
Ricardo Leguizamón
“De todo esto se desprende que la memoria retiene también el olvido”
Confesiones, San Agustín
Estanislao Estaban Karlic nunca supo, de mi boca, que yo escribía este libro. Preferí esa distancia. No es un hombre al que le agrade demasiado hablar de sí mismo. Y yo no me propuse un libro testimonial. Busqué retratarlo tal cual es, un hombre con luces y con sombras; también un hombre distante. La santidad que algunos creen haber visto en él quedará para otros, más entendidos. Nunca lo vi como un hombre santo. De modo que procuré abordar su figura como el hombre público que ha sido, que es.
San Agustín, un pensador de la Iglesia al que Karlic recurre muchas veces, dijo alguna vez esto: “No todos los hombres malos pueden llegar a ser buenos; pero no hay ningún hombre bueno que no haya sido malo alguna vez”. No sé si Karlic ha sido malo. Es un hombre que ha estado en puestos clave, en situaciones difíciles, y en esos momentos y esas situaciones le ha tocado tomar decisiones. Y las decisiones que toma alguien con poder –Karlic lo tuvo: veinte años fue arzobispo de Paraná, durante seis, presidente del Episcopado—a veces gustan, y a veces disgustan. “Este hombre orina agua bendita. No tiene maldad. Pero se ha equivocado mucho en sus decisiones”, me dijo un cura ya retirado que tuvo con Karlic un duro enfrentamiento.
Karlic pagó con su distanciamiento del clero paranaense sus innumerables viajes a Roma, sus compromisos en el Episcopado, su camino, demasiado largo, hacia el cardenalato, que por fin consiguió en 2007. Los curas siempre lo sintieron ausente y distante. Pero nada de eso opaca su lugar en la historia de la Iglesia de Entre Ríos, con aciertos y también con errores.Karlic ha volcado su vida por completo a la Iglesia, y lo hizo de modo conciente, reescribiendo el plan que ya estaba escrito para él: hijo de inmigrantes, predestinado a la Universidad y al título, si era abogado, cuanto mejor, quizá también padre de familia. Aunque estuvo a punto de cumplir en parte con ese plan: fue a la Universidad, quiso ser abogado, al final no fue nada de eso. Menos padre de familia.
Estanislao Esteban Karlic tuvo claro de muy joven cuál sería el camino que iba a transitar. Pero le dio vueltas al asunto antes de decírselo a su padre; su madre ni siquiera llegó a enterarse: murió demasiado joven. La primera que lo supo fue su hermana Catalina, la única de los tres hijos del matrimonio compuesto por los emigrados croatas Juan Karlic y Milka Mavric que escogió casarse y formar una familia, aunque aún así no pudo prolongar el apellido paterno. Catalina engendró sólo una vez y fue una hija mujer, que le dio dos nietos, varón y mujer. Catalina, que murió en 2012, siempre recordaría aquel afán religioso de su hermano:
--Mis padres eran católicos, pero no iban casi nunca a misa. En cambio, Estanislao iba siempre. Él solía decirme: “Yo voy a ser sacerdote”.
No fue sino hasta el año 1947, tres años después de que muriera su madre, cuando Estanislao Esteban Karlic pudo armar las maletas y empezar aquel viaje: ese año ingresó al Seminario Nuestra Señora de Loreto, de Córdoba capital, ciudad a la que se había mudado siendo todavía adolescente, apenas concluidos sus estudios primarios en la Escuela Mariano Moreno de su pueblo natal, Oliva.
Antes de todo aquello, cuando todavía no había salido de su pueblo, cuando era aún un adolescente longilíneo, narigón, introvertido, ya pensaba en ser cura, vestir sotanas. Si hasta pensó en meterse a cura antes de tiempo: sin siquiera cursar la escuela secundaria.De algún modo, ese destino lo atrapó. Aquel joven descendiente de croatas quería seguir el llamado de Dios, y allá fue: se hizo seminarista en Córdoba, viajó a Roma y allá se ordenó sacerdote.
Fue obispo auxiliar en la ciudad que lo adoptó transitoriamente, Córdoba, y más tarde arzobispo de Paraná, durante casi veinte años, y aquí se quedó después de alejarse del servicio activo para la Iglesia Católica. Su nombre alcanzaría resonancia nacional cuando en 1996 sucedió al frente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) al cardenal Antonio Quarracino, de aceitados lazos con el gobierno de Carlos Menem.
Karlic, a quien todos vieron siempre como un “moderado”, llegaría a presidir el Episcopado en el período más crítico del menemismo: durante el fin de su segundo mandato, ocurrido en 1999, cuando en la Argentina asumió el gobierno la Alianza, y cuando Fernando de la Rúa se fue en medio de la peor crisis económico social de las últimas décadas.
Cuando se retiró, se recluyó en una simple habitación del Seminario de Paraná. Y siguió trabajando.Ya siendo arzobispo emérito, jubilado, ocurrió aquello que muchos hubiesen deseado que ocurriese antes, cuando joven, antes de cumplir la edad límite, los 75 años. En 2007 el papa Benedicto XVI, con quien había compartido la redacción del Nuevo Catecismo de la Iglesia Universal, lo hizo cardenal. Aunque tarde: un cardenal viejo, sin derecho a voto en una eventual elección de papa.
Así y todo hubiese sido un buen final para su extensísima vida religiosa. Pero ocurrió la ventilación de un gravísimo caso de abuso de menores en el Seminario, un escándalo que lo devolvió al centro de la escena del peor modo, y lo dejó contra las cuerdas de una investigación judicial. La sombra del encubrimiento consiguió nublar casi por completo sus dos décadas de gobierno pastoral en Paraná.
Este libro cuenta ese largo camino que recorrió, de su breve permanencia en Oliva, pasando por su formación en un estricto colegio de varones, hasta el otro Karlic, el huidizo hombre que jamás aceptó hablar de sí mismo, ni siquiera de los escándalos que, muy a su pesar, lo rodearon. Algunos hechos se saben públicamente, otros los conocen unos pocos, pero hay momentos de su vida que se desconocen, hasta ahora.
(*) Prólogo del libro "Karlic, las dos vidas del cardenal", del periodista Ricardo Leguizamón. Editado en 2013 por la editorial Fundación La Hendija.