Los conejos que mortifican a Cristina

Por Luis María Serroels
Especial para ANALISIS DIGITAL

Convengamos que el macrismo en diversos asuntos está aplicando el método de prueba y error –su hipótesis inflacionaria resultó un chasco- pero ello supone hacer correcciones inmediatas y remover funcionarios que llegan al despacho para aprender de qué se trata la cuestión. No menos cierto es que muchas vacilaciones no tienen que ver con falta de previsión en materia de proyectos, sino con haber hallado un estado de cosas que jamás nadie imaginó en su verdadera magnitud.

Una actitud que Mauricio Macri bien podría asumir ante los argentinos –y que por obra de una deficitaria y poco creativa política comunicacional no ha acertado a diseñar- sería requerir con grandeza el aporte de quienes tengan en sus manos un proyecto global que supere los graves problemas sin los contratiempos, incomodidades y ajustes dolorosos que hoy soportan muchos sectores, particularmente los de alta vulnerabilidad.

Existen en nuestra vida cotidiana una suerte de “carroñeros quebranta huesos” de la política, que sobrevuelan en las alturas para detectar qué cosas pueden aprovechar para atacar y agraviar a quien fuere, pero que jamás se les escucha una propuesta superadora que la sociedad recibiría con beneplácito.

Esta clase de pajarracos –que los sufragantes condenan a ser furgones de cola-, pueden acertar en la apreciación de problemas reales, pero no exhiben alternativas superadoras. Si hay medidas de fuerte ajuste que están haciendo estragos en el bolsillo de millones de argentinos, ¿porqué no desafiar al poder con soluciones viables que puedan alcanzar iguales fines pero descartando efectos traumáticos? Lo más terrible de las crisis es que hay que soportarlas. Con la economía –se ha dicho- puede hacerse cuanto se quiera menos evitar sus consecuencias. Pretender salir de un desastre estructural con medidas demagógicas que tarde o temprano se vuelven negativas, es pueril y hasta suicida.

En materia de artilugios para distraer a la opinión pública –según la particular concepción cristiniana-, sus incontables mensajes por cadenas nacionales con comités de aplauso y pleitesía bien instruidos son un buen punto de referencia. Sólo que la fiesta se terminó cuando se comenzó a develar en qué estado habían quedado las finanzas públicas y cuánto de peculado y malversación había decorado el despilfarro durante una docena de años.

¿Quién se atrevería a precisar con datos firmes, lo que hubiera ocurrido si en 2015 se hubiese consagrado presidente Daniel Scioli? ¿Qué conejos hubiese extraído de alguna galera para que nadie se entere de la verdad de las finanzas? ¿Y de la banda que aterrizó en el poder para enriquecerse ilícitamente como si su gestión fuese vitalicia? El plan de alternancias del matrimonio K consistía en sucederse recíprocamente hasta 2019 (una dinastía con 16 años de vigencia).

No hay dudas de que hay que poseer galera y varita mágica para lograr enriquecerse sin límites sólo con mantener posado el trasero en un mullido sillón y tejer relaciones inmorales con socios bien adiestrados en el camino de la mafia.

Hoy se descubre que los hechos de corrupción no fueron producto de slogans electorales opositores plagados de mendacidades, sino que sus detalles van brotando de otras galeras, las del arrepentimiento, la delación, las investigaciones judiciales y hasta la torpeza de un lanzador de bultos llenos con moneda extranjera para ponerlos bajo el camuflaje de falsas monjas. Y como sucede siempre cuando las bandas se dispersan, los testaferros entran en pánico diciendo haber sido usados como un popular adminículo de fino látex y aparecen lenguas delatoras en medio de acusaciones cruzadas, buscando higienizar las manos llenas de alquitrán.

Cristina Fernández y sus prestidigitaciones de falso mecenazgo con plata de los contribuyentes para seducir a la opinión pública, salen a la luz y no le alcanza con la ayuda de frases “zaffaronianas”, como por ejemplo “si se agrava la situación y en determinado momento hay que distraer la atención, Cristina puede ir presa”. Por estos días, los de atención nada distraída son los miles de jubilados que podrán encontrarse con los recursos que CFK les negó; los dirigentes sindicales que recuperarán casi 30.000 millones de pesos de sus obras sociales apropiadas por la Casa Rosada y las 15 millones de personas carentes de obra social que podrán acceder al cuidado de su salud.

Hubo un saqueo escandaloso y sistemático de fondos públicos concebido y ejecutado por quienes vieron a un acto de servicio como mero trampolín para hacerse millonarios. La ex mandataria debería buscar en su propia galera algún conejo para explicarle al país porqué se perdió el gobierno a manos de la oposición, en noviembre de 2015. Y porqué también el justicialismo busca alejarse de ella cada vez más.

No se trata de espejarse en la propuesta de “sangre, sudor y lágrimas” lanzada a sus compatriotas por el multifacético Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill, al término de la Segunda Guerra Mundial, para enfrentar la crisis sobreviniente. Ni tampoco aspirar a una versión acotada del Plan Marshall (George, secretario de Estado norteamericano) para la reconstrucción de los países de Europa Occidental devastados por esta confrontación de consecuencias apocalípticas.

Se trata -porque Argentina ha sido bendecida con recursos naturales de enorme potencialidad y claros mandatos históricos- de poner la mayor cuota de responsabilidad, entrega y patriotismo para sacar el país adelante, compartiendo igualitariamente la predisposición y el espíritu emprendedor, colocando las cargas más pesadas en las espaldas más fuertes y, principalmente, mandando a la cárcel sin contemplaciones a los ladrones públicos, confiscándoles sus bienes mal habidos.

Churchill dijo que “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. La diferencia es contundente.

Si Cristina Fernández reclama irónicamente el Premio Nobel de Economía, sería como proponer a Fredy Krueger para Premio Nobel de la Paz. Mientras tanto, quema parte de su tiempo en contar conejos.

Edición Impresa