Por Luis María Serroels (*)
El título original no desechaba la palabra “boludo” (palabra que refería a la expresión Rajemos “boludos” que apareció la “cana”). En la medida que nos adentremos en la rica historia nacional, eventuales susceptibilidades más sensibles se modificarán de inmediato.
El asunto se conecta con las repudiables “fiestas clandestinas”, novedosa forma de diversión que a medida que los jóvenes adviertan del peligro que corren, se convencerán de que en el ámbito ronda la muerte por virus, tomarán otra decisión.
¿Cómo no aflorar esa palabra ante la aparición policial que les malogra encuentros donde la juventud irracionalmente desafía semejante riesgo?
“Fiestas clandestinas” en donde sitios de los más resguardados posibles desatan el bullicio y la algarabía (estimulados por el alcohol), pero también aparecen irresponsables que incorporan al nefasto Covid-19 para compartirlos con otros. Allí es donde reina la estupidez disfrazada de un discutible derecho a la diversión. Extraña forma de asociarse con el peligro más tremendo que el mundo va conociendo y soportando. ¿Es necesario que la fuerza policial deba operar en situaciones irracionales donde no se descarta el peligro como un virtual suicidio? ¿Y encima desparramar el coronavirus sin control? ¿De qué seres racionales se habla?
Cuando titulamos inicialmente este comentario asumimos el compromiso de explicar ciertas palabras que, aunque a no pocos podría sorprender e incluso molestar al pudor, los párrafos se encargarán de aclarar en cuanto repasemos nuestra riquísima historia. Por ello sugerimos tranquilidad y evitar cualquier rasgo de escándalo.
Las repetidas advertencias ante la eventual desobediencia de normas establecidas, no pueden soslayar las órdenes policiales (¿alguien puede ignorar, algo que se ha venido advirtiendo, cómo el peligro real se disfraza de sana diversión?). La expresión que quizás pudo haberse insertado como título inicial aludía a la autoridad. ¿Cuántas veces estarán resonando por las madrugadas?
En relación con ciertos términos, recordemos que en 1890 un diputado de la Nación aludió a lo que hoy llamaríamos “perejiles”, diciendo que “no había que ser pelotudo” (en relación a que “no había que ir al frente y hacerse matar”). Se refería así a unas “pelotas de piedra” rudimentarias, pero muy útiles que se transformaban en “boleadoras” y se usaban contra el enemigo.
Hoy, desde tiempos inmemoriales y como un modismo, se fue introduciendo cotidiana y repetidamente el término “boludo” (y ya nadie se espanta). Suelen darse luchas lingüísticas en la medida del pudor, reemplazando la palabra “pelotudo”. ¿Quién se espanta hoy al emplear estas palabras?
Pero aquí surge una mención muy útil y que bien pudiera haber servido de título ante las irracionales diversiones nocturnas (que demandaron la presencia policial). Tales palabras vendrían al dedillo: irresponsabilidad, irracionalidad o inconciencia. Al momento del desparramo provocado ante la “autoridad”, todos saben cuál es el término más utilizado.
Durante un encuentro internacional realizado en Rosario dedicado al idioma, el gran historietista Roberto Fontanarrosa (creador del personaje Inodoro Pereyra), sorprendió a los eruditos de la lengua haciéndolos reír por largo rato, mediante alardes de rebeldía y desacatos lingüísticos. ¿Cuántos términos que otrora espantaban, terminaron formando parte de nuestra vida cotidiana?
¿Puede acaso amonestarse a un argentino por el uso de los términos boludo y pelotudo?
Sea como sea, ambas palabras seguirán siendo utilizadas ante las “fiestas clandestinas”. Ya no se trata de una travesura, sino de un delito claramente tipificado por la ley.
Si ello pareciese un brulote, nuestro correcto vocabulario está bien garantizado como respaldo. Los términos “boludo” y “pelotudo” vienen de lejos y nos sirvieron para abrirle las puertas a una historia muy rica.
¿Cómo apelar a estas palabras para buscar el pasadizo que conduzca a la responsabilidad humana, evadiendo a un enemigo llamado Covid-19 y que, sin embargo, a muchos no consiguen convencer sobre la muerte irremediable?
Se ha advertido hasta el cansancio sobre el peligro de juntarse en nutridos y apretados grupos para una diversión sana en esencia pero donde el peligro está latente. Aquí, en estas circunstancias, entre la jarana reinan la boludez y la pelotudez. ¿Y el valor de la vida?
El legítimo y comprensible dolor por la muerte del ministro de Transporte, Mario Meoni, se puede justificar en lo más profundo, incluyendo en especial al presidente Alberto Fernández. Se puede estrechar a sus familiares e íntimos, días después en apretado y justificado dolor. Pero haber permitido un cortejo con tal multitud atiborrada, fue una enorme imprudencia. El abrazo apretado se deja para otra oportunidad y con condiciones especiales. ¿Qué grado de credibilidad puede ostentar el presidente dando instrucciones que él mismo no respeta?
El Covid-19 no sabe distinguir entre “fiestas clandestinas” y la tristeza de un óbito. Es muy crudo e irreparable.
(*) Especial para ANALISIS