Iglesia, corrupción, xenofobia y acampes

Por Luis María Serroels
(especial para ANALISIS DIGITAL)

Está claro que los prodigiosos sistemas modernos de comunicación que han dado origen a las redes sociales, pueden convertirse en un elemento peligroso en manos de operadores desaprensivos y malintencionados que hacen de la calumnia y la injuria su alimento diario, al amparo del anonimato. Es como tener en una mano una Biblia y en la otra un revólver: construimos una vía de entendimiento respetuoso o matamos las honras ajenas sin pudor alguno desde la más ruin clandestinidad.

Déjese sentado que el propósito de las organizaciones y los destinatarios de sus acciones ponderables no se puede cuestionar simplemente por los hechos que se han venido revelando respecto de la agrupación Tupac Amaru, liderada en Jujuy por Milagro Sala. La mención hecha por el obispo Lozano sobre la función cumplida por las organizaciones durante la crisis social de 2001 y su convocatoria a “no caer en lo que el Papa Francisco llama ‘sutil xenofobia’, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción o el clientelismo”, resulta irrefutable.

Recordó que en las trágicas jornadas de hace 15 años “los más pobres quedaron a la deriva ante la ausencia del Estado, la perplejidad de la dirigencia y el sálvese quien pueda de quienes se borraron esperando tiempos mejores”, enfatizando que “estas organizaciones fueron salvavidas que juntaron los despojos y ayudaron a que el desastre no resultara mayor”. Claro que todos estos méritos indiscutibles no pueden servir para disimular las maniobras delictivas que pudieran cometer ciertos dirigentes. El caso de la estafa fenomenal de Hebe de Bonafini con su plan Sueños Compartidos, es paradigmático, donde sanas aspiraciones terminaron en pesadilla para centenares de familias burladas.

Queda muy claro que Margarita Barrientos, fundadora del comedor Los Piletones donde unas 2.000 personas (chicos, madres y abuelos) reciben gratuitamente tres comidas diarias, exhibe un perfil de honradez muy distante del de Bonafini y Sala. Se pueden acometer positivas acciones sociales sin caer en el delito (el “roban pero hacen” es sencillamente abominable). El altruismo y la corrupción jamás podrán conciliarse. Utilizar la obra social como pantalla para el enriquecimiento personal, ni los jueces ni la sociedad lo pueden tolerar.

De hecho en Jujuy se dio cuenta de decenas de cooperativas reempadronadas con acatamiento a las normas, disposición a los controles y auditorías y un apego por la mani pulite que, desde luego, no parece advertirse en los manejos de Tupac Amaru ni tampoco en organismos oficiales donde la mirada se desvía hacia la impunidad.

Sigue diciendo el obispo, aludiendo a funcionarios procesados por delitos económicos, que “han perjudicado más al país personajes ineptos e inmorales con importantes títulos académicos que los dirigentes humildes”.

Coincidimos con el prelado en que “mediante insultos basados en noticias sin chequear, se usan como ‘chivos expiatorios’ a algunos líderes sociales, sin mencionar a quienes se enriquecieron a costa del Estado incrementando escandalosamente sus patrimonios personales o empresariales”.

Desde luego que si algo debe preservarse es el rol de las instituciones, que nacen y se desarrollan mediante la tarea encomiable y vigorosa de dirigentes con manos limpias, uñas cortas, bolsillos flacos y vida austera.

¿Sería correcto que se intente salvar a dirigentes corruptos de entidades beneméritas acusados por administración fraudulenta, sólo por preservar el prestigio social? Si esos imputados perteneciesen a Emaús o Cáritas, ¿acusarlos sería acaso un ataque a la iglesia?

¿Cómo olvidar las andanzas del obispo Nunzio Scarano, suspendido por la propia Iglesia por blanqueo de dinero y malversación de fondos en el Banco Vaticano, cuestión que el propio Papa Francisco dispuso investigar? ¿Y el más devastador escándalo de su historia que envolvió a la Iglesia con el Banco Ambrosiano, que tenía entre sus altas autoridades al arzobispo norteamericano Paúl Casimiro Marcinkus?

De ningún modo puede sorprender esta intervención del titular de la Pastoral Social como intérprete fiel de los documentos fundacionales de la Iglesia Católica. Sirvan algunas referencias que sostienen la prédica eclesial que no pocos pastores suelen callar o suavizar.

“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma”. (Catecismo de la Iglesia Católica-85).

“Por esta razón, los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera sea la situación moral o personal en que se encuentren (…) cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia”. (Documento de Puebla-Opción Preferencial por los Pobres-De Medellín a Puebla (1142 y 1146).

“La vigencia de la ley justa y humana hará pasible que los ciudadanos, particularmente los más débiles, no se sientan amenazados por ella, sino, por el contrario, ayudados y protegidos en el ejercicio de su libertad. Sobre esta base, será posible educar a los hombres en el sentido de la ley y combatir su menosprecio y transgresión sistemática. Sin normas aceptadas y obedecidas no constituimos un cuerpo social sino un informe conglomerado humano” (Dios, el hombre y la conciencia- Las Leyes Humanas – Conferencia Episcopal Argentina-Párrafo 34).

Finalmente, citamos estas palabras extraídas del libro 500 Años de Evangelización en América Latina, escritas por el obispo Federico Pagura y el reverendo Felipe Adolf (Ediciones Letra Buena-1992). Nos dicen refiriéndose al desafío del medio milenio a las iglesias, que “sin compartir con los pobres y oprimidos su lucha por los derechos de la vida, no hay solidaridad. Sin solidaridad no hay justicia. Sin justicia no hay paz”.

Explican que “no es la situación de unos pocos; es la realidad de comunidades enteras y de grandes sectores de la población: niños y niñas a quienes se ha despojado de futuro, porque se les ha robado su dignidad de tales; jóvenes a quienes se les está dejando en herencia un mundo contaminado y destruído; mujeres, campesinos, negros y aborígenes cuya voz clama al cielo y con todos ellos hay que formar la gran familia latinoamericana y, en última instancia, la gran familia humana”.

Las declaraciones del obispo de Gualeguaychú suenan coherentes con estas demandas y lanzan al aire el tañido de campanas que llaman a terminar con las políticas de explotación y las prácticas de corrupción estructural, convocando a construir un mundo mejor y una sociedad más feliz.

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