"La rusticidad y pobreza lingüísticas han invadido los ámbitos institucionales", sostiene Arbasetti.
Por Beatriz Arbasetti (*)
especial para ANÁLISIS
Aristóteles caracterizó al hombre por un rasgo distintivo entre las especies del reino animal: la palabra. Razón y lenguaje son inescindibles: las palabras configuran y enuncian las ideas. Esta singularidad humana emerge de su más profunda interioridad psíquica: es el Ser bajo la forma de enunciados, proposiciones y discursos.
La palabra maravillosa, proteica y única que nos ha sido dada habilita la comunicación, el diálogo y toda expresión subjetiva.
El español que hablamos nos ofrece más de 90.000 palabras y regularmente la RAE incorpora nuevos idiolectos, cronolectos y sociolectos que expresan su continua evolución.
Sin embargo, asistimos a una fenomenal decadencia lingüística de nuestros hablantes en la Argentina contemporánea. Familia y educación no son ajenos a este tema, al que además contribuye la creciente restricción verbal de medios y redes sociales. La comunicación se aleja cada vez más del diálogo franco con registros de agresión y violencia que distorsionan el mensaje.
La rusticidad y pobreza lingüísticas han invadido los ámbitos institucionales, permeando el discurso público/político en detrimento de su validez.
Mandatarios, funcionarios, legisladores se solazan con exabruptos, chabacanerías e insultos. Y acompañan sus altisonantes peroratas vacías con desafíos patoteriles, groserías y megáfonos…
A quienes venimos de otra época nos choca la pérdida de las formas, los modales y el respeto hacia el destinatario/interlocutor. Asistimos a espectáculos cerriles en escenarios impensados. El Congreso de la Nación casi ha devenido en ring; gobernantes y políticos discurren y “chechean” por las redes cual barrabravas. Vulgaridad e ignorancia impregnan lo discursivo en dichos sitios. Entonces, ¿cómo hablar de “institucionalidad”? ¿Qué se entiende por “investidura”? ¿Cómo pensar las atribuciones de cargos oficiales?
Diálogo y reflexión se imponen a la hora de buscar acuerdos y consensos indispensables con vistas al futuro. Por eso urge recuperar el prístino sentido de las palabras que nos humanizan.
(*) Profesora en Letras.