La mentira como estrategia política y la desvalorización de la palabra y neoliberalismo

La relativización de todo es una de las fórmulas de la devaluación de la palabra y de la ausencia de responsabilidad por el decir, afirma el autor.

La relativización de todo es una de las fórmulas de la devaluación de la palabra y de la ausencia de responsabilidad por el decir, afirma el autor.

Por Antonio Ramón Gutiérrez (*)

 

Si hay algo que la actual fase del discurso capitalista, en su acción de colonización subjetiva, transforma en primer lugar, es la relación del sujeto con la lengua. La desvalorización de la palabra, la negación de su poder, se presentan hoy desnudadas en el habla cotidiana donde cada cual se siente autorizado de decir cualquier cosa sin asumir responsabilidad alguna por sus dichos, como si no revelaran acaso la posición del sujeto que los formula o como si éste no fuera hablado por el lenguaje.

Los individuos no se sienten involucrados en lo que dicen y, cuando se los interroga sobre sus dichos, responden: “son sólo palabras, es un decir, no tiene importancia”. Es así como en política se puede insultar al otro, injuriarlo, sin que ello conlleve costo alguno ni se deba rendir cuentas por las manifestaciones verbales. Son sólo palabras, a las palabras se las lleva el viento, lo que se escribe con la mano se borra con el codo, parecieran ser las consignas de estos tiempos volátiles.

La relativización de todo es una de las fórmulas de la devaluación de la palabra y de la ausencia de responsabilidad por el decir. Hoy el pez por la boca ya no muere, o muere, pero no hay acuse de recibo ni pudor. No interesa si en una alocución no coinciden el enunciado con la enunciación o si los hechos tangibles de la llamada realidad desmienten los decires. En este último caso se recurrea la forclusión, el repudio liso y llano de lo evidente. Es así como la tierra puede ser plana, no existir la ley de la gravedad, el sol girar en torno de la tierra. No habría ya que rendir cuentas al consenso de la lengua, todo da lo mismo, según los intereses de cada cual, según el goce particular de cada uno. Las noticias falsas, la mentira deliberada como estrategia política, el ultraje de la lógica, la falta de fundamentación, la negación de lo dicho, la discusión desde el no saber, la opinología desde el desconocimiento, están a la orden del día en esta especie de locura extendida que habita nuestro errático país.

 

La mentira instrumentada como acción política

 

Siempre existió la mentira como condición estructural al lenguaje. Para Jacques Lacan hay lenguaje propiamente humano, en su dimensión simbólica, a partir de la posibilidad de engañar, diciendo inclusive una verdad. El engaño y la mentira no inciden sólo en el oyente, sino también en el hablante que los formula y que se extravía a sí mismo en el decir. La diferencia es que hoy la mentira y el engaño están generalizados y son empleados deliberadamente, más que en cualquier otra época, como mecanismo de acción política. Quienes mienten a sabiendas ya no se sonrojan ni los limita el pudor. La consigna en el horizonte de la época es mentir y falsificar los hechos.

Pero, además el deseo es incompatible con la palabra. El deseo no es una expresión ni un anhelo, sino una decisión y un testimonio. Si se lo vocifera no es deseo sino falsa promesa o autoengaño. “A partir del lunes dejo el alcohol” suelen prometer a sus familias algunos alcohólicos, lo que confirma que difícilmente lo hagan. Que un candidato político diga: “Síganme, no los voy a defraudar” debería ser motivo más que suficiente para no votarlo, dado que en ese caso la defraudación está asegurada. Si un candidato promete en la campaña electoral la felicidad y la alegría, hay que tener por seguro que lo que aguarda es la tristeza y la desazón. Si otro afirma que va a terminar con la casta política, hay que dar por seguro que tendrá, no bien asuma, a toda la casta metida dentro de su gobierno. Ello es estructural, por deducción lógica. Si asegura que al ajuste no lo pagará la clase media, no caben dudas que sí lo pagará. Si dice que el ajuste recaerá sobre los ricos, hay que pensar que los ricos saldrán aún más enriquecidos y que el ajuste recaerá sobre los pobres. Creer en las palabras y saber leer, no es atender sólo el nivel del enunciado de la frase, sino principalmente el valor de la enunciación que en ella se revela.

 

El desencadenamiento actual

 

¿Dónde está el límite a la errancia desencadenada, el punto de anclaje y abrochamiento de una significación? Pareciera que ya no hubiera sobre la superficie contemporánea un vértice, un principio de realidad, una referencia que reúna a los individuos por encima de la dispersión y el caos. ¿Cuál es hoy la razón para no delinquir, traficar drogas, ejercer la violencia, desplegar la pulsión de muerte?, cuál es el freno si hoy la mentira deliberada, el engaño, las amenazas, la violencia, los insultos, han sido instrumentados como metodología política desde las más altas esferas de los gobiernos de algunos países más que en cualquier otra época. ¿Cuál es el ejemplo, el mensaje que se da a los ciudadanos?

¿Dónde está la barrera ética que evite la involución y la extensión de la psicosis, cuando lo que impera son las grandes mafias especulativas financieras, los fondos buitre de inversión, el lavado de dinero, los grandes negociados, la apropiación indebida de los recursos naturales, la corrupción desatada?, ¿cuál es hoy la fundamentación, la autoridad moral, para decirle a alguien no robarás, no traficarás, cuando las figuras que deberían oficiar de referencias simbólicas, no se diferencian en muchos casos de aquellos que delinquen?, ¿dónde habita un sentido que alumbre la travesía humana?

 

La caída del Nombre del Padre

 

La desvalorización de la palabra, la no asunción de la responsabilidad por los dichos que se vierten, la mentira y las noticias falsas instrumentadas como método, la relativización en el habla cotidiana, no son sin consecuencias y constituyen el fruto de aquello que en psicoanálisis Jacques Lacan denominó “caída del Nombre del Padre”. ¿Qué es el “Nombre del Padre”? Con este concepto Jacques Lacan denomina no a un padre real, sino a un significante determinado, un punto de abrochamiento de la significación que evita que el desplazamiento de la misma sea al infinito.

Es decir, si bien el desplazamiento, la metonimia, son propios de la estructura del lenguaje (donde no hay relación unívoca ni una fijeza entre el significante y el significado), es el Nombre del Padre lo que viene a establecer un cierto límite a la errancia y facilita el advenimiento de un sentido y la posibilidad de hacer lazo social. Podemos desplazarnos en el lenguaje, deslizarnos, malentendernos, entender otra cosa, engañarnos, no estar de acuerdo, etc., pero hasta cierto límite, de manera de no salirnos del entramado social y terminar habitando las tinieblas. Ese significante (o esos puntos que ofician de Nombre del Padre) nos reúne por encima de las diferencias y permite que podamos sujetarnos a la ley simbólica, tener un mínimo asidero, algún madero al cual aferrarnos en las tempestuosas aguas humanas. Dicho en otras palabras, ese punto de basta, evitaría el caos y el reinado absoluto del más allá del placer y la pulsión de muerte, o sea, la destrucción. La época pareciera carecer de ese punto de límite a la errancia, de ese significante cuya función es ordenar a los otros significantes.

 

La sociedad arltiana

 

Ricardo Piglia, en su libro “Crítica y ficción” (Seix Barral), dice que ““Los siete locos”, de Roberto Arlt, no deja de ser una obra de ficción donde lo esencial de la realidad argentina queda dicha, realidad que no podría haber sido expresada de otro modo”. Cuenta el proyecto del Astrólogo de construir una ficción que actúe y produzca efectos en la realidad. En definitiva, las novelas de Roberto Arlt se adelantan a la realidad argentina a partir de la ficción.

La pregunta entonces es sobre el poder de la ficción. Podríamos afirmar que Arlt es poco verosímil y que su novela “Los siete locos” tiene pasajes absurdos, pero que por ello mismo adelanta la realidad, aun cuando esa realidad sea hoy más descabellada que lo narrado en la citada novela.

 

(*) Antonio Ramón Gutiérrez es escritor y psicoanalista. Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en el diario Página/12.

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