Para adultos mayores en primera persona

Por Luis María Serroels,
especial para ANÁLISIS DIGITAL

Una reflexión de Francisco de Quevedo, escritor del Siglo de Oro español (1580-1645) destaca que “todos deseamos llegar a viejos y todos negamos haber llegado”. Un buen punto de partida para el arranque.

El escrito prometido en la introducción -sacado de un archivo-, se titula Aprendiendo a Envejecer y hemos de transcribir en su totalidad:

“Cuidarás tu presentación todos los días. Viste bien, arréglate como si fueras a una fiesta ¡qué más fiesta que la vida! No te encerrarás en tu casa y en tu habitación, nada de jugar al enclaustrado o al preso voluntario. Saldrás al jardín o al campo de paseo, el agua estancada se pudre y la máquina inmóvil se enmohece. Amarás al ejercicio como a ti mismo. Un rato de gimnasia, una caminata razonable dentro o fuera de la casa. Contra inercia, diligencia. Evitarás actitudes y gestos de viejo derrumbado. La cabeza gacha, la espalda encorvada, los pies arrastrando, no. Que la gente diga un piropo cuando pases. No hablarás de tu vejez ni te quejarás de tus achaques. Acabarás por creerte más viejo y más enfermo de lo que realmente estás y te harán el vacío porque nadie quiere oír historias de hospital”.

Prosigue: “Deja de llamarte viejo y considerarte enfermo. Cultívate en el optimismo por sobre todas las cosas. Al mal del tiempo buena cara. Sé positivo en tus juicios, de buen humor en tus palabras, siempre de rostro alegre, amable en los ademanes. Se tiene la edad que se ejerce. La vejez no es una cuestión de años, sino de estado de ánimo. Tratarás de ser útil a ti mismo y a los demás. No eres ni una rama deshojada voluntariamente del árbol de la vida. Bástate hasta donde te sea posible. Ayuda con una sonrisa, con un consejo, con un servicio. Trabajarás con tus manos y con tu mente. El trabajo es la terapia infalible. Cualquier actitud laboral, intelectual, artística, es medicina para todos los males, la bendición del trabajo”.

La prolífica educadora chilena Emma Salas Neumann, ha escrito que una de las características más salientes de nuestra época es el cambio, derivado principalmente de los avances científicos y tecnológicos y su aplicación a la vida del hombre. Entre las modificaciones más significativas producidas, cita la prolongación de la vida humana, principalmente por la aplicación de dichos avances a la medicina y al mejoramiento de la calidad de vida. Y esto ha ocurrido en lapsos relativamente breves.

Esto me lleva a reflexionar que ciertas revelaciones con característica de proeza que los medios reflejan, y que tienen como protagonistas a hombres y mujeres de avanzada edad, pasarán a ser cada vez más comunes y corrientes.

Se trata de incentivar a los adultos mayores en todo cuanto puedan realizar, sin dejar de lado su condición de verdaderos trasmisores de experiencia y consejeros infaltables ante situaciones difíciles que se dan a su alrededor.

El Foro por los Derechos de las Personas Mayores de nuestra ciudad, ha hecho un llamado a la sociedad civil y especialmente a la dirigencia política, alertando que la población envejecida “se duplicará” en los próximos años, siendo necesario que los gobiernos tomen decisiones en torno de esta proyección. Numerosos argumentos dan soporte a sus demandas a partir de los déficits existentes.

“Ha cambiado la época y predominan el narcisismo humano, el consumismo y la liviandad. Entonces el viejo que ya no produce es descartable en esta cultura”, señala la lúcida y emprendedora profesional Norma Alonso, coordinadora del Foro. Surge de su prédica un pedido de “calidad de vida y respeto”.

He optado para cierre de esta nota, por aferrarme a una frase del cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007). “Envejecer es como escalar una montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.

Edición Impresa