Este fin de semana se conoció la noticia del fallecimiento de Mamerto Menapace, monje benedictino, escritor y figura de la cultura religiosa argentina. Tenía 83 años y residía en el monasterio Santa María de Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires, donde transcurrieron gran parte de su vida y de su obra.
Nacido el 24 de enero de 1942 en la localidad de Malabrigo, en el norte de Santa Fe, Menapace se vinculó desde muy joven con la vida monástica. Tras iniciar su formación en la Abadía de Los Toldos, completó sus estudios teológicos en el monasterio de Las Condes, en Chile, y fue ordenado sacerdote en 1966. A lo largo de los años, ocupó cargos de relevancia dentro de la congregación benedictina, siendo abad de su comunidad en dos períodos, entre 1980 y 1992, y en 1995 fue designado abad presidente de la Congregación Benedictina del Cono Sur que nuclea a las casas benedictinas de varios países de América del Sur.
Sin embargo, su reconocimiento público trascendió largamente los límites de lo eclesiástico. A partir de la década de 1980, Mamerto Menapace se convirtió en un autor de notable llegada a públicos diversos gracias a sus libros, cuentos y parábolas que articulaban enseñanzas cristianas con el tono del habla rural. Su escritura, sencilla y cercana, hacía accesibles las historias del Evangelio, resignificándolas en contextos campesinos, con personajes cotidianos y escenarios del interior argentino.
Menapace publicó más de cuarenta libros a lo largo de su vida. Entre los títulos más destacados se encuentran Un Dios rico de tiempo, Madera verde, Cuentos rodados, El paso y la espera y El amor es cosa seria, obra que en 1995 fue distinguida con el Primer Premio Faja de Honor Padre Leonardo Castellani. La mayoría de sus textos circularon en ediciones accesibles, algunas de ellas se pueden adquirir en librerías parroquiales o ferias del libro del interior del país.
A lo largo de su vida, Menapace también colaboró en medios de comunicación y dio charlas y retiros en distintas provincias del país. Aunque con el paso de los años fue reduciendo su actividad pública, su figura nunca perdió relevancia dentro de los círculos religiosos y culturales. Su manera particular de narrar, mezclando sabiduría bíblica con costumbres criollas, hizo que su obra se mantuviera vigente en escuelas, parroquias, talleres de formación y bibliotecas comunitarias.
Sus restos fueron velados en el monasterio de Los Toldos, lugar que habitó durante décadas y que fue el centro de su vida espiritual y creativa. Desde distintas diócesis y comunidades del país se multiplicaron los mensajes de despedida, recordando a este monje que convirtió el Evangelio en un cuento para el pueblo.