Manos que sanan

Por N.B. de ANÁLISIS DIGITAL

El día estaba húmedo y lluvioso. A media mañana, en los pasillos del Hospital San Roque permanecían y transitaban niños, madres, padres, administrativos, médicos, enfermeros y colaboradores. En la oficina del Departamento de Enfermería, la jefa del área, Nélida Heinitz, recibe con una amabilidad dulce a este medio. Camina por un corredor, dobla a la derecha y trepa una escalera. Se dirige al Vacunatorio. Allí esperan las enfermeras Marta y María Estela, con el maquillaje retocado y una sonrisa amplia. Una sentada al lado de la otra, son compañeras de muchos años y están dispuestas a contar sobre su profesión, sobre la labor que han llevado a cabo en el hospital de niños de la capital entrerriana.

Marta se dedica a la Enfermería desde los 17 años. Ya tiene 29 de experiencia. Pasó por un centro de salud, por el sector privado y ahora hace años que trabaja en el hospital San Roque. Cuenta que en poco tiempo se jubilará y se pone contenta cuando habla de lo cerca que está ese momento en su vida. “Vengo de un centro de salud. Cuando pedí el pase al hospital me tocó la sala de maternidad que me encanta, es mi vocación. A lo largo de los años, vi muchas cosas en bebés, en embarazos o las distintas situaciones de las mamás, algunas muy lindas y otras no tanto”, introduce, antes de narrar episodios de la realidad más cruda y contrastarlos con anécdotas agradables.

A María Estela, en cambio, le falta un poco más para jubilarse. Es coqueta y divertida, atrae por su forma de referirse a la experiencia, hablando casi en clave de tragicomedia. De a momentos, chispea su relato con algo que considera un sostén para desempeñarse como enfermera: la inocencia de los niños que atiende. “El trato, el estar con los pacientes es mucho más de lo que se ve. Nosotros estamos mucho más que un médico, estamos ahí para ver sanar a un niño, estamos ahí para acompañar a esa mamá que sufre por su hijo. Lo mejor de todo es ver que ese chico se recupera, que vuelve a jugar”, expresa.

A poco de concentrarse en la vida hospitalaria, Marta recuerda que en el centro de salud vio muchísimos chicos con bajo peso, provenientes de “una situación social demasiado problemática, donde hay droga, violencia y desnutrición”.

Marta dice también que la imagen social de los enfermeros no está valorada como corresponde. “Sí hay algunas personas que te valoran, pero muchas que no. Nosotros tenemos las vidas en nuestras manos, acompañamos en el sufrimiento y por eso estamos todo el tiempo capacitándonos. Por ejemplo, estamos con las madres que perdieron a su bebé y sufren, o aquellas mujeres que se ubican en otro extremo: que tienen un hijo y lo rechazan, que le alcanzamos a su bebé para que lo reciba y te da vuelta la cara”.

Las problemáticas más graves, siempre las mismas

En el relato de las enfermeras, saltan algunas problemáticas graves que parecen no mutar demasiado con el paso del tiempo, a pesar de campañas educativas, de políticas sanitarias, de los atisbos de cambio paradigmático a través de nuevas normativas.

Ellas, por ejemplo, hablan del abandono maternal. Resaltan las situaciones de madres que dejan a sus hijos en el hospital, que los rechazan y los olvidan. “Hace muchos años, a Maternidad vino una mujer, parió a su hijo y de un momento al otro salió para no volver. Sólo vino a parirlo”, trae a la memoria María Estela. “Hace varios años atrás -agrega-, este tipo de situaciones eran, tal vez, un poco más frecuentes que ahora”.

“Muchas veces encontramos los sueros con ajuga y todo, tirados en los tachos de basura de los baños de planta baja, porque algunas mujeres que parieron se levantaron de la cama con todo, dejaron su hijo y se fueron”, intercala Marta.

“O aquellas que vienen a internar un hijo, lo dejan por esa noche y no vuelven más, lo abandonan”, acota María Estela y de inmediato señala: “Cuando esas cosas suceden, nosotros cuidamos y protegemos a esa criatura hasta que la Justicia y los organismos correspondientes le encuentran un lugar”.

Para María Estela, tampoco cambiaron las condiciones sociales de las personas a través del tiempo. “Hace 20 años atrás, veías violaciones en nenas o nenes de 3 o 4 años, hoy ves lo mismo. He visto millones de cosas, desde bebés recién nacidos y muertos, hasta nenas de 15 años ultrajadas y asesinadas. Por otro lado, llegan esas personas a consultar porque sus hijos tienen un dolor de oídos. Así son todos los días y eso que pasaba ayer pasará mañana, porque la sociedad no crece. Creo que en un punto estamos estancados”, opina.

Lo que narra María Estela, le trae a la memoria una cruda experiencia: “Hace unos años atrás, a las 2.45 de la mañana llegó una mamá que traía a su nene de 3 años con el ano desgarrado. La mujer me dijo que lo había dejado al cuidado del tío para poder salir a trabajar. Le sugerí que busque al médico policial, pero ella se negó a hacer la denuncia porque no tenía con quien dejar su hijo. Prefería que ese nene se quede con el hermano de su pareja, a riesgo de las violaciones, antes que dejar de trabajar”.

Marta, la enfermera que tiene algunos años más de experiencia, recuerda una vivencia tras escuchar a su compañera. “Yo tuve el caso de una nena de 9 años. Su papá era un militar del interior de la provincia. Una noche llegó al hospital toda lastimada por las violaciones reiteradas. Era una criatura flaquita y chiquita, tenía la mirada perdida. Resulta que antes de traerla al hospital, en otras ocasiones la habían llevado a un lugar privado donde la suturaban y luego de eso, el padre seguía con el mismo hábito. El día que vino acá, desgarrada entera, se actuó como se tenía que actuar, con todas las de la ley”, describe.

Por otro lado, subrayan la cantidad de problemas que se presentan en la vida de adolescentes por la falta de educación sexual. “Hay chicos que cumplen con los controles y buscan los métodos para cuidarse y lo hacen correctamente. Pero eso no sucede en la mayoría. No sólo hay nenas que quedan embarazadas a los 10 años producto de los abusos en su entorno familiar, también hay muchas chicas y chicos adolescentes que no saben cuidarse. Este tipo de educación no sólo tiene que estar en las escuelas, tiene que partir de la casa fundamentalmente. Y eso no pasa”, reconoce María Estela.

Condiciones laborales

El relato es durísimo, pero las enfermeras no se quiebran ante el horror. “No es fácil, pero siempre tenemos que estar en la vereda de enfrente para poder apoyar a la otra persona y ayudarla”, explica María Estela, y con sus ojos busca la mirada de su compañera que está al lado.

Añade que “hace 20 años atrás, si un bebé no tenía la leche en polvo que necesitaba, nos movíamos nosotras para conseguirla. Pero en aquella época, una madre no tenía nada de lo que hoy ofrece el Estado. Hoy tienen planes sociales, pero los chicos siguen teniendo hambre, ¿por qué?”, pregunta. “Nosotros estudiamos en la facultad pero tenemos un básico de 3.000 pesos. ¿Alguna vez alguien se sentó en serio a analizar la situación de salud? Nadie. Las que tenemos vocación de servicio, coordinamos desde los viajes del interior para que vengan a atenderse o hacerse el control, hasta hacemos de mediadoras con los médicos que no quieren atender a alguien que viajó de lejos porque llegó sin un turno”.

Luego, concentrándose más en el pasado, contrasta la diferencia con la carga horaria actual. “Antes hacíamos 16 horas corridas de trabajo, hoy son 8. Pero en cuanto a las vivencias acá adentro y la vida hospitalaria, esto ha sido imparable y casi no ha cambiado nuestro rol. Todo sigue sucediendo como hace 26 años atrás, quizás más, quizás menos, con mejor o peor calidad. Pero nosotras en el rol de enfermeras, tenemos infinidad de experiencias vividas. Porque una vez que atravesás la puerta del hospital y marcás con el dedo tu ingreso, no sabés qué va a pasar”, plantea.

Recuerda también que hace más de dos décadas atrás, el instrumental que utilizaban no era descartable como ahora. “No teníamos guantes descartables, teníamos que lavarlos, secarlos, entalcarlos y esterilizarlos en autoclave todo el tiempo. Esa esterilización era con agua y vapor. Cuando teníamos tiempo, una madrugada tranquila, movíamos los tachos de 400 litros donde se hervían los instrumentos con jabón blanco que rallábamos nosotras”, grafica y amplía el contexto: “La maternidad no tenía quirófano. Entonces bajábamos las parturientas al hombro cuando no había camilleros o los ascensores no andaban. Quizás algunas de estas condiciones han mejorado hoy, pero la parte humana del trabajo sigue siendo igual”.

Marta, en tanto, considera que el trabajo de Enfermería es más amplio en Entre Ríos que en otras provincias. “Acá hacemos de todo. En otras provincias como Buenos Aires, los enfermeros tienen un rol mucho más acotado”, sostiene.

Las que ven por los ojos y miran por las manos

Las enfermeras ven todo, reciben a los niños, madres y padres. Pero también miran con sus manos laboriosas, miran el contexto, observan el mundo detrás de un par de ojos. “Nosotros vemos una mancha morada en la piel y detrás del moretón, muchas cosas. Somos observadoras, tenemos muchos ojos. Sólo con decirle a una mujer ‘Hola mamá ¿cómo te va?’ Ves sus herramientas para desenvolverse, sus condiciones y el medio social del que viene. Muchas hacen catarsis y te cuentan sin que le preguntes. Otras te dicen que no vinieron al control para su bebé porque no tenían ropa limpia. Esas cosas pasan mucho con la gente del interior, porque los planes sociales y beneficios, por lo general no llegan al medio del monte, donde el pueblo más cercano está a 150 kilómetros. Yo tengo gente del interior con muchísimas necesidades, que vive de lo poco que tiene, sea una vaca o una cabra. En esas condiciones hay gente que no se da cuenta si su hijo tiene microcefalia”, alerta María Estela.

Marta añade otra experiencia del mismo tenor: “Por ejemplo, hace dos días vino una mamá de 16 años a Oftalmología con su hijo. Creo que era de Federal. Cuando mostró la cara del nene que estaba vendado, vimos que tenía los ojitos blancos, era ciego, pero ella no lo sabía”.

María Estela, por su parte, menciona las malformaciones y los abortos espontáneos. Reconoce que desde hace algunos años atrás, saben que se trata de los efectos de la agroindustria, los agrotóxicos y la contaminación ambiental. Cuando toca el tema, baja el tono de su voz y remarca que entre los profesionales, ha sido una especie de tabú. “Recién ahora se empieza a reconocer que son efectos del modo de producción agrícola”, apunta.

“Una vez nació un bebé que era como una tortuguita -recuerda Marta-. Tenía la forma de un caparazón duro, una cabecita chiquita como un durazno y los cuatro miembros muy pequeños. Son muy frecuentes los intestinos afuera y ni que hablar las microcefáleas e hidrocefáleas. Incluso, hace unas semanas nació un bebé con un solo ojo y la cabeza deformada”.

En otro sentido, Marta dice también que las mujeres madres consultan “todo” a los varones. “Muchas ni siquiera se animan a ponerle un nombre al hijo. Sin embargo, son ellas las que lo llevan nueve meses en la panza, las que los traen a control y cuando les duele algo. Igualmente, hay que reconocer que algo de esto ha cambiado en los últimos años. Ahora se ven más padres que antes trayendo a sus hijos a vacunar o hacer un control”, admite.

La niñez, la condición que salva

La oficina del San Roque en la que Marta y María Estela se acomodaron para dar la nota es pequeña. Tal vez demasiado pequeña. Es rectangular y allí sólo entra una camilla colocada detrás de la puerta de ingreso, sobre una de las paredes. Al lado hay un angosto pasillo que se agota en unos siete pasos. Al otro extremo de la camilla, un escritorio con tres sillas.

El espacio es muy reducido, pero tiene la mano de las enfermeras: está ordenado y decorado con afiches de colores. Unos cuadernos y carpetas tapizadas con papeles llamativos, con motivos infantiles.

Por esa área del hospital, dicen ellas, “cruzan entre 3.000 y 4.000 chicos por mes para vacunarse; y unos 70 u 80 por día para atender consultas”.

“En el hospital creo que he visto todo: pobreza, enfermedad, abandono, malformaciones, violaciones, todo… Pero lo que te salva los días es la inocencia de los chicos. Vengan ellos de donde vengan, con dinero o sin dinero, con padres o madres. Ver eso tan genuino y puro es lo que te salva. Tenés a tantos adultos que se presentan y te dicen ‘yo soy fulano, secretario privado de mengano’ ¿y para qué? El chico viene y no sabe bien a qué, viene con toda su inocencia y nosotras establecemos un vínculo ahí. Ese vínculo muchas veces se extiende en el tiempo y es lo más gratificante”, concluye.

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