J.R., de ANÁLISIS DIGITAL
El cura Carlos Barón murió en una clínica de calle Italia, de la ciudad de Paraná, donde llegó con un cuadro de pre infarto. A la madrugada del domingo se apagó su vida, o se abrió a otra más plena, infinita, placentera, justa, sin miserias, según la creencia que abrazó tempranamente como sacerdote. Creencia que predicó desde el púlpito, pero también en los barrios, los campamentos, el lejano y aislado Hospital Fidanza, suspendido en un espacio sin tiempo en medio del verde y alejado de la urbanidad. Allí pasó los últimos de sus 62 años el cura Carlos Barón.
El atuendo, la barba tupida, la cabellera castaña con reflejos dorados que le poblaba la cabeza, y un color de verano todo el año, mostraban una figura alejada del tradicional cura cetrino, de ropas apagadas y pelo engominado o nulo. El carácter distintivo del cura se acentuaba cuando se lo escuchaba hablar –con un decir de voz casi radial– y cuando se lo veía en plena acción social.
Diría de él un diccionario que nació en Crespo el 1° de junio de 1952, en una familia con cuatro hijos. Que completó los estudios en el Seminario de Paraná y que se ordenó como sacerdote católico en los convulsionados años 70.
Pero habrá que decir también, para tener un panorama completo de su figura, que sus misas llegaron a ser un verdadero acontecimiento social, con centenares de jóvenes que llegaban hasta la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, en calle Enrique Carbó, de Paraná, nada más que para escuchar su palabra.
Por aquellos años 80 hizo un tándem muy particular con el cura Luis Jacob, de línea más tradicional, pero de gran formación intelectual. Entre los dos, llenaron de jóvenes el templo ubicado frente a la Plaza Saénz Peña.
La relación que Barón tuvo con Estanislao Karlic no es fácil de explicar. Tuvo idas y venidas. Pero cuando el actual cardenal imprimió los preceptos del reformismo en el Seminario de Paraná y en todas las parroquias entrerrianas, haciendo frente al aquerenciado modo ultramontano, güelfo, duro, ortodoxo, xenófobo, nacionalista, antisemita, homofóbico que reinó durante el mandato del obispo castrense Adolfo Tortolo, cuando todo eso enfrentó, Karlic encontró en Barón un aliado.
Por eso Carlos Barón, al que los jóvenes preferían llamar simplemente “Carlitos”, fue destinado a la parroquia de Fátima: un nido de fascistas comandados por un cura parapolicíaco de apellido Rauch, que actuaban mezclados entre minorías católicas bienintencionadas pero ilusas frente al conservadurismo reinante.
Sin embargo Karlic miraba muy atento a Barón. Quizás no le terminaba de inspirar confianza tanto desacartonamiento, tanta simpleza y llanura en sus modos, tanto carisma con campera de jean. Y por eso lo mandaba a grabar clandestinamente. Todos los lunes temprano, llegaban los emisarios con el mensaje de Barón para que Karlic o sus asesores lo escuchen.
Un día Karlic lo envió a Roma. No fue un viaje de castigo-placer como hicieron con otros curas, porque a Barón no fue necesario castigarlo por nada. Es un secreto a voces que supo amar a una mujer. Y quizás ahora que Barón ha fallecido sea momento de decirlo sin tapujos ni vergüenzas.
Cuando los años años 80 cedían lugar a la desabrida década de los 90, y Karlic dispuso que Baron fuera a estudiar a Roma, circuló la intriga entre los allegados al cura sobre qué sería de ese cura rebeldón y sus atuendos al llegar a la meca del Catolicismo. Se dijo que se afeitó y se disfrazó de cura corriente. Pero las fotos que quedan como testimonio de ese tiempo, que se pueden ver en el Facebook del cura fallecido, muestran que Barón siguió siendo Barón incluso delante del papa Juan Pablo II.
Barba tupida, saco azul que ya era demodé en esos años, y una pulsera en el brazo con que se saludó con el pontífice polaco muestran que Barón tenía claro que su estilo era innegociable.
Sobre eso habló en una interesantísima entrevista que le dio el cura al periodista experto en temas eclesiásticos, Ricardo Leguizamón, hace algunos años, y publicada en El Diario. “Barón no es un cura que quepa en cualquier molde; ni siquiera en el de cura. No usa hábito ni sotana. Dice que así fue siempre, desde sus tiernos años en el Seminario, en los que repartía tiempos y esfuerzos entre la formación sacerdotal y el trabajo apostólico en los barrios pobres de la ciudad, llevado por los fervores reformistas que recorrían entonces a la Iglesia Católica postconciliar. De entonces hasta estos días sigue siendo el mismo: un hombre de Dios bravo y directo, un santo varón que se mezcla entre guitarreadas y vinos”, presentó Leguizamón. Luego sí habló Barón: “El hábito no hace al monje y tampoco lo define. Un médico si necesita ponerse una chaqueta para ser médico, entonces cualquiera es médico”.
Luego la entrevista, realizada en el año 2002, transita por lugares importantes en la historia clerical de los años 70. Y allí cuestionó con dureza al cura jesuita Alfredo Saenz, como el mismo rector del Seminario, Silvestre Paul, a quienes acusó de perseguirlo por su opción por el bando bien definido de los curas barriales, de trabajo social.
Algunos tramos de la entrevista valen la pena ser repasados:
“Teníamos diferencias abismales con él (el cura ortodoxo y fascistoide Alberto Ezcurra). Pero a nivel intelectual siempre me respetó, y yo siempre le dije lo que pensaba y no por eso me persiguió. En cambio, otros sí me persiguieron, como (el jesuita Alfredo) Saenz, como el mismo rector (del Seminario Silvestre) Paul. Nosotros queríamos hacer un sacerdocio de pueblo, de promoción del hombre, y en eso nos diferenciábamos bastante de ellos. En aquellos años trabajábamos mucho los fines de semana en Maccarone, en La Milagrosa, en El Morro”.
“Fue en el año 1973. Me faltaban todavía cuatro años para ordenarme, estaba a mitad de camino. Entonces pedí un permiso especial para irme durante tres meses y discernir si quería seguir o no con mi vocación, pero en tan poco tiempo no pude definir nada. Lo que pasa es que había un clima muy desgastante a partir de los dos bandos que se habían constituido: nosotros vivíamos trabajando en los barrios y en los campos del Seminario, y otro grupo se paseaba con la sotana limpia y el breviario rezando el Rosario. Y no eran simplemente dos grupos que se diferenciaban en lo práctico, sino también en los principios”.
“Yo me ordené porque monseñor Tortolo, contra todos los informes que le llegaron del Seminario, me dio todo su apoyo. Le llegaron a decir que yo y un grupo de compañeros habíamos hecho una negación de la presencia del Señor en la Eucaristía. Algo terrible. Y no era así, sino que había sido una discusión de principios. Y nos ordenó igual, desoyendo esos comentarios contrarios hacia nosotros. De modo tal que hacia él sólo tengo agradecimientos, a pesar que cuando fui seminarista llegué a tirar planfletos contra Tortolo porque se negaba a instrumentar los cambios en el Seminario que imponía el Concilio Vaticano”.
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En su andar por varios lugares, Carlos Barón estuvo en la Basílica de Nogoyá en los años ‘80, donde daba charlas de formación a los alumnos del Huerto y el Colegio San Miguel. Iba y daba misa en una capillita del campo en Crucesitas. No era Barón un cura burócrata, está claro.
“El se cruzaba enfrente a la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de Nogoyá y tomaba sol en un banco de la plaza. Los feligreses le llamaba la atención su deshinibición. Los alumnos que íbamos a Acción Católica con él, lloramos cuando lo trasladaron a Paraná”, recordó por estas horas una ex estudiante consultada por ANÁLISIS DIGITAL.
Barón dejó su huella por donde pasó, y germinaron muchos militantes sociales. No todos en su rebaño siguieron siendo creyentes, pero sí hubo un compromiso de la mayoría con la sociedad más vulnerable. Es notable la comunidad de militantes sociales que actuó junto a Barón. Algunos otros sí, continuaron la vida religiosa inspirados por Barón.
Contó el cura que su ingreso al alejadísimo Hospital Fidanza, que medio siglo atrás fue un leprosario y ahora es un hogar de ancianos, se debe a su propia voluntad, y desmintió así que se trate de una reclusión dispuesta desde la jerarquía eclesiástica.
Ahí, en el departamento Diamante, entre colinas verdes, Barón vivió su vida en la fe y en la causa que abrazó como pastor de una religión que tiene sus contradicciones. Contradicciones que él intentó superar con un modo de vida sencillo, sincero, austero, pleno y coherente.
Murió Carlos Barón y su muerte se sintió entre muchos: creyentes en un dios o no. Pero sin dudas creyentes todos en que un pastor debe ser el primero de los servidores.