En 2012, el micro radial El Caleidoscopio que se emitió por FM Litoral, recordó al poeta Carlos Alberto Álvarez. Hoy, en 2014, se cumplen 28 años de la despedida del poeta inolvidable.
La obra de y sobre el poeta está en la biblioteca y podemos volver a ella cada vez que la necesitamos. Es la memoria afectiva la que nos repone al hombre generoso que, con su amistosa hospitalidad, orientó mi inserción como habitante de la Paraná que tanteaba con la ignorancia del recién llegado, en enero de 1981.

Por Carlos supe de Marcelino Román, Alfonso Sola González y Reynaldo Ros. Unos nombres traían otros nombres y lugares a la conversación que él matizaba con humor socarrón y risa franca. De a poco dibujó con palabras su identikit. Nació en la ciudad de La Plata el 21 de abril de 1917. De chico lo trajeron a Entre Ríos, con residencias en Lucas González, Victoria y Paraná. Si no fue nativo de la provincia de los dos colosos fluviales que nos abrazan trató de merecerlo con lo demás vivido.

El relato intermitente incorporó líneas de las zozobras provocadas por el autoritarismo que también copó al sistema educativo y de los archipiélagos que servían de refugio a las bocanadas de libertad irrestricta. Allí la positiva influencia del maestro Carlos María Onetti en el despertar juvenil a las formas estéticas modernas de la literatura y a la ética como fragua de la creación artística.
Carlos era urbano en sus modales y en el vestir con elegancia. En un almuerzo familiar nos avisó que cuanto más le gustaba una comida más silencio guardaba para no distraer el saboreo. Por ejemplo el puchero, preparado con distintas recetas. Servido y servidor, godo acriollado, / el se da su lugar entre la gente / y se igualan el paria y el pudiente / cuando en la mesa instalan su reinado.

En clave poética Carlos Alberto Álvarez fue cronista de bienes materiales y simbólicos, del poder prepotente que le quitó el trabajo al docente sarmientino que se hizo fotógrafo para ganar el jornal imprescindible. Mi mano armé de Leica, y mi cintura / no conoció el horror de las cuclillas, / y aquella mano que abundó en semillas / puño fue, sin violencia ni amargura.

En 1943 se editó su libro Fábula Encendida. En 1945 fundó la revista Sauce. En el país disputaban corrientes binarias y Carlos expresó su oposición radical al líder en ciernes. La existencia de Sauce fue efímera, aunque alcanzó a publicar el editorial Frente al Momento para disgusto del poder prepotente que no excluía la censura y las cesantías. Carlos fue poeta y profesor sin escaparle a su condición de ciudadano incompatible con la intolerancia.

Antes que la nostalgia con reproches Álvarez prefería exponer el logro de haber cruzado el río para convencer a Juan Ramón Jiménez de que su gira no debía terminar en Santa Fe porque Paraná lo esperaba con los brazos abiertos. De los amigos y discípulos cosechados en Villa María, Resistencia y en la Universidad Nacional del Litoral. De la experiencia recogida en su paso por la subsecretaría de Educación de Entre Ríos y como rector del Liceo de Señoritas.

Se casó, tuvo tres hijos, enviudó, reincidió en el matrimonio. Amó en secreto a un corazón que lo esperaba en Villaguay. En 1963 apareció su segundo libro, Donde el Tiempo es Árbol. Las creaciones de Álvarez prestigian Antologías de relieve, con el denominador común de la claridad que se propuso. Son más de cien sus poemas conocidos, sin automatismo y con espacio para el delirio. En 1982 me obsequió Carlos Gardel, Aquí y Ahora, que refrescó la mirada adolescente que observó al cantor recostado en la esquina de la Plaza 1 de Mayo, en 1933.

Humberto Cayetano Varisco lo convocó para conducir la Dirección de Cultura de la Municipalidad. En febrero de 1984 cumplió el sueño de inaugurar la Feria Cultural de la Encina en el paseo principal, que otros secaron como el árbol que hoy es tronco lustrado, con placa y sin espíritu.

Si tenía disgustos los calmaba en su apacible quinta de calle Miguel David. Una mañana se desmayó en su departamento de calle Santiago del Estero. Lo operaron. Creo que Carlos se la vio venir. Viajó al bonaerense enclave de San Miguel para participar en un encuentro nacional de poesía, con un sobrepesado equipaje de libros. La noche anterior cenó con la familia de Juan Manuel Alfaro a la que retribuyó la atención con dulce de guayaba. El llamado de larga distancia avisó que Carlos Alberto Álvarez falleció el 22 de octubre de 1986, justo el mismo día y mes en que murieron Reynaldo Ros y Sola González.

Lo velaron en el foyer del Teatro 3 de Febrero, adornado con flores de jacarandá. El cortejo fue numeroso. En el cementerio se pronunciaron discursos y Alfaro corrió la congoja para recitar los 14 versos de un soneto de Carlos Alberto Álvarez, nombre ahora estampado en una calle de la ciudad. Carlos Alberto Álvarez juntaba anécdotas de necrofilia. Habría dicho que su sepelio fue un éxito. De paso nos ratificaría: Quiero subir por la raíz mordida y trepar desde mi muerte hasta la vida / que en la copa del árbol prolifera.