La nueva vida de la mujer que denunció al periodista Lucas Carrasco por violación

En 2019 Sofía Otero denunció que el periodista de “6,7,8″, oriundo de Paraná, la había violado dentro de una relación sexual consentida. No sólo logró mostrar que las agresiones sexuales no siempre suceden como en las películas, también una condena que sentó un precedente. En la primera entrevista que da después del juicio, cuenta también qué sintió cuando supo que había muerto.

Ese lunes de septiembre de 2019 Sofía Otero llegó a Infobae acompañada por un amigo. La angustia le atravesaba el cuerpo pero estaba enfocada. Faltaban pocas horas para que comenzara el juicio contra el periodista y bloguero oriundo de Paraná, Lucas Carrasco –conocido por haber participado en el programa “6,7,8″–, acusado por ella y por otra joven de “abuso sexual agravado por acceso carnal”, lo que comúnmente se conoce como “violación”.

Era la primera vez que Sofía iba a sentarse frente a una cámara a contar su historia con nombres y apellidos y, a pesar de la ansiedad, los nervios y las pesadillas, su objetivo era claro: quería mostrar que las violaciones no siempre suceden como las cuentan las películas.

“Es que hasta que me pasó lo que me pasó yo también creía que las violaciones eran siempre así: un tipo con sobretodo que te agarra en un callejón sin salida a las 4 de la mañana. Un tipo con el que no tenés ninguna relación y que viene, te saca la ropa y te fuerza a tener relaciones sexuales”, cuenta ahora a Infobae, tres años después de todo aquello. “Yo también lo creía, y eso que era estudiante de Derecho”.

Por ese mito extendido, Sofía había tardado tres años en ponerle nombre a lo que había pasado aquel día de 2013 en el departamento de Lucas Carrasco. Es que ella había ido al departamento de él a tener relaciones sexuales de día y sin que nadie la apuntara con un arma. Pero aunque había dado el consentimiento de arranque, en medio del encuentro sexual él le había hecho algo que ella no había consentido.

“Es más, le grité, le pedí llorando que parara”, contó esa mañana de 2019 frente a la cámara. Sofía tenía 27 años y quería contar la historia con detalles no para hacer un relato pornográfico de una agresión sexual sino porque sabía que, del otro lado, muchas otras mujeres a las que les había quedado en el cuerpo ese malestar sin palabras iban a entender perfectamente de qué hablaba.

Un precedente

Es un miércoles de 2022 y ni la fresca de la mañana puede con este sol de verano. Sofía Otero camina sin apuro por la Plaza del Ángel Gris, en Flores. A simple vista parece la misma que hace tres años, pero no lo es.

“Ya no soy ‘la denunciante de’, mucho menos una víctima. Lo fui, es parte de mi historia pero trabajo todos los días para que eso no me defina y mucho menos me limite”, dice ella, y sonríe cuando elige cómo presentarse ahora.

“Soy Sofía Otero, soy una de las mujeres que denunció por violación a Lucas Carrasco y logró una condena. Ahora también soy abogada y soy mamá”.

Balbuceando a upa de ella está Pedro, su hijo de 5 meses, el sol sobre el que ahora rota y gira su vida. Nació un mes antes de lo previsto, justo cuando ella tenía que rendir la última materia para recibirse de abogada en la UBA. Sofía quedó una semana internada y rindió igual, por Zoom desde la cama, puérpera, primeriza y mientras su bebé se recuperaba en neonatología.

 “Es que después del juicio todo se me hizo muy difícil. No es fácil el después, aún cuando lográs que te escuchen, que te crean y una condena, como fue mi caso”, cuenta. “Me costó muchísimo volver a ponerme a estudiar. Y cuando nació él necesitaba cerrar de una vez, cerrar un círculo para poder seguir”.

Lo que pasó ese día de febrero de 2013 lo cuenta ella, que sigue eligiendo no usar eufemismos:

“Yo organicé un encuentro sexual con una persona, como hace cualquier persona adulta, a plena luz del día y en su casa. Como era pactado y nunca me había pasado nada malo fui con plena confianza. Hubo una primera relación sexual consentida hasta que en un cambio de posición hubo una penetración anal que no fue consentida. Incluso cuando dije que no, que sentía dolor, que no me gustaba y que estaba sufriendo, siguió”.

Lo que sucedió después lo contó en aquella entrevista. Ella opuso resistencia “y es ahí cuando me agarra de la nuca, para que siguiera pegada al colchón. Yo le gritaba, le pedía que por favor parara, lloraba (...). Hasta que en algún momento, a los 5 o 10 minutos, se sale de encima mío, saca todo su peso y toda la fuerza que había puesto, me paro temblorosa y le digo: ‘¿Hasta cuando ibas a seguir? Te dije que no quería’, mientras me caían las lágrimas. Y él me contestó: ‘Hasta que te acostumbres’”.

Sofía se había encerrado en el baño y había salido muy angustiada de su casa. Después, le había contado a algunos amigos y a una compañera -ella militaba en La Cámpora- lo que había pasado. Todos -declararon luego en el juicio- la habían escuchado pero ninguno sabía que eso también era una agresión sexual.

Tres años después, Sofía leyó en las redes sociales el relato de otras chicas que contaban que les había pasado lo mismo. “Miré las fechas en las que les había pasado: yo había sido una de las primeras. Y pensé: ‘¿Y si hubiese hablado? ¿y si hubiese denunciado? Tal vez no les habría pasado lo mismo que a mí”.

Fue en la Unidad Fiscal Especializada en violencia de género (UFEM) que le pusieron palabras a lo que Sofía relató: “Esto es una violación”. Sofía se lo contó entonces a su papá, que es abogado penalista, y a su mamá y tuvo una suerte que no muchas personas agredidas sexualmente tienen: “Me creyeron”.

Le creyó su familia, sus amigas y amigos, el movimiento de mujeres le hizo de red y no sólo eso: le creyó la Justicia. El 11 de septiembre, Lucas Carrasco fue condenado a nueve años de prisión por una de las acusaciones de violación: la de Sofía.

Nueve eran los años que los abogados de ella habían pedido. La fiscalía había pedido 7 y el abogado de Carrasco la absolución o la imputabilidad disminuida bajo el argumento de que se encontraba “completamente borracho al momento del encuentro”.

“Condenar…” arrancó la jueza Ana Dieta de Herrero, que poco antes había integrado el tribunal que había condenado a 22 años de prisión al cantante Cristian Aldana por “abuso sexual gravemente ultrajante y corrupción de menores”. Y sentó un nuevo precedente.

Lo explica, fácil, Sofía: “Creíamos que si dabas el consentimiento de arranque después valía todo. Y no, no vale todo”.

La vida “después de”

Haber logrado la condena fue, para muchos, un éxito absoluto. Thelma Fardin, por ejemplo, había denunciado públicamente por violación a Juan Darthés nueve meses antes y todavía está esperando.

“Pero a mí me costó muchísimo ‘el después’, porque yo, como estudiante de Derecho, era crítica del punitivismo, del castigo, del encierro como respuesta a todo. Me sentía culpable. Pensaba ‘una persona va a ir presa por mí, porque yo lo denuncié’, y sabemos lo que sucede con las personas privadas de su libertad, especialmente las que han cometido este tipo de delitos”, cuenta Sofía.

Pero lo cierto es que Lucas Carrasco no fue a la cárcel. Un mes y una semana después de la condena que llegó a los medios de todo el país, fue encontrado muerto en un pasillo de su casa en Paraná, Entre Ríos. La autopsia mostró que había vomitado y la muerte se había producido por broncoaspiración.

“Recién me estaba reponiendo del estrés del juicio, y creí que era mentira”, recuerda. “Cuando vi que era verdad la primera sensación que tuve fue de bronca. Pensé ‘se salió con la suya’, ‘no va a recibir un solo día de castigo’, ‘al final salió ganando’”.

Era un domingo, Día de la madre, y lo que siguió fue otro tsunami de mierda, porque las redes sociales de Sofía volvieron a llenarse de mensajes de odio. Anónimos que, arengados por personalidades públicas como Andrés Calamaro, le echaban la culpa por su muerte. No sólo a ella sino “a todas las feministas”.

“Lucas... caramba, qué putada. Hay que decirlo, no era violador ni delincuente. Lo condenó la ley del hashtag... El odio al hombre, la estética del rencor. LA VÍCTIMA CARRASCO... Sabemos que es así”, tuiteó Calamaro.

Sofía cerró sus redes y no hizo ninguna declaración en los medios. “Con el tiempo entendí que con la vida que él llevaba podría haber pasado incluso antes del juicio. Es verdad que no estuvo un solo día en la cárcel, pero murió condenado. Yo espero que, pese a no haber podido ser cumplida, esa condena nos repare de alguna forma un poquito a todas”.

A lo largo de estos tres años, recibió cientos de mensajes de personas que le agradecían por haberle puesto palabras a lo que también les había pasado pero nunca habían entendido. Especialmente mujeres que tuvieron un “despertar” después de haberla escuchado. “Me di cuenta de que fui agredida sexualmente a los 16 años, luego de la denuncia contra Lucas Carrasco”, contó, por ejemplo, la periodista Carla Czudnowsky.

Sofía hizo terapia, se reunió con otras mujeres sobrevivientes de abusos. “Cada una decide qué es lo que sana, qué es lo que repara. Lo que sé es que sola es casi imposible”, piensa.

“Todos los días me repito que esto es parte de mi historia, no lo puedo borrar ni superar, pero sí puedo laburar para vivirlo con el menor dolor posible”, cuenta y alza a Pedro, que lloriquea como lloriquean los pichones de la plaza y pide contacto físico.

“Ahora además soy mamá de un varón, tengo la enorme responsabilidad de criarlo para que no reproduzca las violencias que sufrimos las mujeres a lo largo de nuestras vidas. No sólo la violencia física y la sexual, que son las que más conocemos, sino las otras: la violencia psicológica, la simbólica, las que abren las puertas al resto de las violencias”.

Pasó el tiempo pero la distancia no es tanta como para mirar hacia atrás y aplaudirse. Dice Sofía que no se arrepiente pero el precio de una denuncia pública fue tan alto que hoy, madre, no volvería a hacerlo.

“Por suerte lo hice en ese momento, hablé, porque lo que me pasó me pasó, y de no haber hablado eso me estaría persiguiendo ahora. Yo sé que estaría pidiendo auxilio con alguna parte de mi cuerpo”, se despide, mientras se acomoda para amamantar a su bebé. Y habla no sólo de lo personal sino de lo colectivo.

“Más allá de la condena creo que lo que quedó fue un mensaje, no solamente para las mujeres sino para los varones: ‘Che, mirá, antes nos callábamos. Decíamos ‘pero si yo fui a su casa, nadie me obligó…’, ‘capaz fue mi culpa por no haber sido clara’. Hoy pudimos ponerle nombre y mostrar que esto tiene un castigo. Fue muy duro pero sí, creo que valió la pena”.

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