Langostas, un recuerdo con pesadillas

Imagen ilustrativa

Las langostas llegaron a Entre Ríos.

Raymundo Kisser*

Hace varios días que, desde los medios periodísticos, se viene comentando y anunciado el avance de las langostas desde el norte. Ayer nos enteramos que llegaron a Entre Ríos, y más concretamente a Feliciano. Seguramente que este impacto, pero también motivado por una pesadilla (sueño) que tuve anoche, es lo que me lleva a escribir estos párrafos, y que pueden ser, para mí, un desahogo.

Para que nos ubiquemos: vivía con mis padres en el campo, en la Colonia Oficial Nº4 “La Colmena”, del departamento Paraná. A 15 km de Hasenkamp. No había energía eléctrica. El tractor que conocíamos era aquel de ruedas de hierro, y se lo utilizaba normalmente para poner en marcha la “trilladora”. La labranza de la tierra se hacía con caballos. Se cosechaba, primero con una “cortadora” o “segadora” se cortaba lo sembrado (cosecha fina: trigo, avena, lino, cebada). Si era trigo, se “engavillaba” y luego iba a parvas. El lino, la avena, la cebada: directamente iba a parvas. Luego venía, y cuando tocaba el turno, la trilladora, que sacaba los granos de la paja. La paja normalmente iba a las parvas, que se utilizaba como reserva para la hacienda en el invierno. El maíz y girasol, lo que se llama cosecha gruesa, se cosechaba a mano. El maíz iba a “trojas”, que eran recipientes, tipo silos, que se hacían, muchas veces, con la misma planta o tallo del maíz, y por ahí, se usaba para hacer esas “trojas” los tallos del girasol, o también de cañaverales. La separación del maíz del “marlo”, se hacía con máquinas (desgranadoras), normalmente a fuerza de hombre. El girasol: se lo separaba de la “cabeza” golpeándolo con una madera o masa. Recuerdo que mi padre se las había ingeniado, separar la semilla del girasol, con un sistema de “pisadero”, con caballos, muy similar a lo que se usaba para preparar el barro con el que se hacían y hacen los ladrillos de ese material.

Ubicados en el escenario, y en el tiempo, era muy chico, habré tenido unos 6 años, y por lo que pude averiguar, la última manga de langostas pasó por Entre Ríos, allá por el año 1954. Recuerdo que, en un atardecer, y no sé si fue verano, invierno, otoño o primavera, en el horizonte apareció, como una nube oscura, con un sol rojizo. Mis padres exclamaron: Son las langostas….

Lo que a partir de ahí viví, quedó en mí memoria y para siempre. Esa noche, a la luz de una lámpara a kerosén, porque aún no habíamos acceso al “Sol de Noche”, vi llorar desconsoladamente a mis padres. A título de ilustración, el “Sol de Noche” era un farol que funcionaba gasificando el combustible (kerosén), con la presión del aire y el calor de la propia lámpara. En cambio, la lámpara común, era una especie de candil, pero con una cobertura de vidrio, que impedía que el viento pudiera apagar con facilidad la llama de la mecha. Entonces, a la luz de esa lámpara, vi a mis padres en una situación que nunca antes, ni después y que recuerdo haberlos visto. Sabían que todo el trabajo y sacrificio, en muy poco tiempo, quedaría en la nada. Recuerdo que muy temprano, al día siguiente, mis padres empezaron a colocar unas chapas en los límites de los sembrados, chapas que las llamaban “barreras”, que sin mal no recuerdo las proveía el propio Estado. Esas chapas, que servían como un tapial, permitían que las langostas chocaran contra ellas y se amontonaran, y ahí aparecía mi padre con un aparato que se llamaba “lanza llama”, que funcionaba a kerosén, que con la presión de aire que se le inyectaba, y la temperatura del fuego, gasificaba el combustible, y ello justamente hacía lanzar llamas, y así se quemaban las langostas, como una forma de controlar un poco su avance, y tratar de proteger lo que estaba plantado. Todo el sacrificio sirvió, pero no fue lo suficiente.

Recuerdo que, a la tarde, del segundo día de llegada de la “manga de langostas”, mi madre preparó el “sulky”, y se fue hasta Hasenkamp a comprar más kerosén, que lo traía en damajuanas de vidrio de unos 10 litros cada una. Ese era el principal elemento combustible con el que se podía controlar, en algo, a la “manga de langostas”. Sin embargo, las consecuencias quedaron: Se devoraron lo que encontraron plantado. Llegaron hasta la huerta, donde solo quedaron las varas de lo que se había plantado. Se comieron las hojas de los árboles. El monte había quedado pelado. De las chilcas solo quedaron los tallos, y lo único que no se devoraron fueron las palmeras caranday. Ese año, mi padre pudo “salvar” sus animales con las parvas de paja de trigo y lino. A las lecheras las suplementaba con algo de maíz molido y afrecho. El maíz, que, para dárselo, debía llevarlo previamente hasta el pueblo (Hasenkamp) para que se lo molieran, y al “afrecho”, lo lograba llevando embolsado al trigo, a un molino harinero de María Grande, en un carro tirado por 4 caballos. De ahí traía el “afrecho” (la cáscara del trigo), y algo de harina para consumo nuestro. El resto de la harina se la vendía al propio molino, previo descuento del costo de la molienda. Con el maíz molido y el “afrecho”, hacía una mezcla para alimentar algunos animales, especialmente las lecheras, los cerdos, las gallinas. Desde luego, eso implicaba un año perdido, sin ningún beneficio, y más bien todo era pérdidas. Lo poco que quedaba, solo alcanzaba para iniciar una nueva campaña de siembra, y siempre con la esperanza de que, nuevamente, no regresaran las langostas.

Ese es el recuerdo que tengo de las langostas. Y pensar que hoy, después de tantos años, porque no recuerdo que hubieran ingresado alguna otra vez a Entre Ríos, o por lo menos en la zona dónde vivíamos, parece algo imposible. Anoche, a través de un sueño, me volvieron estos recuerdos, y fue lo que me lleva a plasmar estos párrafos.

Hasta resulta increíble que después de tantos años, volvamos a tener semejante “plaga”. No puedo entender que la ciencia y la tecnología con la que hoy contamos, no sea suficiente para parar esta “manga de langostas”. En aquél entonces, al gobierno de turno, no le era indiferente la llegada de esta plaga. Asistía a los productores, e incluso les “compraba” los huevos de langosta, como una forma de incentivar su destrucción y propagación. Porque después de la langosta “voladora”, llegaba, al tiempo, la langosta “saltona”, que supongo provenían de los huevos que esta plaga dejaba enterrados. Si mal no recuerdo, el Estado proveía las chapas “barreras” y también las “lanza llamas”. Había créditos blandos para que el productor pudiera reiniciar un proceso de recuperación. Se lo cuidaba al productor. Todos sabían que de ahí provendría la riqueza para todos, y el País se desarrollaría o crecería. Había un Estado presente, y era así, más allá de los gobiernos de turno. Desde fines del Siglo XIX, por lo menos así me lo comentaban mis abuelos y mis padres, ningún gobierno dejaba de acompañar al productor de campo.

En cambio, hoy, al Estado todo esto le es indiferente. No veo, ni observo preocupación por el Gobierno Nacional, ni el Provincial ante la presencia de esta manga de langostas que, por lo visto, ocasionan el mismo estrago de entonces. Hay un desprecio muy notorio por el productor agropecuario, cuando es el único que en 6 meses puede generar millones de toneladas de cereales y oleaginosas, que salen por nuestros puertos, y permiten el ingreso de las divisas.

Más allá del recuerdo que en apretada síntesis quiero dejar plasmado, quiero salir al ruedo y provocar, y a lo mejor, despertar al Gobierno Nacional y Provincial de turno, para que reaccionen frente al ingreso de la langosta en la Provincia de Entre Ríos. Que no la subestimen, porque los daños que producirá y generará son tremendos. Y no tengo dudas que llevará, en estos momentos difíciles por los que transita el productor agropecuario en general, mucho tiempo y sacrificios el recupero. Entonces, a despertar y actuar, porque es lo que corresponde.

Disculpas si a alguien molesté, pero como simple ciudadano, esto no me es indiferente.

*Exlegislador y abogado

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