multiplicidad de nuevos deseos que se le aparecen instantáneamente, sin solución de continuidad, y que, por su dinámica irresistible, le provocan una sensación de angustia, ausencia y orfandad, porque cada vez le “falta más” respecto a lo nuevo que aparece y apetece, aunque posea todo lo que precise para desarrollar una vida relativamente cómoda y placentera.
La frustración por no poseer, aquí y ahora, lo que el otro tiene, le pone un inconveniente manto de olvido a todo lo que sí tiene y que le permite vivir más y mejor, gracias al progreso que, en cuanto a variables fundamentales ya mencionadas, ha conseguido la humanidad toda durante el último tiempo.
Entre nosotros se da la paradoja de no ser un país pobre, que los hay; sino que, aunque nos cueste reconocerlo, somos un país empobrecido. La única salida real de este estado de situación es con crecimiento económico sostenido y continuado en el tiempo.
Ver la imagen del PBI argentino desde 1900 hasta el presente nos refleja lo que hemos sido.Un electrocardiograma de paciente con grave afección coronaria. Cuando suben los precios internacionales nos gastamos todo, pedimos prestado para gastar más y dejamos exhaustas las arcas e incrementamos la deuda por encima de cualquier posibilidad cierta de repago. Por el contrario, cuando se revierte el ciclo internacional, estamos obligados a hacer un ajuste para reducir nuestros gastos a nivel de ingresos; además, los acreedores, conociendo nuestro calamitoso estado nos exigen que cancelemos las deudas contraídas, con lo cual debemos efectuar un sobreajuste y así, no nos queda otra más que licuar las deudas en moneda local con inflación galopante y/o reestructurar la deuda acopiada por décadas, entre desatinos y desmesuras.
De los últimos 40 años Argentina es el sexto país con la mayor tasa de inflación acumulada del mundo. Nada que no sepamos o de lo que no tengamos memoria. Los registros están y la situación del país la experimentamos a diario.
El mundo, hace varios siglos, aprendió que la forma más eficaz de mejorar el bienestar promedio de una comunidad organizada es especializarse en la producción de algo y disponerse a intercambiarlo. O sea, cada sociedad hace lo que cree que, en un momento determinado de la historia, es lo más productivo que puede realizar y ofrecer al resto mientras, aquello de lo que carece o no puede producirlo eficientemente se lo adquiere a quien/es lo poseen con mayor calidad y mejor precio. Este es el mecanismo por el que progresan los países, adelanta el mundo y, por carácter transitivo, mejoran los individuos y su bienestar promedio.
La pregunta crucial no puede ser otra que: ¿En qué sectores Argentina tiene ventajas comparativas, cursado ya un cuarto del S.XXI? Claramente las posee en los sectores de agroindustria, energía, minería y litio. Por detrás de estos cuatro grandes sectores están todos los que involucran aquello que engloba la denominación de infraestructura, un mercado de capitales que canalice los excedentes existentes ahorrados que se transformen en inversión productiva y la voluntad (¿intencionalidad?) política, no ya de apoyar, sostener y/o favorecer a quienes quieren hacer algo, sino sólo no interferir, no burocratizar, no poner peajes a ningún proceso productivo y aceptar, como axioma irrefrenable que, menos es más, en cuanto a la carga impositiva que soportamos como contribuyentes.
Todo está, pero en potencial. Nos falta pasar de la potencia al acto.
Cálculos externos (WEF, BM, BID – 2024) coinciden en que el potencial económico no explotado por nuestro país es de alrededor de 25 PBI. Vale la pena tener en cuenta que, en la misma medición, se detalla que Australia tiene potencial inexplotado por 16 PBI, Brasil por 12 PBI, Rusia por 40 PBI. Lo que debe quedar en claro es que ese potencial no asegura nada a nadie.
Cuando se profundiza el análisis puede comprobarse que de los primeros 12 países con el mayor PBI del mundo, ninguno posee recursos naturales a ser explotados.
En conclusión, poseer recursos naturales inexplotados no significa nada pues no te asegura nada. Se debe saber y/o aprender a explotarlos, cómo y con quién. El momento es ahora.
Entonces, ¿cómo hacemos para crecer de manera sostenida?
La respuesta es aburrida por lo reiterativa.
Hace falta inversión, para la inversión hace falta financiamiento, para el financiamiento hace falta crédito, para el crédito se necesita ahorro y el ahorro necesita moneda.
“Elemental mi querido Watson”, dijo Sherlock Holmes, a fines del siglo XIX en el hemisferio norte.
“No es magia, es ciencia”, dijo el Profe De Pablo no hace mucho en el extremo austral del hemisferio sur.
“El presupuesto debe equilibrarse, el tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado” Marco Tulio Cicerón – Año 55 A.C.
(*) Docente