El periodismo y la sociedad ante el desafío de dar la talla

Por Gustavo Sánchez Romero (*)

 

Julio Alfredo Ramos alguna vez contó que siendo muy joven y haciendo sus primeras armas en La Opinión -el diario de Jacobo Timerman- debió entrevistar a Adalbert Krieger Vasena, quien había sido ministro de Economía de Onganía, y que se sintió tan vulnerable y desprovisto intelectualmente ante el entrevistado que la experiencia fue un perfecto fracaso.

Tanto lo fue que el mismo funcionario le pidió que se preparara más para este tipo de encuentros. Esa vergüenza lo llevó a estudiar economía y con los años, luego de advertir que el mundo empresario reclamaba más información especializada, terminó por fundar Ámbito Financiero, un par de hojitas que al inicio sólo contenían indicadores diarios de los comportamientos bursátiles, pero que con los años logró verdaderamente influir en la vida institucional del país.

Ramos había entendido brutalmente la lección cuando estuvo frente a uno de los principales desafíos que enfrenta un periodista desde sus inicios: dar la talla.

A pesar que la suya será una tarea profesional muy solitaria, como un deportista o un artista, la exposición pública del periodista es la condición sensible que lo acompañará en toda su carrera. Y en cualquier momento de la misma que se encuentre, la mirada del otro será siempre ese infierno al que se somete a cada minuto. Como decía Ringo Bonavena; “Cuando subís al ring ni el banquito te dejan”.

Compañeros, colegas, jefes, dueños de medios, opinión pública y su propia estructura psicológica se convierten en los umbrales que deberá ir superando, sin que esto implique desdeñar aspectos vitales como la ética periodística, la precisión informativa, la veracidad, el cuidado de las fuentes, el estilo, la riqueza en el uso del lenguaje, el cuidado por la línea editorial del medio y hasta aspectos menores que en estos tiempos adquieren relevancia como el cuidado estético, las relaciones sociales y su perfil en las redes sociales.

Si es verdad aquello que dicen algunos en cuanto a que un periodista es un analfabeto que completa su educación en público; ese camino resulta demasiado largo y sinuoso, y con final muy incierto. Requiere ir llenando los casilleros arriba mencionados y sin excepciones demanda paciencia, orden y un espíritu amateur que se ve en muy pocas profesiones.

En la Argentina y en muchas partes del mundo, el periodismo no nació de las grandes universidades y la construcción de este oficio tan complejo como bonito requería de cierta perspicacia, mucho de observación y ardor personal, capacidad de observación y, antes que todo, aportar con una fruición diferente hacia y desde la lectura.

Todo eso confluía en un arrebatado candor que servía para transformar en historias atractivas una realidad que después de atravesar la primera mitad del siglo pasado se complejizaba a grandes pasos. 

La intersección permanente con la literatura, el influjo de los arrabales y la propensión al límite que resistía a una sociedad pacata y conservadora fueron construyendo esa bohemia que aún sobrevive en las redacciones, aunque más no sea como un reflejo aletargado de la nostalgia.

Los vertiginosos cambios políticos que laceraban la institucionalidad, las modificaciones en la matriz económica que se imponía a fuerza de disrupciones en el tejido social y las reacciones sociales en el marco de la explosión cultural permanente fueron forjando nuevos medios de comunicación que se apoyaron en la tecnología para reconvertirse y poder dar cuenta de estos procesos.

Los periodistas más trascendentes y que han logrado dejar su marca en estas décadas fueron aquellos que comprendieron estas exigencias y se prepararon con complacencia para ocupar los principales espacios, sentar sus posiciones con la audacia necesaria para enfrentar los permanentes taludes que el poder prescribe y configurar honesta y meridianamente los escenarios que le permitieran a la población intelegir los caminos de una sociedad abierta y democrática.

La historia del periodismo en la Argentina es la historia del devenir de aquellos hombres y mujeres que dieron su tiempo y capacidad por estar a la altura de su momento histórico comprometidos en un sentido progresista del futuro. La historia del periodismo en la Argentina es también de historia de las resistencias y negociaciones con el poder, en todas sus aristas.

En definitiva, es la historia de la suma de muchos por dar la talla.

 

Futuro

 

Muy pocos lo notaron en ese momento, pero The Washington Post quebró un hito tecnológico en las elecciones de noviembre de 2016 en Estados Unidos, cuando reportó que el congresista republicano Steve King había ganado la muy disputada contienda en el distrito cuatro de Iowa.

A primera vista, la noticia parecía una más de las muchas que habían escrito los periodistas del diario ese día. La crónica estaba presentada en forma prolija y fluida, sin grandes giros, pero respetaba los cánones de la información del medio y para algunos contaba con “la claridad y el brío” a lo que acostumbraban los periodistas de The Washington Post. Pero había una diferencia: había sido escrito por un robot. Al final del artículo no había ninguna firma, y se leía una leyenda que decía: “Staff y agencias de noticias activadas por Heliograf, el sistema de inteligencia artificial de The Washington Post”.

Esto lo precisa Andrés Oppenheimer en su libro sobre el futuro del trabajo en la era de la automatización.

Este pequeño párrafo sirve para precisar que la dinámica de la evolución social interpela cada día más al oficio del periodista y lo pone ante situaciones disruptivas en esta tarea de enfrentar el desafío del ejercicio de la profesión.

Es posible que esta situación de sustitución demande aún algunos años para llegar a estos arrabales, y hoy haya que poner la lupa en los viejos y conocidos intríngulis. En todo caso, esto no hace más que agrandar la brecha tecnológica que se abre en los países en desarrollo y la Argentina, o las marcadas distancias entre Buenos Aires y el interior, en detrimento siempre de estos últimos.

Precarización laboral, desaparición de medios de comunicación; concentración en manos de pocos empresarios; irrupción con fuerza de las redes sociales como espacios donde los la información y los mensajes se resemantizan y explotan; cada vez mayor participación de los Estados en el financiamiento de los medios y el trabajo de los periodistas; corrimiento del mercado publicitario del sector privado; desinterés del empresario y sociedad civil por el periodismo independiente y descuido de su rol en la democracia y la salud institucional de las ciudades y pueblos; y muchos otros.

Todo esto sin contar con las asimetrías e inequidades intrínsecas que tiene la profesión al interior de su seno vinculadas a la autorregulación, la deontología y la atomización que atenta contra una defensa gremial de los intereses comunes.

La pandemia del Covid 19 no ha hecho más que echar luz sobre los problemas que tiene este oficio y sus amenazas avanzan con determinación, y todo se vuelve más agorero.

Sin dudas que los costos actuales a los que se enfrentan los empresarios periodísticos ponen en riesgo la continuidad de decenas de empleos en todas las provincias argentinas y, exceptuando aquellos que bajan señales nacionales sin utilizar recursos locales, habrá una sangría notoria en el personal ocupado en los medios.

El menguado financiamiento de los medios hará imposible la continuidad de decenas de emprendimientos autónomos, y los periodistas verán caer sus fuentes de trabajo, acelerando un proceso que ya viene en marcha, lenta pero firmemente.

Experiencias periodísticas que se sustentan con baja mano de obra y que se expresan en radios de frecuencia modulada, medios gráficos regionales o sitios web que se sostienen en cobertura de carácter regional sentirán un impacto muy fuerte, y deberán reconvertirse a expresiones menores o tenderán a la desaparición.

El país marcha a un ajuste estructural, por acción u omisión, más o menos consensuado y deliberado, y los gobiernos no podrán estar exentos en el marco de la caída de recaudación y coparticipación nacional y provincial. Los presupuestos publicitarios de los Estados se verán abiertamente contenidos, modificando los flujos que se movilizaban local y regionalmente para el sostenimiento de la actividad periodística.

Muchas empresas privadas ya están saliendo del mercado con argumentos atendibles en una parte, e inexplicables en otro. Con mercados internos deprimidos, salarios perdiendo su capacidad adquisitiva y cambios culturales muy fuertes en las estructuras familiares y sociales, es dable augurar que se mantendrán en el mercado publicitario sólo aquellas que tengan alta rotación de sus productos y requieran demandas sostenidas en el marco de la mayor competencia. 

Existe un gran riesgo en este escenario. La tendencia de las estructuras comunicacionales del Gobierno aspiran a convertirse no ya en formatos de generación y distribución de información, datos o noticias que complementen y fortalezcan el trabajo independiente del periodismo convirtiéndose en una fuente genuina; sino que aspiran a autoerigirse en panestructuras audiovisuales que se presentan como  la totalidad en el proceso de producción, circulación y consumo del proceso informativo. Constituirse como el vórtice de la institución de la agenda cotidiana es hoy una obsesión de los funcionarios de comunicación de los gobiernos, donde cada uno se siente Jeff Bezos vernáculo cabalgando unicornios.

 

Riesgos

 

Cada día más, el periodista es una especie en extinción y cada día le suben la vara para dar la talla.

La gran mayoría hoy ha asistido a la universidad y ya no pueden salirse de la carrera por la capitación permanente, accediendo a conocimientos integrales, que van desde producción periodística a planificar en redes sociales.

La especialización ha quedado reducida a muy pocos jugadores, porque el mercado ya no los paga.  Los grandes medios que quedan en la provincia atraviesan profundas crisis y se han vuelto generalistas, perdiendo en la oferta comunicacional de valor a profesionales que puedan abordar los temas sensibles de política, economía, medio ambiente, tecnología, entre otros, y brinden una visión autónoma que le permita a la población adquirir herramientas para un pensamiento propio para la toma de decisiones.

Es cierto que no existen periodistas especializados; sino más bien periodistas con especialización. Esto quiere decir que -en esta tendencia generalista- un buen periodista debe estar preparado para afrontar temas que versen sobre el reacomodamiento de las fuerzas militarizadas en el conflicto de Medio Oriente hasta el proceso de apareamiento de las ballenas del Báltico. Pero además tener conocimientos específicos en algo si es que quiere diferenciarse.

Ingresar hoy a una facultad o instituto para estudiar periodismo es adentrarse en un recorrido incierto y angustiante, que dependerá ya no de la capacidad de desplegar atributos y talentos para el arte de la comunicación en forma distintiva para encontrar posibilidades laborales para vivir dignamente en los medios masivos, sino mucho más de poder combinar todo esto con singulares destrezas de emprendedurismo, adaptabilidad a los cambios tecnológicos y relacionamiento con los jugadores económicos y financieros del mercado.

Teseo quizá la tenga más fácil en el laberinto frente al Minotauro, para no abandonar la ironía.

En el futuro, muy probablemente, quien quiera funcionar con relativo éxito en las lides del periodismo y la comunicación tendrá que ser bueno en los conceptos esenciales de la profesión, agradable en el manejo social, ágil para la anticipación de los cambios tecnológicos, con conocimientos de marketing para adaptar su oferta al mercado y lograr anunciantes, capaz de adaptarse a formatos modernos como el coworking o equipos interdisciplinarios independientes y remotos; poder enfrentarse a todas las plataformas disponibles con la misma ductilidad para llegar a públicos cada vez más segmentados y dispares aturdidos por la ebullición tecnológica, entre algunos otros.

Sin embargo, y aun cuando posea los talentos, convicciones y destrezas para cumplir con gran parte de estos requisitos, probablemente se enfrente a la cruda realidad que con seguridad un robot lo hará mejor, rápido y más barato que él.

 

Recorrido

 

En este día conviene recordar a los grandes periodistas que atravesaron la historia de los últimos 150 años de esta provincia y que le dieron el status en el concierto nacional y que la elevaron por sobre las otras. Varones y mujeres de gran compromiso con la verdad, el desarrollo provincial y el respeto por las instituciones. Abrazados a causas políticas o sociales, describieron una senda que alcanzó reconocimiento nacional y sus nombres trascendieron marcando a fuego a generaciones y construyendo con su aporte grandes medios de comunicación que, en muchos casos, fueron el tutor de un tiempo que demandaba debates, ideas y configuraciones de un mundo inclusivo y en desarrollo.

La endeble institucionalidad que posee Entre Ríos lograda en estos años de democracia sería aún más vulnerable si no existieran exponentes del periodismo de investigación que actúan como una Espada de Damocles para el poder, y en gran parte sólo reciben maltratos y desalientos de gran parte de la sociedad.

Estos periodistas fueron los que en gran parte forjaron el espíritu de su época y dieron la talla para acompañar a los grandes dirigentes sociales y políticos que alumbraron constituciones nacionales e hicieron grandes aportes a la construcción de la nación.

El riesgo del futuro es que con la concentración y la mono financiación de los medios, estos mecanismos queden desequilibrados y se impongan pensamientos autoritarios o sesgados. El nuevo tiempo dará grandes periodistas y más atractivos para las grandes audiencias, pero con distinto perfil al conocido y en otro contexto donde no imperen los grandes medios sobre las alternativas más artesanales. La rebeldía seguirá siendo la pulsión de vida.

Las radios digitales ya avanzan sobre los formatos tradicionales y las App hoy permiten una transversal difusión territorial y temporal de contenidos, con el agregado de los podscats, para escuchar, ver o reproducir en cualquier momento. El contenido sigue siendo sagrado, y eso, por ahora, sólo puede darlo un periodista de fuste.

Pero ya no será aquel ser circunspecto y lúgubre que llega abrazado de las letras, el derecho o las artes a iluminar como un faro el oscuro andar de las sociedades desde algún púlpito mediático.

El conocimiento se socializa de otro modo, siempre que las posibilidades de acceso lo permitan, y he aquí otro riesgo de la desigualdad social.

Las representaciones sociales migran rápidamente, y con ellas los periodistas.

Fue el filósofo escocés Thomas Carlyle quien, a mitad del siglo XIX, acuñó la definición de que el periodismo es el cuarto poder, y que se erigía como un contrapoder de la sociedad positivista. Dice la historia que fue el pensador Edmund Burke, en la Cámara de los Comunes en 1787, quien referenció el concepto por primera vez.

Como sea, hoy también eso está en riesgo y cada paso que retrocede el periodismo independiente, la sociedad lo hace en forma invisible pero contundente.

Si el futuro trae un nuevo paradigma para los periodistas, también lo trae para la sociedad. Los primeros parecemos advertirlo más marcadamente, mientras que para muchos se trata de un problema sectorial. Quizá sea la hora que muchos se ocupen de dar la talla.

 

(*) Este artículo de Opinión de Gustavo Sánchez Romero se publicó originalmente en el portal Dos Florines.

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