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Transando por un cargo: candidatos falsos y al mejor postor

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El análisis de la rosca y las testimoniales.

Silvia Fesquet

“Es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces”. La frase de Churchill desnuda como pocas lo que puso de manifiesto, este fin de semana, el cierre de listas para las elecciones legislativas del 7 de septiembre en Provincia: negociaciones afiebradas, un período de gracia que debió pedir el peronismo finalizado el plazo de la medianoche después de que todo estuviera a punto de saltar por el aire, y un revoleo de nombres digno de mejor causa, con alianzas y acercamientos más parecidos a un rejunte desesperado de última hora que a una genuina y planificada estrategia en pos de objetivos concertados, el bien común y esas cosas que en una época -otra, claramente-, los representados, es decir, los ciudadanos, podían esperar de sus representantes.

Pero ahora parecen primar los intereses personales, el apetito por el poder y sus beneficios o el afán de transitar donde calienta el Sol. A veces, sin disimulo. Como el personaje de Gianni Lunadei en “Mesa de Noticias”, el Della Nata que se inclinaba y repetía “Le pertenezco”, se rinden ante la mano dueña de la lapicera y en un acto de fe se ponen a disposición, sumisos, para lo que gusten mandar.

Puede ocurrir incluso que hasta hace apenas días militaran en una fuerza opositora a la que ahora se aprestan a representar. Tampoco importa: confían tal vez en que estamos inmersos en una sociedad de frágil memoria. Con idéntica enjundia y entusiasmo, pasado mañana repetirán la pirueta para caer parados en el partido, alianza, fuerza o lo que fuere, que les asegure la posibilidad de una banca, un cargo, o un carguito. Hay aspiraciones para todos los gustos. Difícil no pensar en oportunismo puro y duro. Los tránsfugas de la política florecen a diestra y siniestra, y no le hacen asco a ninguna fuerza. Son, además, una calamidad transversal: no hay partido que se les resista.

En medio de la discusión por la conformación de las listas, resurgió otra figura bien conocida y de triste memoria: el candidato testimonial. O el falso candidato, como lo bautizó la BBC cuando el furor alcanzó su punto culminante en las legislativas de la Argentina kirchnerista de 2009. Recordemos: se trata de alguien que se postula en una lista para arrastrar votos, pero sabiendo de antemano que no piensa ocupar la banca para la cual será votado.

El máximo exponente en aquel momento fue Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, que fue a la cabeza de la lista de diputados. El ideólogo detrás de la maniobra de las candidaturas testimoniales fue el ex presidente Néstor Kirchner, por ese entonces titular del PJ. Aníbal Fernández, que era ministro de Justicia, respaldó la iniciativa como una forma de “defender el modelo”, y afirmó que quienes los votaran, sabiendo que no asumirían el cargo, lo harían porque “comprenden el mensaje”.

A juzgar por los resultados de aquella elección, hubo muchos que no comprendieron el mensaje: Unión PRO se impuso al Frente para la Victoria en suelo bonaerense. Como sea, el tema volvió a menearse por estos días, con varios intendentes peronistas coqueteando con postularse pero sin intención de dejar su respectivo gobierno municipal en caso de ganar las elecciones.

Parece increíble cómo perduran los viejos vicios de la política. No parece ser la mejor estrategia para recuperar la credibilidad perdida de parte de los votantes. No parece ser tampoco que se haya registrado el mensaje de la ciudadanía batiendo récords de ausentismo en las distintas elecciones en lo que va del año. La apatía y el desinterés son fogoneados por actitudes como estas.

La política se empeña en darle la espalda a la sociedad, y en pasar por alto sus demandas de respeto de algunos principios elementales. Se miente, se traiciona, se estafa la confianza depositada a través del voto. Se paga, tarde o temprano. Nada es para siempre.

Fuente: Clarín

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