El crimen de Yolanda Duré es un capítulo más de la violencia descontrolada en una zona de disputas entre bandas narco desde hace muchos años en Paraná. Y vuelve a exponer la realidad de vecinos que desde hace muchos años viven en un lugar hostil, entre las disputas de conocidos narcos y los soldaditos que mandan para ajustar cuentas. Un informe especial de Cuestión de Fondo (Canal 9 Litoral).
En los alrededores de la Escuela Hogar, dentro de no más de un kilómetro cuadrado, los apellidos de siempre se mezclan con nuevos actores y soldaditos que van pasando de un bando a otro. Chicos de 10 u 11 años en las esquinas que están atentos para salir corriendo a buscar o esconder las armas según ordenen los jefes. Adolescentes y jóvenes menudean bolsitas o tirotean a ocasionales adversarios.
Los barrios más complicados son Consejo y La Palangana, en el medio queda el 1° de Julio y un poco más allá Villa Yatay, separado por el arroyo Colorado, un cauce con viviendas en peligro de derrumbe de decenas y decenas de familias que nunca encontraron otro lugar donde formar un hogar.
Allí se asientan los clanes criminales más conocidos y más violentos, se ocultan en los pasillos sinuosos y van avanzando en la ocupación de casas o de construcciones precarias. Allí encuentran también mano de obra que explotan con droga y para el negocio de la droga. Como se observa en cada lugar problemático de la provincia, donde se sigue retirando el Estado, sigue avanzando el narco.
Un kilómetro cuadrado donde el Estado no puede o no quiere hacer pie para la tranquilidad de sus habitantes.
Aquellos que salen cada mañana a trabajar en una dependencia pública, en una obra, a dar clases, a limpiar casas, a un comercio, a abrir la despensa o a hacer una changa. Van a estudiar o a un club o a una canchita. Son los primeros que sufren o deben acostumbrarse a escuchar los tiros a cualquier hora del día. Luchan, también, para que la violencia no sea la marca de su barrio.
Las balaceras son cotidianas. El histórico club Toritos de Chiclana, donde cientos de niños y adolescentes van a hacer deporte, debe desalojar las instalaciones cada vez que suenan los tiros, además de padecer robos constantemente.
A los patrones de la droga y de la violencia los conocen todos: los conocen los vecinos, los conocen las fuerzas de seguridad, los conocen, o deberían conocerlos, los fiscales y también los jueces provinciales y federales. Son los apellidos de siempre: Latorre, Aguilar, Morales.
Ellos dejaron de poner sus nombres a las carátulas de los expedientes y hoy siempre otros. Como los que el viernes pasado fueron detenidos por el homicidio de Yolanda. Se habló de que los tiradores eran soldaditos de Verónica Aguilar, y que el objetivo era el nieto de la víctima, que estaría vinculado a los Latorre. En realidad, nadie sabe bien cuál era la deuda, la disputa o el origen de la bronca. Pero las dos bandas tienen historias de provisión de armas a chicos para ir a tirar y matar.
Aunque algunas de estas bandas han pasado de ser pequeños clanes de narcomenudeo a ser mandamases del negocio en varias cuadras a la redonda, a proveer a otros kioscos de droga, y a realizar inversiones inmobiliarias, ninguno alcanzó el nivel de gran organización narcocriminal capaz de desafiar al Estado.
Sin embargo, entre el letargo de la Justicia Federal y los límites de la Ley de narcomenudeo en la Justicia provincial, que evidenció su fracaso para el objetivo que pregonaban, estos personajes siguen avanzando. Las autoridades de diversos organismos estatales prefieren no mirar ni preguntarse qué hacer para atender la carencia de oportunidades donde se asienta el narco.
El homicidio de Yolanda: víctimas, victimarios y mano de obra
Dos personas llegaron al barrio 1° de Julio en una moto de 150 cc. roja. Uno de ellos ingresó caminando al barrio y el conductor lo esperó por calle Galioli. El joven con el casco en la cabeza y con una pistola calibre 9 milímetros efectuó al menos ocho disparos contra los dos frentes de la vivienda de Yolanda. Caminaba con total frialdad mientras iba tirando contra las paredes y las ventanas. Luego se subió a la moto y ambos huyeron.
Yolanda estaba sentada en la mesa, mientras un familiar preparaba el mate. Al escuchar las detonaciones apenas se levantó cuando un proyectil que atravesó la ventana impactó en su espalda. La llevaron al hospital San Martín, donde poco después falleció.
Eran las poco más de las cinco de la tarde. Había mucha gente y movimiento en el barrio. Había chicos en el club Toritos de Chiclana que debieron dejar sus prácticas deportivas y los responsables decidieron suspender todas las actividades esa tarde.
Tras los llamados a la Policía, las cámaras del 911 detectaron la moto cuando llegó y se retiró del lugar. Pudieron obtener la descripción del vehículo y la campera de boca y el casco azul de uno de los motociclistas. Observaron que fueron hacia el barrio La Palangana, ubicado del otro lado de la Escuela Hogar, por calle Los Constituyentes hacia el arroyo Colorado.
Cuando policías llegan al lugar, encuentran la moto abandonada con la campera de Boca tirada encima, así como el casco azul en las inmediaciones. A partir de imágenes y testimonios, se obtuvieron los nombres de los sospechosos.
A unos 500 metros de donde se encontraba la moto, efectivos el 911 fueron a donde podrían encontrarse los sicarios. Al llegar, vieron que salieron corriendo hacia el arroyo y pudieron escapar entre la oscuridad que ya avanzaba. Varios móviles policiales llegaron y poco después observaron a uno de los acusados que salió de la zona del arroyo y pudieron detenerlo. Se trataba del joven de 19 años, Tobías Ariel Banega de Aracil.
Mientras los investigadores de la División Homicidios trabajaban en el caso reuniendo más testimonios y en busca del segundo autor, se presentó en la División Minoridad el adolescente de 17 años acusado de ser el tirador. Lo llevaron sus padres porque “había hecho algo”.
Según elementos reunidos por la Policía, el objetivo de los tiradores era un tal “Jero”, nieto de Yolanda, que tenía la junta con los de la otra banda rival. Aunque fuentes del barrio indicaron a ANÁLISIS que los asesinos se habrían confundido, porque el que buscaban no vive allí sino un hermano que no tenía nada que ver.
Es decir: los tiradores responderían a la Vero Aguilar (barrio La Palangana), quienes buscaban ajustar alguna cuenta con un soldado de los Latorre (barrio Consejo). Se mencionó inclusive que el adolescente detenido estaba ocupando una casa sobre Los Constituyentes que había “comprado” Aguilar. Era carne de cañón de este grupo narco liderado por la mujer con antecedentes por narcotráfico pero que siempre se las arregla para quedar en libertad.
No es la primera muerte del menor detenido: el 8 de febrero del año pasado, cuando tenía 15 años, manipulaba una pistola y sin querer el arma se accionó. El disparo terminó con la vida de Lautaro Vidal, de 13 años. Poco después de este trágico episodio, dos hombres en una moto llegaron a la casa del menor y a punta de arma de fuego amenazaron a su familia para que entreguen el arma utilizada en la muerte de Lautaro. La investigación de la denuncia de este episodio derivó en allanamientos en los barrios Consejo y La Palangana.
Verónica Aguilar ya estuvo involucrada en hechos de sangre similares. En el año 2021 estuvo con prisión domiciliaria en una casa del barrio Macarone, donde siguió oficiando de jefa narco y con las mismas prácticas con chicos, adolescentes y jóvenes: comprarlos con droga para ser su fuerza de choque armada. En mayo de aquel año, dos de sus soldaditos mataron a tiros a Carlos Paniagua, de 24 años.
Anteriormente, Aguilar se había radicado en barrio Mosconi. En la puerta de su casa asesinaron a un hombre (Javier Pavé) sobre calle Estado de Palestina, en mayo de 2014, hecho por el cual sus primos (“Los Monitos”) fueron condenados.
Luego se mudó a La Palangana, y siempre que ella estuvo allí ese lugar fue un foco de violencia permanente, como ahora. En 2020, Aguilar estaba en pareja Luis Gabriel “Taca” Bravo, un joven de unos 18 años menor que ella, y vivían en conflicto con otras personas. En una de las balaceras, Bravo terminó asesinado en una de las balaceras. El hijo de Aguilar, Tadeo Díaz, estuvo preso por hechos de violencia armada en la misma zona, como un fiel soldado de su madre. En noviembre del año pasado, poco después de salir de la cárcel, fue detenido nuevamente por la Policía luego de un enfrentamiento armado en el barrio 1° de julio, donde incluso recibió un balazo en el pecho.
Respecto a Tobías Banega de Aracil, quien supuestamente conducía la moto, es oriundo del barrio Mercantil, del otro lado del arroyo Colorado. Le dictaron 60 días de prisión preventiva en la Unidad Penal N° 1. Se trata de un joven de 19 años con una profunda adicción a las drogas desde hace mucho tiempo, incontenible para sus padres como suele suceder en cientos y cientos de familias. Del otro lado del arroyo encontró quien le vendiera drogas o que se las diera a cambio de tareas como las que habría cumplido el viernes pasado.
Este crimen refiere a uno de los tantos conflictos que se dirimen a balazos en esta zona de la ciudad. Detrás siempre están los mismos personajes que mandan a tirotear o que prestan las armas. A veces a los investigadores se les hace difícil establecer claramente para quién responde cada cual cuando existe una balacera, porque cuando pensaban que uno era soldadito de tal, luego aparecía en otro episodio a favor de pascual.
Por ejemplo, en la noche del 24 de enero de este año, a Brian Lencina, más conocido como “Pachi”, lo mataron de un disparo en la esquina de calles Vicente del Castillo y Tres de Febrero, pleno barrio Consejo. Menos de un mes después del homicidio, Fernando Villarroel, alias “el Negro Fer”, de 27, acordó una condena. Se hablaba de que este joven era un solado de los Latorre y que la víctima respondía a los Morales, otro clan del barrio. Pero en la audiencia del juicio abreviado, Villarroel dijo: “Yo no soy de ninguna banda”, y reconoció ser el autor del crimen porque ya lo “venían agrediendo”. En rigor, víctimas y victimarios son siempre consumidores de drogas, presos de una dinámica de violencia que no encuentra su final.
Mientras tanto, miles de vecinos quedan atrapados entre las balas. Varios de ellos cuentan en forma anecdótica cuando entraron balazos por las ventanas, que rompieron un vidrio, que rebotó en una pared, que pegó en la alacena. El crimen de Yolanda parecía ser algo posible en cualquier momento, desde hace años.