Radiografía de un río en disputa
El Salado nace en Salta, se hace raquítico en Santiago del Estero y muere en Santa Fe, donde desemboca en el Paraná. Es un río que siempre acarreó problemas. El recuerdo más próximo es la inundación de 2003, cuando ese hilo de agua –que es ahora– se desbordó y tapó gran parte de la capital provincial. Hoy ocurre todo lo contrario: el Salado está casi seco, sobre todo a la altura de Tostado, en el norte santafesino, cuyos 4.500 habitantes respiraron aliviados la semana pasada, luego de que llovieran unos 90 milímetros, algo que no ocurría desde hacía más de dos años, cuando comenzó la sequía más aguda del último medio siglo. A esa zona llega un despojo del Salado, el único río que pasa por allí, y sirve para saciar la sed tanto de los tostadenses como del ganado, el sustento histórico en esa región.
La lluvia logró enfriar un conflicto que estaba candente desde hace meses. Porque más allá de la sequía hay otras causas que determinaron que el Salado prácticamente se secara en el norte de Santa Fe, debido a que los santiagueños retenían el río en una estación subniveladora ubicada en Colonia Dora, Santiago del Estero, separada por unos 160 kilómetros de Tostado.
En ese lugar, Santiago del Estero sólo dejaba pasar 1,4 metros cúbicos por segundo de agua, menos de la mitad de lo que establece un acuerdo firmado en 1996 que fija que esa provincia debe liberar 3 metros cúbicos por segundo en Colonia Dora.
La postura de los santiagueños, de amarretear el Salado, generó tensión con Santa Fe. Hace un mes, el gobernador Hermes Binner se comunicó con Zamora para exigirle que cumpla con el pacto y abra la canilla del río. El socialista le pidió a la Nación que intercediera en la disputa. El ministro del Interior, Florencio Randazzo, agendó para los próximos días una reunión con los gobernadores de Santa Fe, Santiago del Estero y Salta para acordar nuevas reglas de convivencia y uso del río.
Pero después de que Santa Fe amenazara con llevar el caso a la Justicia, los santiagueños cedieron, y el martes 22 de noviembre, bajo un sol desquiciante, que hizo estallar los termómetros que marcaban 41 grados y una sensación térmica de 56, un grupo de trabajadores de la Secretaría del Agua de Santiago finalmente abrieron las compuertas en Colonia Dora.
El agua marrón comenzó a fluir río abajo, hacia Santa Fe, en grandes borbotones. Llegará a Tostado en una semana y llevará un poco de calma a los pobladores de esa localidad, que habían amenazado con cortar la ruta 98 que los une con Santiago si Zamora no liberaba el río. Algunos hasta especulaban que podría ser el prólogo de una remake de la guerra del agua, que estalló a mediados de los 90.
La apertura de las compuertas de Colonia Dora no aportará soluciones de fondo; es sólo agua fresca en medio de la emergencia. “Hubo un gesto de madurez por parte de Santiago del Estero, pero hay que buscar soluciones de fondo para que esto no vuelva a ocurrir”, afirmó Pablo Storani, director provincial de la Administración de los Recursos Hídricos de Santa Fe.
El viernes 25 de noviembre se cerró de nuevo la represa, donde pasaban casi 5 metros cúbicos hacia Santa Fe. Y el río volvió a nutrir los canales derivadores que proveen agua a los cultivos de la zona. El martes se repitió la operación y el Salado corrió otra vez río abajo. Nadie sabe bien cuánto podrá funcionar esta convivencia. Sólo se espera que aguante hasta que se reúnan los gobernadores.
Este conflicto no es sólo fruto de la feroz sequía. Hay otros elementos en juego, que son consecuencia directa de la extensión de la frontera agropecuaria. Hace 20 años en el sur santiagueño el paisaje estaba compuesto por montes espesos de quebrachos y algarrobo. Hoy los campos están cada vez más vacíos de árboles y más tapizados de soja. En los últimos diez años se incrementaron en más de 550 mil hectáreas las explotaciones agropecuarias, en un 80 por ciento de soja.
Ese yuyo crece en tierras poco aptas a pesar de los avances tecnológicos que se gestaron con la siembra directa. Hace falta agua, que se obtiene por medio del riego, en una región extremadamente pobre, donde los pueblos y parajes diseminados por la zona (un 40,5 por ciento de los santiagueños vive en zonas rurales) no tienen agua para consumo humano.
Los campos se nutren de agua a través de canales que surcan esa tierra árida.
Aunque parezca un despropósito del destino, esas explotaciones se inundan de manera artificial. Como hace 200 años, el método que se usa es por medio del riego por inundación.
El agua ingresa a los sembrados por una zanja conectada a los canales y, tras desbordar las acequias, moja la tierra. Es un método desaconsejado por el INTA debido a la cantidad de recurso que se desperdicia, explicó Critica Digital.
La llegada de la soja al sur santiagueño no modificó la histórica postergación económica y social de la zona. Y el negocio de la tierra se asienta sobre esos cimientos. Según la Defensoría del Pueblo de Santiago, 24 mil de las 28 mil familias que viven en zonas rurales no tienen títulos de propiedad. Las empresas o pooles de siembra sólo pagan las escrituraciones. Algunos prefieren que las familias que ocupan el campo por generaciones sigan allí, con la cría de chivos, que no molesta a nadie. Otros los desalojan, como denuncia frecuentemente el Mocase. Pero a las familias que sobreviven en los campos cada vez les cuesta más, a causa del frenético desmonte. El agua se transformó en un recurso económico. Los campos linderos al Salado valen cuatro veces más.
Colonia Dora, una represa llena de sábalos y promesas
“Sacá la foto cuando salga el chorro”, dice el empleado santiagueño, con su cabeza tapada por un gorro y una toalla. Desde hace tres horas que no puede abrir la compuerta y está a punto de abandonar la tarea en Colonia Dora. Abajo, sobre el río, un grupo de pobladores de la zona caza sábalos con una red y un arpón. En una bolsa de red tiene una docena de sábalos que le servirán para alimentar a la familia durante una semana, por lo menos. Finalmente el chorro que anuncia el empleado santiagueño sale medio escuálido. “Ahora van a tener agua de sobra”, dice el empleado, en referencia a los habitantes de Tostado, que reclaman que el Salado deje de estar seco. En pocas horas, los canales que llevan agua a los campos quedan vacíos.
“Esto va a traer problemas. Esperemos que llueva de una vez por todas”, advierte el encargado del Ministerio de Aguas de Santiago. Como si fuera un presagio divino, la noche siguiente el cielo se ennegreció y cayeron 75 milímetros. El agua trajo calma otra vez.
(Foto: Critica Digital)