Murió en Gualeguay la reconocida poeta y escritora Emma Barrandeguy

La reconocida escritora y poeta entrerriana Emma Barrandeguy murió anoche en Gualeguay, su ciudad natal. La destacada mujer dedicó gran parte de su vida a su vocación, lo que incluso le valió la distinción y el reconocimiento a nivel nacional. Barrandeguy tenía 92 años. Sus restos son velados en la Cocheria Grasso de Gualeguay y será sepultada a las 11.45 en el Cementerio Parque Natural del Paraíso de Gualeguay.

Emma Barrandeguy nació en Gualeguay en 1914, se recibió de maestra en la Escuela Normal, estudió varios idiomas y cursó la Facultad de Filosofía. Se incorporó al periodismo en el diario Crítica, donde trabajó 22 años. En 1936 aparecen escritos en mimeógrafo sus primeros poemas, y de esta forma comienza a hacerse conocer como poeta. En el año 1964 aparece su primer libro de poesías, Las Puertas. El primer libro en prosa se llamó El Andamio.

Otro libro fue Techos, poco a poco iba edificando su vida. En 1970, la Dirección de Cultura de Entre Ríos, otorga la máxima distinción a su obra teatral Amor, saca amor el Premio “Fray Mocho”. De los últimos años son el ensayo No digo que mi país es poderoso (1982), el relato Los Pobladores (1983), y luego las poesías Refrecciones (1986). Reactualiza su vena narrativa con Crónica de medio siglo, novela que fue seleccionada para el premio literario "Fray Mocho" (1984), integrado por un jurado por María Granata, Isidoro Blaisten y Juan José Manauta, la cual fue editada por la Dirección de Cultura de Entre Ríos. En 2002 editorial Catálogos publica Habitaciones.

Los restos de la escritora son velados en la Cocheria Grasso de Gualeguay y será sepultada a las 11.45 en el Cementerio Parque Natural del Paraíso.

La siguiente es una nota publicada en la última edición del semanario ANALISIS de la actualidad

Emma Barrandeguy o el arte de construir un espacio propio

–Emma… ¿qué escribo en homenaje tuyo?
–Lo que quieras; lástima que no lo voy a leer…

–Si querés te lo hago adelantado y lo leés.
–Y dale. Me gustaría mucho pero no me elogies mucho, queda mal si somos amigas.

–¿Puedo decir todas broncas que te han hecho pasar los políticos...?
–No, eso no, para qué vamos a darles ese gusto... nosotras dos no.

–Yo quisiera contar también tantas escenas literarias juntas…
–Mirá, lo que tenés que decir es lo que signifiqué para vos. Nada más…

(Gualeguay, 5 de diciembre 2006)

Claudia Rosa

Es muy difícil ejercer el oficio sobre la obra de una amiga a la que se admira, a la que se le debe mucha vida y a la que uno quiere hasta contagiar. Pero en estos últimos años ella se pregunta en la intimidad y en entrevistas varias sobre su obra: “Yo creo que en general no es valiosa”, le gusta decir… “¿Vos qué creés?”.
Se podría comenzar diciendo que su vida-obra es como el umbral de una nueva relación entre la literatura, el campo literario y el contexto. Una obra que resiste las clasificaciones, porque justamente está pensando –como otros de su generación– que la literatura debía hacer algo más que objetos bellos, que debía desempolvarse de solemnidad, que debía resistir las vanidades. Ni objeto estético, ni denuncia social, ni ficción pura, ni documento. Un nuevo estatuto para la literatura y para el escritor. Resistencia a las fuerzas clasificatorias, al mercado que todo lo convierte en mercancía, a las reglas sobre las que se monta un sistema de injusticias y de hipocresías sociales y con ellas a las corporaciones literarias. En su larga vida (nació en 1914) su compromiso militante con el pensamiento de izquierda -cuando esta palabra significaba luchar contra las desigualdades- fue tomando diferentes barricadas.

Como una escritora resistente comprendió tempranamente y cuando no era usual –en palabras de Alain Badiou– que toda ruptura comienza para quien allí se comprometa, con una ruptura consigo mismo: “Yo no soy barrandeguista”, le gusta andar diciendo. Resistiendo con su posición de autora de textos que son como acciones de radical e íntima, violenta y reservada, necesaria y excepcional fuerza (valen los seis adjetivos).

Cuando María Moreno la publica y la da a conocer al ámbito nacional desde una mirada queer, ella acepta el lugar con simpatía: “Ahora soy una rara”. Le da gracia que la resistencia siga encontrando nombres diferentes. Podría decirse que el silencio de los muchos escritores diferentes/resistentes es parte de la escena autoritaria y pacata argentina que no está dispuesta a llegar hasta el final en su explicación de los porqué de las violencias económicas políticas y sociales de nuestro país.

La obra de E. B. siempre fue valiente. Ella tiene la contra solemnidad propia de la estirpe de los que pueden ser llamados escritores.

“Actualmente el artista parece examinarse a sí mismo bajo otra luz: comienza por no creerse tan diferente de los demás, apenas un escucha más atento que los otros a los rumores del mundo, de su propio mundo y ¿por qué no?, de lo trascendente. No obstante, ¿cómo escapar muchas veces tanto al vedetismo que hace sentir privilegiado como al rechazo social que impulsa el monólogo? Eso es justamente lo que el sistema propone al artista: el manoseo o la soledad” (Habitaciones).

Comparte con Ortiz, Mastronardi. Manauta y Calveyra este jugar de or sai, ese toco y me voy en la centralidad de “la literatura argentina”. Esta muchacha provinciana de ojos bien abiertos, comparte con estos entrerrianos el recurrir a los años de sus abuelos y de sus padres como fuente de una infancia que la sigue alimentando, una clara voluntad de anacronismo, un desenfado en el registro de la lengua y una relación amorosa con la naturaleza como salvaguarda de su intimidad y “por qué no de lo trascendente”.

Ella como ninguno de los otros cuatros nombrados hace del espacio íntimo de la casa su recorrido vital y su operación literaria. Puertas, techos, andamios, ventanas, zaguanes, patios, jardines, habitaciones, dicen de las moradas de su espíritu, los vericuetos de sus dudas, las refacciones de las culpas, como si construir su obra fuera un imperativo para “asumir la vida y aceptarse” antes que una metáfora literaria: “Sobre todo enternecerse sobre sí mismo, cosa importante y redentora. Justificarse”.

Su obra ha sido leída en términos de rareza, de audacia, de resistencia al sistema, como documento sociohistórico. De sus libros de poesía mucho hay que volver a leerlos porque pasan los años y esa entrañable relación de la palabra con la intimidad más cruel retumba cada vez más fuerte. Recurre a la sencillez y al tono menor para lanzar una mirada lúcida hasta la crueldad, comenzando consigo misma, tal vez para diferenciarse claramente de los que se consideraba en su generación el sentimentalismo de la escritura femenina.

Su Crónica de medio siglo -que tanto me desconcertó- tiene pasajes que deben ser leídos en clave de clásicos. Habitaciones es sin duda una novela de pluma entrerriana que ya hizo historia y una obra que ocupará un lugar en la literatura nacional. ¿Cuál? Hoy está ubicada al lado de las mejores novelas de situación escrita por mujeres. Si E. B. fuera norteamericana se hubiese hecho una película con ese texto y ella rica.

Pero otro lugar posible de la obra de E. B. no es leer ese texto como central en el momento en que fue escrito –1950– para entender todo lo que vino después (Enero de Sara Gallardo se publica en 1956 y esta novela sería una antecesora) sino como central en el momento de publicación: 2003. Es un texto que se resiste a ser literatura en el sentido que se le daba en el siglo XIX y XX, en donde se borran las distancias ente ficción y valor histórico, en donde definitivamente la moderna, burguesa y capitalista fórmula de autonomía del arte da su batalla final. Ella lo sabe bien ya en 1950 y dedica siempre en su obra -ya sea poética como narrativa- un espacio a romper la distancia entre lo literario y lo no literario. En 2003 ella platea nuevamente el problema de la ambivalencia, esa clave que Calvino intenta pensar en su multiplicidad para el próximo milenio.

“Pensaba que el empeño debíamos ponerlo los escritores en la revalorización de las palabras, para dar el sentido exacto de lo que nos conmovía. Esta debía ser la tarea vigilante de todo ‘destructor de mitos’, la única vigente para toda conciencia, la única que había quedado en pies a través de los años: la verdad, la raíz final de cada acto del hombre. ¿Pero acaso en eso no estaban empeñados desde los primeros griegos? (Habitaciones).

La consistencia de su obra pareciera estar en hacer visible lo que todos queremos negar, en hacer liviano lo que otros consideran un mamotreto. Tal vez haya que buscar en el punto el punto de vista del autor, en su poesía como en la novela o el ensayo (es bien visible esto en sus dos trabajos sobre Herminia Brumana) ella opta por ponerse como personaje protagonista o testigo comprometido pero no privilegiado de lo que narra. De ahí que sus paisajes exteriores como interiores tengan el coraje de asumir la ambivalencia de toda situación, desconfiando del realismo pretencioso, ironizando un existencialismo que se prodiga en proclamas públicas y en verdades absolutas.

De su ética tan ajena a las modas literarias y a las negociaciones del reconocimiento podrían dar cuenta todos los que la conocen. De su distancia irónica, de su desenfado, de esas escenas que le gusta jugar con quien sabe seguirle el juego todos participamos.

Va una: estaban haciendo un documental sobre su vida. Ella estaba elocuente, controlando toda la situación y feliz como siempre y de repente: “¡Ay! ¿Cómo se llamaban?... Mi memoria... estoy vieja –la periodista con la cámara encendida comienza a inquietarse– ¿Cómo era que se llamaban esas hermanitas?- dilataba y miraba fuera de foco buscando ayuda–. “Estoy vieja... Esas hermanitas que una escribía... ¡Ah: las Ocampo!”.

Emma, esa lúcida temeraria, esa que enseñó lo que es ser decidida sin optimismo, está ahora rodeada de su hermoso jardín de época con el nogal con frutos verdes escoltando la oleofragans ya agotada, el limonero central, el ginkgo biloba un tanto más joven y la higuera que está a punto de caerse de tantas brevas que esperan enero, y entre las frambuesas que aún no llegan y las flores diversas, sus dos gatos esperando verla caminar con su bastón para salirle al cruce jugueteándola. Allí está y estará siempre Emma, rodeada de sus libros, sus cuadros, los diarios, sus notas desordenadas, sus cartas guardadas, sus amigos y los jóvenes de Gualeguay que la admiran y le dan una vejez feliz… Esperándonos a todos con su humor y su sarcasmo, haciéndonos la vida más tolerable y el verbo morir intransitivo.

“Estuve recordando también el tapial antiguo del patio de Emma. Viste que hay un tapial de ladrillos delgados y asentado en barro con unos inserts de ladrillos atravesados a la hilada (como tapando viejos huecos, puertas o heridas, no sé) y después sigue un tapial más nuevo asentado en mezcla, tapial proletario peronista o post peronista. Pensé que el tapial antiguo es el que está más cerca de la casa”, escribe Pancho Druetta de su jardín, y quizá su tapial sea un buen escenario para recorrer el complejo, contradictorio, superpuesto y siempre conmovedor espacio de la literatura argentina llamado Emma Barrandeguy.

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