Antonio Tardelli
Pero al momento de los detalles surgieron las objeciones. Brasesco mencionó a los potenciales interlocutores y Montiel, inflexible, vetó a varios. Que con éste no, que con éste tampoco, que con aquella menos. La vía del diálogo, imposible, había muerto antes de nacer. La terquedad del primer mandatario explica en buena medida cómo una situación delicada se fue convirtiendo en una crisis gravísima que no acabaría con su gobierno pero sí con su legitimidad.
La debacle del gobierno de la Alianza, que desde el primer gabinete de Fernando De la Rúa exhibió una decepcionante apuesta por la moderación, fue el telón de fondo de la situación entrerriana, que sin embargo ofrecía particularidades. La dirección del Poder Ejecutivo Nacional, que en el perfil de varios de sus ministros iniciales garantizaba la continuidad económica neoliberal, no se correspondía exactamente con la concepción montielista. El gobierno del abogado paranaense fue cualquier cosa menos neoliberal. Más: algunas de sus iniciativas (adquisición del Hotel Internacional Mayorazgo, compra de aviones, creación de empresa de comunicaciones, entre otras) comportaban una expansión estatal al precio incluso de descuidar principios de sana administración. Ese aspecto, que una década después puede lucir anecdótico, en realidad no lo es. Un gobierno de ese tipo significaba en la provincia –a diferencia de lo que sucedía en la nación– una ruptura con el pasado inmediato. Pero lo que era virtud, o al menos así podía ser presentado, apenas si fue libreto para una oposición peronista que, hegemonizada por el bustismo, encontraba en el estatismo de Montiel su contracara perfecta. Un discurso simplificador atribuyó las dificultades del momento, hijas del agotamiento de un modelo que llevó al Estado a una virtual situación de quiebra, a un par de delirios oficiales estructuralmente inocuos.
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