Por José Alejandro Lauman (*)
Cuentan que el Gran Alejandro Magno, en oportunidad de regresar del lejano oriente, atravesando el desolado y abrasador desierto de Libia, camino a Egipto, en una travesía que algunos consideran como una de las decisiones desacertadas del insigne conquistador, junto a su ejército de Hoplitas fieles, se vio afectado por la fiebre, tal vez producto de la gran deshidratación. En ese estado de las cosas y en un determinado momento, uno de los infantes que lo acompañaban visualizó un charco de agua cristalina en medio del desierto, y presuroso llenó su casco metálico con el líquido y corrió a llevárselo a los labios resquebrajados de su Señor. Alejandro, acercó sus labios hinchados al borde del yelmo y cuando su boca estaba por tocar la frescura que lo aliviaría, sus ojos volaron por un instante hacia su tropa y vio. Vio que miles de ojos lo observan con gesto ansioso, y Alejandro, que por algo era Alejandro, derramó el agua y gritó con voz ronca: “Hasta que el último de mis soldados no se haya saciado de agua Alejandro no beberá!!”. Y miles de gargantas gritaron su nombre…
Lejos, muy lejos en el tiempo, un General sudamericano, pobre, macilento, enfermo y derrotado reúne los despojos de su ejército en un pueblito, casi un caserío, luego de la derrota de Ayohuma. Ha llegado a las casitas de adobe en la noche y desconoce el número real de sus efectivos. Apresuradamente manda tomar lista de los que allí se encuentran, a duras penas llegan a 400; un grupo de hombres que ya no son un ejército, que son apenas unos sobrevivientes que llevan el miedo y la derrota a cuestas en sus mochilas.
El General Belgrano, los deja descansar unas horas y luego, rayando el alba, toma revista de sus hombres… misteriosamente ninguno ha huido amparado en la noche. Uno a uno los nombra con su voz suave y casi inaudible, y todos responden con su presente. Y entonces, nuestro General, nuestro dulce y noble General Belgrano autoriza la retirada total de sus tropas ante el enemigo que se aproxima, manifestando, sin embargo, que esa excusa no era válida para él, que se quedaría a luchar solo si era preciso para morir dignamente y así salvar el honor del ejército. Y ante su rostro, esos hombres temerosos vuelven a convertirse en soldados, cuando gritan al unísono: “No!!! Todos nos quedaremos y moriremos con nuestro General!!!”.
Posteriormente el enemigo realista escribiría: “Belgrano cometió errores tácticos; sin embargo, las tropas comandadas por el General rebelde demostraron una valentía y una prestancia propia e igual de cualquier fuerza europea, a tal punto que parecían franceses” .
A través de los años he leído sobre el extraño magnetismo que impulsa a los hombres a seguir a un líder. Fácil es imaginarse el poder de atracción que ejercerían un Julio Cesar, Napoleón Bonaparte, Carlomagno, Rommel, Patton o nuestro San Martín. La personalidad de seres humanos tocados por el sínodo del destino con gloria. Que mortal se puede negar a beber, aunque sea gotas que caigan de la magnificencia de los predilectos de Marte?. Existe algo de luz y algo de siniestro que hipnotiza el alma humana y lleva a seguir encandilados a estos hombres de la historia. Son los Héroes de las Eras.
Pero con los antihéroes, es otra historia.
Resulta extremadamente difícil entender por qué los hombres elegirían seguir a un líder derrotado, desafortunado. En una primera instancia resulta incomprensible la extraña actitud de unos pocos, que luego son cientos, miles, que silenciosamente se encolumnan detrás de un personaje histórico y lo acompañan hasta el fin, sin importar el resultado final de la travesía. Fácil es imaginar a Alejandro , el semidios de la guerra vitoreado por sus hoplitas bajo el sol del desierto de Libia; casi podemos ver el cuadro, es visualmente racional…..pero a Belgrano, en el caserío, derrotado, enfermo, sucio, desanimado….la imagen del fracaso! Se lo imaginan vitoreado por sus Patricios?.
Allí radica el enigma. Allí radica el misterio. Sin embargo, tal vez en la misma naturaleza de las cosas se encuentra la explicación más sencilla para entender este fenómeno. Como dije antes, los marcados por la Gloria, los predilectos de la Victoria, iluminan los ojos de los hombres y sus ojos no son más sus ojos, sino los del Líder, siguen sus pasos porque no tienen otra mirada. No pueden tenerla, el esplendor se las ha arrebatado; su alma y sus razonamientos se encuentran arrebolados en la visión del prohombre que va más allá de las singularidades en miras al avance de los pueblos.
El antihéroe, sin embargo, no tiene ese poder sobre las masas, su magia reside en lo singular, si bien él no tiene la imagen del héroe victorioso, proyecta en sus semejantes esa posibilidad con su ejemplo. En cada uno de los semejantes, que tiene la suerte de existir cerca de uno de estos idealistas. Hace creíble la utopía, despierta el sueño en cada hombre, lo alienta con sus propias alas rotas a seguir, para que su sacrificio no sea en vano. La lucha entonces se torna una cuestión de honor, cada individuo noble siente el deber inexcusable de seguir al idealista romántico, de ese que hablaba José Ingenieros, aunque no exista victoria, el éxito se torna irrelevante, solo importa la Gloria singular, humana, de acompañar al luchador caído. Solo eso importa. Y nada más. Y cada hombre se dignifica al beber de la copa individual de la gloria que le ofrece el antihéroe, y vuelve a sentirse único bajo el sol. Vuelve a sentirse HOMBRE.
Manuel, finalmente perdió sus batallas, muriendo solo, enfermo y sumido en la pobreza.
Sin embargo, la falta de éxito, no lo condicionó para que no siguiera luchando, aunque no existieran victorias.
Fue quien recreó la FE, acercó el horizonte para que cada uno observara por sí mismo el abismo de su propia libertad y asumiera los riesgos de la utopía. Nunca fue, ni es aun, vitoreado por las masas, pero cada hombre y mujer de su época y los de hoy que sueñan con una patria mejor, ven el amanecer del futuro posible con sus propios ojos.
Belgrano se los dio.
Belgrano se los abrió.
Cada argentino pudo mirarse al espejo de la historia y decir singularmente “YO SOY” y hacerse responsable de sus actos ante las generaciones venideras.
O al menos, eso pretendió hacer Manuel Belgrano. Al fin y al cabo era un antihéroe.
Nos creó un deber moral, o despierta en momentos críticos el que estaba adormecido. Por ello, nunca fueron masas los que lo saludaron. También en este 20 de junio del 2020. Fueron personas singulares, hombres y mujeres argentinos, que solitariamente se congregaron; para recordarlo en este momento de la República.
Sintieron el llamado uno por uno por sus nombres. Y respondieron.
Como respondió el ejército derrotado, al triste y vencido General Revolucionario, hace casi 200 años, en el caserío desolado de Ayohuma.
(*) Actual subjefe de la Policía de Entre Ríos