Poty Zaidenberg sosteniendo una obra en la que se aprecia la minuciosidad del trabajo.
Entrevista a Poty Zaidenberg*
Por Belén Giménez
El sonido de un violín se desliza en el viento suave que recorre el patio como una bandada de aves invisibles. Viene del río al que acaricia y ayuda a llegar al borde. El agua abraza las maderas todavía ancladas de viejas construcciones y se recuesta en el borde de cemento donde se erigen unas antiguas rejas negras labradas. Allí salpica el piso como queriendo llamar, como queriendo dejar un poco de sí.
Desde ahí se puede ver la isla y, un poco más allá, las luces de la ciudad vecina.
Adentro, una pinza corta un azulejo amarillo que va a ser parte de un dorado aqueado por el salto. El ruido seco se une a los sonidos de la naturaleza que llegan como tambores lejanos provenientes de alguna tribu habitante de los matorrales y se funden en un mismo proceso de creación.
Paulatinamente, el ensoñador espectáculo va cediendo ante los pasos y voces de un taller que se va llenando.
-¿Cuándo y cómo surge tu acercamiento al mosaiquismo?
Algo que me llevó a estudiar Diseño Industrial es el dibujo, siempre me gustó dibujar, desde chico. Antes de dedicarme al mosaiquismo, trabajaba en una fábrica industrial. El último tiempo ahí, sentía que necesitaba reconectar conmigo y el medio para lograrlo era el arte, siempre lo sentí así. Así que, en mis tiempos libres y dentro de esa búsqueda, empecé a dibujar pájaros. Me gustan mucho las aves, las estudio tanto en los libros que tengo como en las travesías que realizo y siempre está la motivación de poder retratarlas. Un día, Romina Pakayut, una amiga, me mostró los trabajos que ella hacía en mosaiquismo, las herramientas y materiales que usaba y me dió un libro para imprimir. Había algo en la actividad que me envolvía y me atrapaba: el juego de los colores, la trama, en conjunción con el arte, la geometría y el diseño industrial. Incluso, mi carrera tiene mucho de arte porque justamente se trata de “diseño”. Ese vasto espacio donde yo sentí que podía unir mis partes, todo aquello que me gusta y hago, aquello que me conforma, me cautivó definitivamente.
Con las premisas y herramientas que me brindó Romina, empiezo a hacer mosaiquismo para mi casa en mis tiempos libres. En un momento, conocidos y amigos, me empiezan a pedir trabajos para sus casas y decido alquilar un lugar para usarlo como taller. Empecé a comprarme materiales y herramientas, a dar talleres, todo de forma muy autodidacta hasta que conocí a una mosaiquista muy grosa, Adriana Mufarregue, de Córdoba, e hice un taller de rostros con ella.
Así fue que, tras once años de trabajar en la fábrica, hace diez -allá por 2012- me animé a dejar la industria y a dedicarme de lleno al mosaiquismo. En 2016 conocí a Alejandra Martínez en un taller que dí. Alejandra se convierte en un pilar fundamental: encuentro en ella no solo una gran mosaiquista, sino también una gran amiga, compañera de trabajo y de filosofía de vida. Comenzamos a trabajar juntos y en cada obra en conjunto, está su sello, sus virtudes plasmadas.
El río está sereno, no han pasado embarcaciones, pero prefiero pensar en que hace silencio para escuchar, vigila como un perro echado que no le saca los ojos de encima a su dueño, a aquel que eligió vivir cerca y le dedica horas de contemplación.
Recién hiciste referencia a estas dos áreas que se cruzan en tu trabajo: aquello que tiene que ver con tu carrera y el arte. ¿Tenías alguna vinculación a este último o lo descubriste en ese momento? o tal vez antes, durante la transición cuando dibujabas…
De chico iba mucho a lo de mi abuela Sofía, la mamá de mi papá. No solo que tenía una gran afición por ella, sino que era una gran artista multifacética porque era pianista, ceramista, muralista. Nunca realizó obras de carácter público, sino que sus creaciones quedaban en su casa o tenían a sus amigos como destinatarios. Si bien fue poco el tiempo que pude compartir con ella su faceta artística, la admiraba mucho, me maravillaba lo que hacía. Entonces, entiendo que siempre me gustó el arte, pero nunca me lo plantee como un modo de vida o profesión, hasta hace unos años cuando empecé con esto.
-Ya hiciste mención a tu preferencia por las aves, pero en tus trabajos está siempre presente la naturaleza en general: peces, jaguares…
Siempre tuve un vínculo muy fuerte con el río: de chico siempre iba a navegar y a pescar. Ahora, de adulto, como navegante de Kayak, he hecho muchas travesías por ríos de Entre Ríos y de otras provincias, como así también caminatas por Parques Nacionales, travesías en montañas, entre otras actividades relacionadas a la naturaleza que tanto respeto y me conmueve. Justamente son esas experiencias que me permiten vivir la naturaleza y contemplarla, las que me hacen amarla y respetarla. Me duele lo que pasa en estos tiempos, las quemas de nuestros preciados humedales, el daño al río y al medio ambiente. Entonces, creo que la naturaleza me llevó al arte y, a la vez, a alejarme de la industria.
Cuando en 2006 me vine a vivir a Bajada Grande, el cambio fue definitivo: el contacto diario con el río, su presencia, su cercanía; de alguna forma me indicaba que el camino que había tomado era el correcto.
-Desde otro lugar, el mosaiquismo también está íntimamente relacionado con la geometría. Particularmente, ¿solamente la utilizas en medidas y cálculos necesarios o desde otros lugares?
Sí, tengo un trabajo particular que se trata de geometría sagrada. La geometría sagrada está presente en toda la naturaleza: en la forma de un girasol, un caracol, en las flores, en las montañas. En Diseño Industrial estudiamos el hacer diseños en función a estructuras o diseños que tiene la naturaleza, y de alguna manera, en el mosaiquismo se puede hacer presente. Desde mi lugar, siempre me pareció interesante y la tengo muy presente.
Por otro lado, también me maravilla la síntesis que tienen los diseños de los pueblos originarios, además de la admiración y respeto que tengo hacia ellos y hacia su cultura. Un ejemplo es la Cultura de Nazca que con muy poco, algunas líneas, hace una síntesis de un pájaro alucinante, o las cesterías, diseños ornamentales, las guardas. Por eso he hecho muchos trabajos basándome en culturas originarias y unido a la naturaleza.
-Hace poco tiempo comenzaste a trabajar con piedra ¿qué diferencias hay en relación a los otros materiales?
Sí, hace dos o tres años empecé a incorporar la piedra y la madera. Con esta última las complicaciones son mayores por la humedad, pero a la vez, la veo como un material noble al igual que la piedra. Son materiales puros, a diferencia del vidrio, el azulejo, la venecita, el Smalti; aunque bellos, no dejan de ser materiales industriales, mientras que la piedra y la madera tienen la belleza de lo natural, una calidez diferente, se nota en el brillo, en la textura, al tocar los trabajos, al observarlos.
El método de corte y de trabajo con la piedra son diferentes ya que es un material más duro y difícil de trabajar. Pero encontré un trabajo apasionante con ella, he hecho varios pisos y tengo intenciones de seguir profundizando en ese tipo de trabajo.
-Dentro de tus trabajos hay como una preponderancia por la Rosa de los vientos. ¿A qué se debe? ¿Tiene algún significado especial para vos?
Si bien comenzó como una casualidad, atrás de la primera creación vinieron muchas porque me encantó hacerla y, sobre todo, por lo que significa y representa simbólicamente: como brújula, búsqueda, los viajes, la navegación. Son trabajos que me llevan a estudiar y conocer, en este caso las formas, realizaciones antiguas, la presencia de la Flor de Lis, la función, las características. Es una obra que a la gente le gusta y que me la han encargado muchas veces.
Pero por otro lado, me gusta mucho hacer retratos, buscar el realismo, las expresiones humanas; pero no es común que haya encargos de ese tipo por la carga que tiene exponer un rostro en una casa. Hay que pensar que estos trabajos son hechos para permanecer por mucho tiempo, implican una modificación en la pared donde se adhieren.
Actualmente tengo tendencia a realizar trabajos chicos, me gusta el trabajo minucioso, trabajar las sombras, la mirada -me gusta mucho hacer ojos-, e ir después alternándolos en un mural, los murales son apasionantes.
-Cuando un cliente se contacta con vos para realizar un encargue ¿ofreces los diseños o estás abierto a lo que pidan? ¿cómo es el intercambio con un cliente?
Siempre escucho y trato de interpretar lo que el cliente quiere, no busco llevarlo por lo que me gusta a mí, sino más bien de ir por aquello que moviliza interiormente a la persona, realizar una búsqueda para alcanzar su espíritu, aquello que “los llene”, que sea representativo para ellos. Como te comentaba, el mosaiquismo está hecho para estar adherido a una pared, va a estar ahí expuesto y visible mucho tiempo y, por ende, tiene mucho peso. Entonces, no puede ser algo que canse a la vista de quienes transitan o habitan el espacio en donde se encuentra.
-Tus obras se han adquirido tanto en la provincia como por fuera. ¿a qué lugares han viajado? ¿cómo es el proceso de traslado e instalación?
Sí, he vendido trabajos en La Pampa, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y uno en Nueva Helvecia, Uruguay; pero siempre apunté más acá, a mi ciudad.
-Por último, a quiénes tienen interés en acercarse al mosaiquismo, le dirías…
Siempre digo, en los talleres que doy, que el mosaiquismo es una actividad que te atrae, te ayuda a conectarte con vos de una manera lúdica, a detener la vorágine del afuera y que, a modo de meditación, conectar la cabeza, la mente, con la belleza propia del arte y con la esencia de las cosas y la propia.
El grito de un benteveo corta el aire y la conversación. El río empezó a mecerse inquieto y a hacerse oír con sus gotas alcanzando el suelo. La naturaleza envuelve el ambiente, se cruza en la charla y, por momentos, es dueña. El grabador ya apagado le regalará a los pájaros el secreto de las historias en las que ellos son los protagonistas.
*Sobre el artista
Poty es oriundo de la ciudad de Paraná y es Diseñador Industrial egresado de la Universidad de Córdoba. Actualmente, vive en Bajada Grande donde además tiene su taller e imparte clases (aunque también lo ha hecho en otros espacios de Paraná y de la provincia), lugar que siente muy propio desde su niñez cuando su padre trabajaba en la Fábrica de Cemento Portland San Martín. Tiene dos hijos: Tiago (15) y Luca (9); y su vida transcurre en medio de la naturaleza y la tranquilidad que le ofrece el paisaje que lo rodea; características que comparten los lugares que, como viajero, por lo general elige como destino. Tiene al mosaiquismo como una filosofía de vida en la que puede conjugar el arte y la naturaleza, y poder así lograr comulgar el trabajo con su pensamiento y forma de vida.
Contacto:
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