Por Bernardo Salduna (*)
Me acuerdo un cuento del recordado Gabriel García Marquez: en un pequeño poblado, una vieja a quien se atribuían ciertas condiciones adivinatorias , dice una mañana a sus vecinos: “algo terrible va a ocurrir hoy en este pueblo”.
Rápidamente, la noticia se difunde: se comenta en la iglesia, en la calle, en el mercado, en la plaza, en el almacén.
En algunos casos se le agregan algunos ingredientes que parecen confirmar o tornan más oscuro el presagio.
Hacia el mediodía, el pánico cunde en la mayoría del pueblo.
Alguien, más o menos importante, dice que él no se va a quedar a sufrir las consecuencias de la catástrofe.
Carga sus petates, recoge a su familia y se marcha raudamente.
“Si este se va, es que algo va a pasar”, piensan y dicen otros.
Y lo van imitando.
Al caer la tarde, el éxodo de los que se van del pueblo en tropel, en autos, carros, a pie a caballo o en bicicleta, es imparable: se detienen las actividades y los negocios, se abandonan propiedades, se produce embotellamiento de tránsito, accidentes con muertos y heridos.
A la nochecita, la vieja de la profecía, viendo el pueblo abandonado y en desbandada, le comenta a uno de sus nietos: “¿Vieron? Yo dije que hoy en este pueblo iba a ocurrir algo muy grave”.
Me vino a la memoria el cuento al escuchar, días pasados, que se aconsejaba a los que tenían pesos en el banco que abandonasen el “excremento”, bajo advertencia que, de no hacerlo así, podrían ser gravemente perjudicados.
Paralelamente, alentaba la suba del dólar porque “va a ser más fácil dolarizar” (¿)
Y, quien lo decía, no era un cualquiera, sino un candidato presidencial, con serias perspectivas de sentarse en el sillón de Rivadavia.
Es sabido, el capital más grande de un banco o entidad financiera, es la confianza del público.
Si se mina este elemento, el sistema entra a tambalear.
El efecto es el previsible: se difunde la noticia, los ahorristas disparan de los depósitos u operaciones a plazo fijo en moneda local.
Lógica consecuencia entre otras: una corrida hacia el dólar u otra divisa “fuerte”, que experimenta en pocas horas una suba fuera de lo normal.
Tendencia que se inició la semana pasada, pasó los $ 1.000 la moneda americana, ahora parece que bajó un poco.
Elemento que, como es obvio, nos acerca peligrosamente, aún más, a la hiperinflación con sus consecuencias en salarios, costo de vida, empobrecimiento, etc etc.
Era cierto entonces, lo que se nos advertía: algo grave iba a ocurrir.
La vieja parábola de la “profecía auto cumplida”.
No puedo dejar de preguntarme, como simple ciudadano, cuál puede ser el objetivo o el propósito del aspirante presidencial que formula tales augurios.
Él no puede ignorar, la circunstancia que ello ha de tornar más dura y difícil la, desde ya muy grave, situación que vive la Argentina.
¿Trátase de un intento deliberado de impulsar la conocida fórmula de “cuanto peor, mejor”?
¿Y con qué objeto?
Ya la ensayaron algunos en la Historia.
Con las evidentes diferencias del caso, me viene a la memoria, el caso de Perón: exiliado en Madrid, allá a principios de los 70, creyó poner en jaque a la dictadura militar argentina, alentando a la “juventud maravillosa” a “formaciones especiales”, a los grupos armados,-Montoneros, ERP- que empezaron a surgir por aquellos años.
El auge desatado de la violencia, la inseguridad, la bomba y el atentado, bueno para acorralar a los militares, creyó el líder justicialista poder controlarlo una vez en el poder, pues “Los muchachos acatarían la disciplina, dejarían los “fierros” y habrían de encolumnarse en paz”.
De la misma forma que Javier Milei piensa, quizá, una vez en la Rosada, poder ordenar y poner en caja las fuerzas descontroladas de un mercado económico -financiero, que parece írsele de las manos a los que gobiernan ahora.
Si este fuera el propósito, “no importa el caos porque yo lo arreglo”, recomendaría tener cuidado con la estrategia: es bueno recordar como terminó aquello, para prevenir lo que puede pasar en esto.
(*) Especial para ANALISIS, exmiembro del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos