El otro Lencina: perfil de un asesino

Por Luis María Serroels
(especial para ANALISIS DIGITAL)

Miguel Ángel Lencina es un asesino. Mató a dos personas en menos de una semana, sin motivos aparentes, sino como consecuencia de su condición de psicópata y está cumpliendo una condena de 20 años. Sin embargo, en los últimos tiempos logró convencer a los guardiacárceles de que "se había recuperado" y estaba en condiciones de gozar de salidas socio laborales. En esta nota de ANALISIS DIGITAL, se recuerdan algunos de los detalles de las dos causas por las cuales fue sentenciado. Como para que nadie se olvide de quién se trata esta persona, ahora también detenida por su presunta participación en el secuestro de la niña Fernanda Aguirre.

El 9 de febrero de 1994, en la habitación de un motel de la ruta 18, oculto dentro de una especie de cajón que permanecía cubierto por una base de mampostería y el respectivo colchón, fue hallado en avanzado estado de descomposición el cadáver de María Dolores Domínguez. Su muerte, según pudo comprobarse, se debió a estrangulamiento. Menos de una semana después, el 14 de febrero, en un pajonal de la zona de calles Caputo y Hernandarias, fue encontrado el cuerpo sin vida de Pamela Trepán de Fischer, una joven de 18 años de cuyo paradero nada se sabía desde hacía un mes.

Diligencias policiales dispuestas por la instrucción judicial, llevaron a la detención de Miguel Angel Lencina, en lo que fue el inicio de uno de los más hechos más impactantes que registra la historia judicial entrerriana. El 16 de febrero de 1995 comenzó el juicio a Miguel Angel Lencina, llevado por la Sala II de la Cámara del Crimen de Paraná, integrada por Arturo Landó, Pablo de la Vega y Teresita Nazar. Como fiscal actuó el doctor Jorge Beades, en carácter de defensor oficial el doctor Mario Franchi y como actora civil en representación de familiares de Pamela Trepán, la abogada Rosario Romero. Se trataba de juzgarlo por dos homicidios.

En la primera jornada de la audiencia -que duró cinco horas con un cuarto intermedio entre mañana y tarde- y con muchos periodistas y numeroso público, luego de la requisitoria fiscal a cargo del doctor Ricardo González (actual Juez de Instrucción) expusieron 15 testigos, tras lo cual el tribunal dispuso un receso hasta el 21 de dicho mes, jornada reservada para escuchar los distintos alegatos.

El acusado Lencina, que en todo momento exhibió una sorprendente serenidad, como si recién se estuviera anoticiando de los hechos motivos del juicio, se abstuvo de declarar amparándose en preceptos constitucionales. Fabián Rubén Fischer, esposo de Pamela Trepán, usó 22 minutos para relatar los últimos momentos que había compartido con su joven mujer, su desesperada e infructuosa búsqueda, su denuncia y el reconocimiento de prendas de la occisa, ya que su cuerpo -dijo con voz entrecortada- se hallaba irreconocible.

Hubo un testimonio implacable de una persona que dijo que el acusado lo visitó en su casa donde entre mate y mate le contó haber matado a una chica y hasta le exhibió una mochila que pertenecía a su víctima. Una pareja que vivía en concubinato, coincidió en relatar un episodio espeluznante sobre la personalidad del procesado. Contaron que Lencina había llegado a su domicilio solicitando ser alojado transitoriamente porque se había peleado con su familia, a la vez que les mostró algunas cortaduras en su cuerpo. Transcurridos unos días, Lencina llegó con un obsequio para los dueños de casa: nada menos que una remera y un par de zapatos que habían pertenecido a Pamela.

Pero hubo una exposición que, impensadamente, se proyectó hasta nuestros días. Una señora y dos hijos suyos, les dijeron a los jueces que un hermano del acusado les confió que precisamente Miguel Angel Lencina les había proporcionado datos sobre su autoría en los dos crímenes. Ese hermano del homicida era (y es) nada menos que Claudio Lencina, alias El Jorobado. El mismo que hace poco tiempo fue sentenciado a 15 años de prisión por el asesinato del técnico naviero Alberto Koltunoff.

Esos detalles aludían a la mujer que "levantó" cerca de la terminal de ómnibus y que, llevada en taxi hasta el citado motel, terminaría ahorcando con un cordón de zapato y dejando el cadáver escondido debajo de la cama hasta ser descubierto por los fuertes olores nauseabundos que emanaba. Y también a la joven que ahorcara en el descampado, utilizando la soga de la mochila que ella llevaba y que tiempo después le regalaría a la pareja de amigos. Ambas no eran otras que María Dolores Domínguez y Pamela Trepán.

Quedó claro que Claudio contribuyó a esclarecer el caso, pero se dijo que hizo la denuncia policial incitado por sus interlocutores, aunque en forma anónima, aterrorizados por lo que acababan de conocer. Lo reconocieron el taxista que condujo a Lencina y María Dolores a las 22.45 del domingo 6 de febrero; una empleada del motel y, como para abrochar el perfil perverso del homicida, una vecina relató que éste le advirtió que escuchara la radio porque darían a conocer sobre la muerte de una mujer ¡que él había matado! Pero además, el asesino fue visto por la empleada de otro motel cercano, rondando el lugar del crimen tres días después, buscando un anillo extraviado que lo comprometería altamente.

El 1º de marzo de 1995 los magistrados lo declararon culpable, mandándole cumplir una condena de 20 años de prisión y que reciba atención psiquiátrica. No había clemencia posible. Él comprendió la criminalidad de sus actos y hasta se vanaglorió por ello.

Personalidad siniestra y perversa

La increíble proclividad a asumir un extraño protagonismo, al revelar a terceros sin cuidado e ignorando los riesgos resultantes, los detalles de sus "hazañas", dejaron en el ambiente tribunalicio una muestra de absoluta frialdad sólo posible dentro de la mente de un asesino serial. Y producto de una conducta donde valores y principios esenciales están ausentes. Donde no se advierte capacidad alguna para discernir entre el bien y el mal y, en definitiva, para no encontrar la línea que divide la vida de la muerte.

Proporcionar detalles escalofriantes de sus crímenes y a la vez invitar a escucharlos por una radio, como si necesitara aportar pruebas de un logro supuestamente enaltecedor, son aspectos de un cuadro complejo que los especialistas están en condiciones de explicar al esbozar un trazo de semejante personalidad.

Más allá de grados de imputabilidad, preparación intelectual y grado de conciencia de hechos tan tremendos y aberrantes, lo que hoy debería explicarse a la sociedad, tras una década de haberse cometido, es cómo un individuo con estos antecedentes puede ser autorizado a abandonar la cárcel sin vigilancia. ¿O es que nadie se da cuenta de que en muchos casos la conducta ejemplar de un recluso es sólo la base estratégica para generar confianza y ganar la calle? ¿Quién asume las consecuencias de los actos delictivos que realice en ese tiempo fuera de la prisión?.

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