Por Bernardo Salduna (*)
Leyendo una conocida autobiografía del gran político británico Winston Churchill, narra un episodio personal que me resultó por demás interesante: Buscando datos históricos sobre las guerras napoleónicas, a comienzos de los años 1930, Churchill visitó la ciudad de Münich, en Alemania.
Adolfo Hitler recién comenzaba a destacarse en el panorama político germano, y el visitante inglés manifestó su interés en conocerlo.
Se contactó con un joven alemán, que oficiaba, algo así como hombre de “relaciones públicas” del jefe nazi, quien le prometió un encuentro a solas entre ambos.
En la conversación preliminar se habló del tema del antisemitismo.
El intermediario defendía la postura hitleriana con el argumento que los judíos arruinaban a Alemania, eran especuladores, ladrones, usureros, explotadores.
Con estricta lógica, Mr. Churchill replicó: que, si era así, había que perseguir y castigar al ladrón al especulador, al usurero al explotador.
Pero que el no entendía por que la persecución se extendía incluso a ancianos, mujeres o niños, sin culpa, por el sólo hecho de su origen racial o religioso.
“Puedo comprender -decía Winston- la ira contra unos judíos que hayan perjudicado a su país. Pero, ¿qué sentido tiene oponerse a un ser humano simplemente por su nacimiento? Un hombre no elige la forma en que nace” 1.
Parece que el relacionista trasmitió a su jefe la opinión de Churchill, el hecho es que la entrevista se canceló.
Más allá de lo anecdótico, el episodio es demostrativo de algo que en la historia se ha repetido más de una vez: en momentos de grave crisis nacional, sea en lo económico, en lo social o en lo político, que genera angustia y desesperanza a grandes sectores de la población, aparece una figura, por lo común de fuera del sistema –“out sider”, le diríamos ahora- que señala un culpable: un grupo de personas ligadas a una raza, religión, cultura, ideología, actividad o lo que fuere.
Lo que es peor, consigue que la gente le crea, se convenza que eso es así.
Entonces, la solución al problema no puede ser otro que la eliminación del elemento perturbador, de ese tumor maligno, inserto en el cuerpo social.
No pretendo por supuesto extrapolar situaciones de tiempo lugar y circunstancias que son, con toda obviedad, totalmente diferentes.
En la Alemania de los años 30 se consiguió convencer al pueblo, por lo menos a una buena parte de é , sufriente por el costo de vida, la desocupación, la derrota en la guerra, que los responsables eran los elementos extraños enquistados en el organismo, en forma especial, los judíos.
Conocemos en qué terminó eso.
De nuevo repito que no pretendo equiparar situaciones: pero entre nosotros, también en momentos de crisis un candidato ha levantado la consigna, y comprobamos que mucha gente la ha creído: hay economía en crisis, inflación, inseguridad, pobreza, falta de trabajo ¿quién tiene la “culpa”?
No un determinado gobernante o figura pública, con nombre y apellido y responsabilidades concretas: la tiene eso que indistintamente se ha dado en llamar la “casta política”.
El candidato, promotor del término, agrega al sustantivo “casta” los adjetivos de “parasitaria, chorra e inútil” 2.
Si tomamos correctamente el término “casta”, no en el conocido de las clases sociales de la India, sino en el más general del diccionario como "grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás”, es forzoso concluir que se refiere a todos, hombres y mujeres, que actúan en política.
Es cierto que, en un sentido amplio la dirigencia política no se ha lucido mucho los últimos tiempos.
Pero, ¿es correcto, y sobre todo, es justo, atribuir responsabilidades “en bloque” a gente que no le cabe el mismo parámetro o, directamente es ajeno/a a los desaguisados cometidos? ¿todos los políticos y políticas que actúan o han actuado en los distintos ámbitos, nacional o local, se merecen en igual medida los duros calificativos que mencionamos más arriba?
Para mucho gente votante, pareciera ser así.
Entramos entonces en un terreno peligroso: la democracia, bien entendida, se basa en el principio de tolerancia, respeto, confrontación de ideas.
Honestamente, no parece muy “liberal” alguien que proclama ser el único “bueno”, descalificando en bloque a los del otro lado.
En la difícil tarea de gobernar, más todavía, en una sociedad padeciendo una crisis profunda como la Argentina, será necesario, indispensable, más el consenso que la confrontación.
Si el eventual futuro mandatario, que ha descalificado sin mayores distinciones a sus adversarios, se ve obligado a buscar acuerdos ¿sus votantes no considerarán una claudicación esta “transa” con la “casta”?
Y, si no lo hace, y busca cortarse sólo, ¿podrá gobernar?
Dificil encrucijada.
Hasta hoy, sin respuesta.
Citas:
(1) “La Segunda Guerra Mundial” , W.Churchill, ed. El ateneo, B.Aires 2021, pag.70.
(2) Javier Milei – “es el fin de la casta política, parasitaria, chorra e inútil" (Infobae, 14/8/2023)
(*) Especial para ANALISIS. Exmiembro del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos.