El caso Rodenas: ¿Importa la verdad?

Por Coni Cherep (*)

Es interesante debatir el tema. Una conversación con un empresario de medios me encendió la mecha. Es un tema central, pero claramente postergado por el periodismo, si, pero para el resto de la sociedad también.

Es cierto, también, que hay verdades y verdades. Y que además existe el relativismo moral e ideológico. Y que en ese corset, muchas verdades se licúan en nombre de supuestos intereses superiores. Parciales, claro, como todo lo que depende de intereses, posiciones ideológicas o religiosas.

Hay una vieja frase bíblica que apareció en nuestras jóvenes manos periodísticas en 2002, cuando avanzamos sobre el denominado «Caso Storni», y en el que se ventilaron los comprobados abusos sexuales del Arzobispo santafesino sobre algunos seminaristas.

«La verdad nos hará libres» sentenció entonces el Cura José Guntern, testimonio valiente e indispensable para esclarecer aquellos hechos y que le valieron casi una paliza de los colaboradores de Storni, para que firmara retractación por lo dicho.

Y entonces, esa frase comenzó a rodar por las redacciones santafesinas, haciendo hincapié en el valor supremo de la descripción de los hechos, caiga quien caiga, a la hora de hacerlos públicos. La verdad, como tal, no es otra cosa que la descripción de los hechos, probados o en condiciones suficientes de ser probados. Lo diga o no un juez, lo desmienta o no el autor, le convenga o no a un sector o a una organización, o a un empresario.

Los hechos son la verdad. Y ahí comienza una disquisición que no es menor: el ángulo desde dónde uno ve los hechos, cambia la perspectiva y convierte al hecho en uno distinto. O lo divide. O pone sobre los hechos, un manto de interpretación subjetiva que termina provocando un debate.

Ahí están, sin ir muy lejos, el debate sobre la legalización del aborto. O el consumo de drogas. O el menos confuso pero no por eso menos polémico «Caso Chocobar», o para nuestro «metier», el reciente «Caso Santoro», que derivó en el procesamiento de un periodista por la interpretación de sus publicaciones. En fin: la verdad es relativa, lo sabemos. Pero cuando los hechos son hechos, y la relevancia de los mismos impacta sobre el verdadero interés público, no se puede ocultar. Y si se oculta, o se niega, o directamente se la ignora, estamos negando el principio elemental de honestidad.

Y claro, para justificar esas prácticas hubo quienes inventaron el término «honestismo». El honestismo, un tema que tuve el honor de discutir con el inmenso Martín Caparrós, es riesgoso: poner en tela de juicio a las personas que bregan por la honestidad, en cierto punto termina siendo una manera de justificar su falta. Termina siendo un voto a favor de quienes no la portan y se burlan de los que la sostienen como principio. Es cierto, no es posible cambiar la realidad sólo con honestidad. Pero es imprescindible su presencia para que los cambios sean reales y profundos. Con honestidad es posible, sin ella no nacerá nada que no tenga el vicio original y una revisión posterior.

En Argentina, y para ser justos, en todo el mundo, la verdad ha sido enterrada como valor. La propia palabra ha sido puesto en dudas. En cualquier discusión de bar o en cualquier sobremesa de domingo, la propia mención a la verdad implica un debate. Todos somos dueños de una parte de la verdad, seguro, pero al mismo tiempo- según esa relativización sistemática- todos terminamos velando por la suerte de una parte de la mentira.

Decir la verdad, no es una garantía. Sino todo lo contrario. A nadie lo acusarán por decirla, claro. Pero los dueños de esos intereses afectados por la divulgación de esa verdad, seguramente considerarán al portador como peligroso. Y cuando la verdad se vuelve peligrosa, lo que en realidad está en peligro es la libertad de expresión. Y con ella, todos los demás derechos.

El audio Rodenas, y el disvalor de la verdad

Las pruebas de una verdad, ni siquiera sirven para la confianza de quien la escucha por primera vez. Es posible que quien la escuche, o la lea, o la vea, termine temiendo que las próximas verdades lo terminen involucrando. Y en ese temor, el temor a las verdades, nace un nuevo paradigma: decime la verdad, pero sólo si me conviene.

Hace exactamente tres meses, publiqué el audio de un narcotraficante prófugo- que consta en un expediente judicial- en el que decía claramente a su abogado , ante lo irreversible de su detención, que le diga a «ella que si no le sirve a ella, le tiro igual, decile a la Rodenas (ex jueza, diputada y vicegobernadora electa de Santa Fe) , que me de una mano la Rodenas».

El audio está judicializado y fue obtenido por la justicia tras recuperar el teléfono celular del ex prófugo Esteban Alvarado, luego de que éste lo hubiera arrojado a un lago en Ruo Tercero, al momento de su detención.

La palabra de Alvarado, transmitida a su abogado, no era un dato menor: La entonces diputada Rodenas, se había visto involucrada unos meses antes en un confuso episodio vinculado no sólo a Alvarado, sino a sus abogados: Rodenas interrumpió un allanamiento en una isla entrerriana, mientras Alvarado era buscado por Prefectura. Y cito textual al sitio Rueda de Prensa: » en una isla ubicada en jurisdicción de Victoria. Hasta allí llegaron con una orden de allanamiento. Intentaron entrar con la orden del morador, pero no había nadie e irrumpieron. A los cinco minutos de ingreso del personal encargado de la custodia de los ríos, llegó en lancha hasta el lugar la exmagistrada y actual diputada nacional Alejandra Rodenas. Estaba acompañada del abogado Paul Krupnik, asesor letrado de Alvarado, entre otros pesos pesados de la vida rosarina. “Esta es mi casa, ¿por qué allanan?, yo la compré”, señaló la legisladora en la ocasión. Cuando supo que la orden venía del Ministerio Público de la Acusación (MPA) y que la causa era por el crimen de Maldonado, cambió su relato. “Primero dijo que era de ella, luego que se la habían ofrecido y terminó diciendo que quería alquilarla para las fiestas”, señaló una fuente de la investigación. Por lo bajo decía “esto es político, puede ser una operación de cualquier lado”. Lo primero, quedó registrado en el acta de la Prefectura. Lo segundo, conjeturas lanzadas al aire por la diputada justicialista «.

El audio de Alvarado terminó de configurar aquella escena. Le dió veracidad. Rodenas parecía estar cumpliendo con la palabra del Narco Alvarado, y lo hacía ni más ni menos que en compañía del abogado del narco prófugo. Era la verdad. Pero estabamos en medio de un proceso electoral y a la mayoría de los periodistas que se ocupan de esos temas pareció no importarles el dato. Ninguno de los grandes medios de la Provincia, ni del país, se hicieron eco del asunto. Y desde entonces, mi nombre parece tachado por los medios de comunicación de mi ciudad.

El empresario de medios que conversó conmigo, y que dió origen a esta nota, me dijo: «Vos dijiste la verdad». Pero marche preso. Ni en su empresa, ni en muchas otras, hay lugar para mi. O porque «no es la altura del año para hacer cambios», o porque como me dijo un empresario amigo – y a quien comprendo por las mismas razones- «Si yo te llego a poner a vos, me cago la relación con Perotti para siempre».

Sencillo: la verdad no importa. O sólo importa cuando conviene. Es probable, que el Juicio a Alvarado se tramite con la lentitud que ofrecen los tiempos políticos actuales. Es probable, también, que los periodistas que lo investigan, omitan- como ya lo hicieron- el nombre de la ahora poderosa funcionaria santafesina. Es probable, también, que un juez con cojones se anime a avanzar y determine responsabilidades adecuadas a la verdad. Pero también es probable que haya Cámaras y Cortes que lo anulen.

La verdad importa cada vez menos. Y resulta peligrosa. Lo que implica una degradación institucional, un triunfo de la indecencia, de la cobardía, de los intereses privados por sobre los públicos, y la consagración de la impunidad.

Porque Rodenas es la nueva vicegobernadora. No vaya a ser que se moleste. No vaya a ser que termine tomando medidas que incomoden, que te saquen de la comodidad, que te quiten esos privilegios.

O aún peor. que no puedas trabajar en tu ciudad.

 

(*) Publicado en conicherep.com

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