El fin de la utopía macrista

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¡Teléfono en la Redacción!

—¿Qué dice, che?
—Ahí vamos. ¿Usté?
—Medio desganado.
—No es para menos con todo lo que pasa.
—No me diga.
—Mire. En enero de este año, una persona que trabajaba a cambio de un salario mínimo en la Argentina recibía unos 560 dólares.
—Ajá.
—Esa misma persona, en este mes de septiembre, cobrará el equivalente a 270 dólares. Casi exactamente la mitad.
—En eso consiste el ajuste, ¿no?
—Sí. Y todas las personas que viven de ingresos fijos van a percibir el tremendo impacto de esta reducción del poder adquisitivo de sus ingresos recién en algunas semanas.
—Claro, no es inmediato. Si lo fuera estaríamos todos en la calle. A nadie le bajan el sueldo a la mitad y se queda quietito.
—Seguro. Pero bueno, me enoja un poco que ese dato central, el más importante para el común de las personas, sea el menos mencionado en los medios.
—Ya lo dijo Nietzsche, los seres humanos inventamos el lenguaje para creernos las mentiras que decimos.
—¿Dijo eso?
—No sé, pero podría haberlo dicho.
—Ja.
—Si no fue él, fue Voltaire. ¿Él era quien marcaba que uno de los usos de las palabras consiste en ocultar los pensamientos?
—Sí, creo. Como sea, ese dato –tan poco enfatizado por analistas expertos en economía y finanzas– es el elemento central de cualquier análisis que se quiera hacer sobre lo que está pasando.
—Bueno, pero usté no es economista.
—Ni lo quiero ser. Pero tengo siempre presentes las palabras de Scalabrini Ortiz.
—¿Cuáles?
— “Estos asuntos de economía y finanzas son simples y sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo”.
—¿Eso no era de Jauretche?
—De Scalabrini. ¿Quiere la cita?
—No, le creo. ¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿En serio cree que las cuestiones de economía son tan sencillas?
—No sé, eso dijo Scalabrini. Yo no soy economista, apenas si trato de leer y de entender, como para sacar mis conclusiones. Lo que sí creo es que al macrismo se le quemaron los papeles hace rato. Las cosas no salieron como ellos creían –en una mezcla de necedad ideológica y de perversidad política– y ahora no saben bien cómo hacerle frente a los problemas…
—Que no causaron ellos…
—Que no causaron ellos, pero sí agravaron. Le leo: “El problema de fondo (de la Argentina) es que importamos más cosas de las que exportamos, y en definitiva siempre salen más dólares de los que entran. Y no hay muchos lugares de dónde sacarlos: ahora es el endeudamiento externo, el Gobierno anterior vendía reservas acumuladas. Son distintas formas de hacerle frente y las dos tienen sus problemas”.
—Ajá. ¿Quién lo dice?
—Francisco Barberis Bosch, economista, investigador y docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UndMP) e integrante del colectivo “Economistas Progresistas”.
—Alguien podría decir que es opinable que ése sea el principal problema de la Argentina.
—¿Cuál sería entonces?
—No sé. La desigualdad. Que haya un tercio de la población en la pobreza, por ejemplo.
—Claro, pero ocurre que una cosa es consecuencia de la otra. En 1974 (por tomar una fecha cualquiera) la pobreza en la Argentina era menor al 4 por ciento. Somos uno de los pocos países en el mundo que en vez de progresar, empeora.
—Mire usté.
—Ese problema estructural debería relegar otras discusiones que, sin embargo, son las que en la Argentina siempre están por delante. Ahora bien: el macrismo aseguraba que venía a resolver ese problema y que sabía cómo hacerlo. ¿Y cuál era el plan?
—La receta de siempre de los neoliberales.
—Hmmm no, era levemente diferente. No se proponían privatizar, a diferencia de la derecha clásica.
—Aunque eso quizás sea porque el contexto no se los permitía y lo sabían.
—Cierto. Básicamente, el plan explicitado era algo así: desregular la economía, liberar el dólar del cepo y abrir un gran blanqueo para que vuelvan capitales que los argentinos (incluidos los del Gobierno) tienen en el exterior (medio PBI según se estima: unos 250 mil millones de dólares), todo ello para atraer inversores externos sin necesidad de recurrir al FMI: “la lluvia de inversiones”, que nunca llegó.
—Claro. ¿Se acuerda de Dujovne posando con el cartelito “No volvamos al fondo”?
—¡Cómo olvidarlo! Pero no era ministro aún.
—No. Pero sí explicaba el plan del macrismo.
—Exacto. Por eso mostraba el cartelito. Espere, tengo por aquí sus palabras textuales: “Hay una campaña extrañísima, organizada por el kirchnerismo, donde asocia el arreglo con los holdouts con volver al Fondo. Justamente, me parece una propuesta contrapuesta la del gobierno, que es salir del default, poder financiarse en los mercados internacionales para no tener que ir al Fondo".
—“Para no tener que ir al Fondo”.
—Sí. Ese era el discurso. "La Argentina ha elegido no ir al Fondo, ha elegido la vía gradualista vía endeudamiento en el mercado y no con el FMI", decía Dujovne. Y agregaba, como para que quede claro por qué no había que ir: "El FMI quiere poner condicionamientos que la Argentina no va a querer tomar (...) la tasa que te cobra el Fondo es más barata pero a cambio te pide programas de monitoreo, entre otros puntos".
—Ni soñaba en ese momento que dos años después él sería ministro y volvería a pedirle al Fondo...
—No lo sé. Vio que hay gente que piensa que sí, que han planificado todo lo que ocurre, incluso el dólar a 40, porque son personas malévolas y codiciosas que se llenan de dinero con el desastre ajeno.
—El discurso del “vinieron a hacer esto”.
—Eso mismo.
—Donde “esto” significa: endeudar al país, destruir los ingresos de los sectores medios y bajos, acrecentar la desigualdad, vaciar el Banco Central, volver al FMI.
—Sí. La frase es muy repetida entre personas que, a mi juicio, necesitan explicaciones simples. Yo no comparto, creo que jamás pensaron que estos serían los resultados de su “brillante plan”.
—Y yo no quiero ser tan simplista como ellos, pero a veces hay que serlo: basta ver el rostro del Presidente para corroborar que esto no es lo que esperaba.
—Sí. Está cada vez más parecido a su padre. A la edad de su padre, mejor dicho.
—Yo lo veo cada vez más parecido a Mr. Burns, el de los Simpons.
—Como sea, creo que no dudaban del shock de confianza por llegar al poder y desalojar al “demonio populista”. Eso debía bastar para recuperar a los inversionistas, especialmente desconfiados con la imprevisible Argentina. Pero además, al eliminar las retenciones se iba a potenciar la actividad agropecuaria y minera e iban a entrar recursos para financiar la transformación gradual de la Argentina.
—Sin ir al Fondo.
—Sí. Endeudándose en otros ámbitos y todo eso –sumado al blanqueo, que anduvo bastante bien– mientras se hacían algunos pocos ajustes para reducir, un poquito, el déficit fiscal. Un poquito, no mucho, porque la obra pública tenía que seguir, por todo su impacto positivo. Al mismo tiempo “sincerarían” tarifas de servicios, costo que el electorado macrista parecía dispuesto a pagar, y con esos dibujos sostener un fuerte apoyo social a los sectores más vulnerables para que no resultaran tan castigados por las medidas.
—De eso hemos hablado. Ese era el plan, la utopía macrista. La reconstrucción capitalista de la Argentina. Pero algo falló.
—Es que las anteojeras, como es evidente, nunca permiten apreciar el panorama completo. Si encima no se quiere girar la cabeza hacia atrás o hacia los costados, la cosa se agrava.
—Me perdí. ¿De qué habla ahora?
—De que el dogmatismo de estos tipos (“el mejor equipo de los últimos 50 años”, según el Presidente) los llevó a esto. Nada salió bien.
—Pero además, del mejor equipo quedaron sólo los suplentes. Buena parte rajó del Gobierno hace rato. Melconian, Prat Gay, Malcorra, Aranguren, Isela Costantini, Conte Grand, Lousteau, son algunos de los titulares del “mejor equipo” que dijeron adiós antes de que pasaran dos años del gobierno de Macri. Los que quedaron son los suplentes.
—Cierto. Y el desempleo creció a 9,3%, el trabajo en negro y la desigualdad se incrementaron. La inflación, como es obvio, no bajó. El déficit fiscal tampoco. Y todos estos números son previos a la disparada del dólar. Los economistas advierten que en 2018 se corre el riesgo de que decrezca: el PBI retrocedería tras este mazazo.
—Agréguele que dentro de un año, el principal indicador por el cual Macri pidió que su gobierno fuera juzgado le valdrá un aplazo brutal: la pobreza (que el kirchnerismo había dejado en un 30%) empeoró, aunque nadie puede decir cuál será el número en 2019. Antes de la brutal suba del dólar, los indicadores oficiales ya hablaban de un 33%. ¿De cuánto será ahora que los ingresos fijos se redujeron (en dólares) a la mitad?
—Vaya a saber. Todas estas cifras (del Indec, que ahora “no miente más”, como les gusta decir a los oficialistas) sin duda se agravarán cuando se mida el impacto de la caída del poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y AUH casi a la mitad. Pero además, la gestión de Macri emitió nueva deuda por más de 120 mil millones de dólares. Un aumento bruto de 80 mil millones, sin contar la nueva por el acuerdo con el FMI.
—El mejor acuerdo de la historia. ¡Ja! Unos 50 mil millones más hasta 2020.
—En resumen, Macri en 2019 dejará un país más injusto, más desigual, con más déficit fiscal, con menos producción, pero además endeudado.
—Una combinación complicada, no sé si no termina en otro 2001. Según Lauritto, va a ser en octubre…
—Nah. Dijo que no dijo lo que dicen que dijo. Una cosa es que la situación esté complicada, que nadie lo duda, otra muy distinta es que haya alguien pensando en empujar al Gobierno. Es muy diferente. Pero también lo es el contexto político: el peronismo está desunido, el kirchnerismo está debilitado y es incapaz de convocar a movilizaciones masivas: es muy notable la soledad de las declaraciones indagatorias de Cristina ante el juez Bonadío. Y en el peronismo quienes más esfuerzos hacen por juntarse no parecen interesados por patear el hormiguero.
—Al contrario: parecen más proclives a que Macri haga el ajuste que en privado creen que debe hacerse y en público critican. Claro ejemplo de esto es el gobernador Gustavo Bordet.
—Y si la cosa no ha estallado es porque el macrismo ha tomado medidas que, cuando las tomaba el kirchnerismo, criticaban duramente. No sólo las retenciones o los refuerzos que anunciaron recién. Sino también lo que venían haciendo. Por ejemplo, sus presupuestos tienen récord de recursos volcados a la ayuda social: el 76% del gasto primario es para eso, el más alto desde 2002, cuando la inversión social fue del 77,2 por ciento.
—¿Cómo se explica eso? ¿El gobierno de la derecha, ampliando el gasto social?
—Se explica por su plan: la idea “gradualista” era una especie de pacto social tácito donde las clases medias y medias altas iban a poner más (vía tarifazos) para sostener los subsidios a los sectores más vulnerables, de manera que abajo nada estallara mientras ellos “normalizaban” la Argentina. Esa era la utopía macrista.
—Pero la idea era que a ese sueño no lo pagaran los sectores más vulnerables, sino los sectores medios, entre ellos sus propios votantes.
—Claro. Porque los sectores medios protestan, pero se ajustan un poco y siguen adelante, porque se dan cuenta de que no se puede sostener tres aires acondicionados en una casa con un sueldo promedio. Algo de eso había anticipado Javier González Fraga, titular del Banco Nación: "Les hicieron creer que con un sueldo mínimo podían tener plasmas y viajar al exterior".
—En síntesis apretada: la clase media debía ajustarse y pagar, a los ricos había que achicarles impuestos para que inviertan más y a los pobres asistirlos para que no hubiera saqueos. El plan perfecto.
—Claro. Y gracias al libre mercado vendrían inversiones para que la Argentina prospere. Una nueva versión de la teoría del derrame de los neocon, matizada con “sensibilidad social”.
—Y por un tiempo pareció funcionar, como lo recordó Macri en su discurso de la semana pasada: el consumo no bajó, la economía creció moderadamente, hubo récord en algunos rubros (construcción, automóviles, viajes al exterior y dentro del país), la inversión creció, la ola de despidos o de cierres anunciada no se produjo.
—El problema es que el plan no era viable. Y no es que nadie lo advirtió. Los avisos de que el intento podía terminar muy mal fueron innumerables y desde varios sectores diferentes, sin tener en cuenta aquí a los profetas del apocalipsis. Desde la derecha ortodoxa que reclamaba ajuste brutal y nada de gradualismo desde el minuto cero, hasta los economistas de izquierda o estructuralistas que advertían que el contexto mundial era hostil a ese plan, pasando por los que visualizaban las limitaciones técnicas, muchos señalaban que todo podría fallar por múltiples razones: por ejemplo, que al no verse resultados a corto plazo se cortara el financiamiento externo, como ocurrió.
—O lo que ya empezó a pasar: que el grueso de los sectores medios se rebele ante tantos pedidos de esfuerzos, hartos de ver cómo los sectores más pudientes no los hacen.
—Claro. Y sin descuidar las anteojeras ideológicas: el libreto liberal de la apertura económica y la desregulación, cuando el comercio mundial está cayendo y las economías están protegiendo su mercado interno, está a contramano. El modelo en base al cual se construyó la utopía macrista no encaja con el contexto mundial.
—Igual, la película no terminó. Y aun puede ser peor. Aunque en estos días hubo acciones de saqueos aisladas nada es comparable con los sucesos que conmocionaron al país en 2001, año del cual la memoria social tiene recuerdos indelebles: decenas de muertes, dolor, represión, angustia, trueque para comer.
—Seguro. Pero casi como espejos, el antimacrismo furibundo de algunos sectores no les permite ver con claridad los procesos que están ocurriendo, como antes el antikirchnerismo furibundo no les permitía a otros ver los procesos que acaecían en los años previos y que derivaron, precisamente, en que hoy nos gobierne este experimento neoyuppie de la derecha argentina, con dos o tres ideas básicas de un manual escrito en otro lado, un coach ontológico ecuatoriano, una experiencia de gobierno en el distrito más rico del país, y no mucho más.
—Como sea, pase lo que pase en lo que resta de la gestión macrista, si hay algo que no hay ninguna posibilidad de hacer, es recuperar el poder de salarios y jubilaciones tras el mazazo. Porque permítame recordarle que de enero a la fecha, los ingresos fijos se redujeron (en dólares) a la mitad.
—Claro. Por eso es el fin de la utopía. Salvo para los funcionarios de la CARU. Esos tuvieron la mejor paritaria: ahora ganan el doble (en pesos).
—No me lo recuerde. ¿La seguimos en quince días?

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