Sección

La urgencia no se puede ignorar

Plaza 1° de Mayo, Paraná.

Un miércoles gris y frío en Paraná, a media mañana, hombres y mujeres cruzaban apurados la Plaza 1º de Mayo en distintas direcciones, arrastrando sus urgencias. Yo venía de la radio. En la esquina me encontré con un compañero, conversábamos sobre posibles notas, cuando un chico apareció caminando por la peatonal. Tendría unos ocho o nueve años, y a su paso pedía alguna ayuda. Para muchos era invisible. Algunos lo esquivaban sin mirarlo, otros le negaban la moneda con la mirada perdida.

Pero Dante frenó en seco. Sacó su billetera, le preguntó por qué estaba tan desabrigado. Y sin pensarlo, dijo: “Vamos a comprarte una campera”.

El nene apenas murmuraba su nombre. Dante tuvo que preguntarle más de una vez, hasta que respondió con voz baja: “Ulises”. Y se fueron de compras.

En tiempos de crisis, de frío extremo, con cada vez más gente durmiendo a la intemperie, revolviendo contenedores o pidiendo en las esquinas, no deberíamos acostumbrarnos a estas situaciones. No podemos naturalizar este dolor, no podemos mirar para otro lado.

El Estado intenta dar respuestas. Hay refugios, hay operativos, pero nunca alcanzan. Y muchas veces, quienes más lo necesitan no llegan a esos lugares por problemas de salud mental, adicciones o desconfianza. La situación es crítica. Y pareciera que todo lo hecho es insuficiente frente al deterioro general.

La solución estructural aún no llega. Pero mientras tanto, algo podemos hacer. No todo está perdido si somos muchos los que, como Dante, elegimos mirar, frenar, preguntar y actuar.

Ese día, Ulises no solo volvió a casa con una campera. También con una mochila, una carpeta y hojas porque va a la escuela. Y cerró la mañana con un desayuno compartido, tibio como un abrazo.

Es cierto que no todos podemos hacer lo mismo. Pero sí podemos dar algo: un abrigo, un paquete de galletitas, un chocolate caliente, lo que sea. Lo importante es no pasar de largo porque en esta sociedad tantas veces indiferente, todos podemos —al menos por un rato— ser refugio.

Un gesto simple de humanidad puede transformar un día, una infancia, y también transformarnos a nosotros. 

 

(*): periodista de ANÁLISIS. 

Edición Impresa