La Argentina “práctico-inerte” y el dolor de compararnos con España

El abrazo entre el padre y el abuelo de Lucio una vez que se conoció la sentencia para las acusadas de asesinar al nene.

El abrazo entre el padre y el abuelo de Lucio una vez que se conoció la sentencia para las acusadas de asesinar al nene.

Por Miguel Wiñazki (*)

 

Una mujer nos atiende en un bar. Es argentina. Vive en Madrid hace 20 años. Me cuenta: “Una señora argentina también pidió ayer un café con leche y me preguntó a mí '¿Cuánto es en Argentinos', en relación con el precio que desde luego es en Euros”.

-La moza, o la camarera como le dicen aquí, le contestó: “Cómo saberlo”.

-Me dice la clienta (nos cuenta la moza) lo mismo: “Cómo saberlo”.

No sabemos cuánto es lo que gastamos, ni en España ni en Argentina tampoco.

Esa moneda de incógnito que tenemos, no vuelve inciertos a todos. ¿Cuánto cobramos? ¿Cuánto gastamos? ¿Cuánto cobraremos, cuánto gastaremos?

Es un no saber dónde estamos parados, ni hacia dónde vamos.

Estamos perdidos mientras los lobos de la política discuten entre ellos los problemas de ellos.

Las comparaciones son odiosas, pero a veces son instructivas. En Madrid desde donde se escribe ésta columna, predomina otro ritmo, más relajado.

Esa observación es a la vez un clásico argentino, ver con mejores ojos el exterior que nuestra ardua realidad. Pero ¿no es cierta esta mirada al menos en relación a ciertos países tradicionalmente cercanos a la Argentina?

Es verdad, por supuesto, que es más fácil recorrer un país o una ciudad que vivir en ella. La vida no es candorosamente sencilla en ninguna parte y habrá madrileños que refuten esta hipótesis, pero a los ojos de un argentino promedio intrusado por la inflación, y la incertidumbre, la manera de caminar, de conversar y de transitar las tabernas de los madrileños y de los españoles en general es diferente.

Circulan como si no estuvieran en plena temporada de trabajo, más tranquilos.

En la Argentina vivimos en vilo.

Todo el tiempo.

Porque sujetos que no representan a nadie quieren tomar Lago Escondido, porque Jones Huala que amenazó al país es un ente y uno no se explica cómo semejante nulidad causó tanto estremecimiento, porque derramamos tantas lágrimas por Lucio y por Fernando Báez Sosa, y aún las condenas respectivas no las conjuran ni consuelan, porque los muertos y tan violentados yacen sin remedio.

Aquí en España también hay horrores, porque el ser humano suele deshumanizarse en todas partes, pero -y esta una mirada de flaneur participante- hay un aroma a que la vida vale.

Antes España fue un infierno muchas veces. Una gran guerra la ensangrentó masivamente entre 1936 y 1939, y después vino Franco, y después ETA, y mil y un desastres.

Pero algo parece haber cambiado a pesar de la política y de las oleadas de Podemos que insistía e insiste en producir chavismo para seguir haciendo daño.

Algo cambió por fuera de los círculos políticos tradicionales, algo se transformó en la sociedad.

Cuando uno ingresa a un supermercado en España, percibe por contraposición, el indudable derrotero hacia la venezolanización que vivimos en Argentina. Acá no falta nada. Hay de todo.

Y allí las góndolas se vacían, mientras se envían matones orgánicamente a controlar precios que son incontrolables porque la inflación es más profunda, inconmensurablemente más profunda.

Hay una categoría sartreana interesante a la que se le puede dar una vuelta de tuerca para comprender algo de lo que nos ocurre en la Argentina. Se denomina lo “práctico-inerte”, la definimos aquí como una praxis que se simula productiva pero que permanece pasiva.

Tomemos un ejemplo atroz: el caso Lucio. El funcionariado que debió alertar sobre lo que ocurría estaba “funcionando”, autoridades diversas que no pudieron o no quisieron no ver al chico gravemente lastimado. Pero estaban inertes. Simulaban un funcionamiento, petrificados en sus puestos, momificados, cobrando sus sueldos, pero sin actuar. Y eso es letal. Lo práctico inerte es literalmente mortal en muchísimos más casos de los que suponemos. Hay una dirigencia política sumida en lo “práctico - inerte” según lo definimos aquí, hundida en una praxis retórica pero inerte en la realidad.

Hay miles y miles de burócratas que están parapetados en sus ventanillas diversas, pero no están allí. Están sí, pero no están. Son inertes, pasivos, hundidos en la simulación de un exhibicionismo como si fueran, como si fuéramos en rigor, muñecos de una casa de muñecos o de muñecas, que tenemos facciones, pero no dinámica, ni vida real.

Lo práctico-inerte anula a buena parte de la Argentina.

No a toda la Argentina por supuesto, porque la mayoría se mueve y hace, y salva vidas y ayuda y trabaja de sol a sol.

Pero los burócratas inertes hacen mucho daño, hieren a los que tanto hacen por salir adelante.

Hieren, con heridas que no cierran, y que se ahondan, mientras el tiempo se nos pasa irremediable.

 

(*) Esta columna de Opinión de Miguel Wiñazki fue publicada originalmente en el diario Clarín.

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