
Por Luis María Serroels,
especial para ANÁLISIS DIGITAL
Lo que ocurre, querido prócer, es que para generaciones desinformadas y gobernantes envanecidos que pretenden alcanzar la gloria sin tener las más mínimas virtudes, hablar de tu gesta en estas tierras es, para muchos, como chamuyarles a los habitantes de la paradisíaca Polinesia. ¡Claro que hay excepciones! Pero no alcanzan para conformar un homenaje en serio.
De todas maneras, ¿cómo se te ocurre pensar que tus obras puedan despertar la debida admiración colectiva? Acaso no alcance con saber que luchaste en defensa de Buenos Aires cuando las invasiones inglesas, integraste la Primera Junta de Gobierno y siendo abogado brillante te convirtieron en general para ir a la lucha a cuidarle la retaguardia a los montoneros de Güemes, saliste victorioso en duras batallas y sufriste por la derrota en otras. Transferiste el mando al gran José de San Martín, dirigiste la campaña al Paraguay y fuiste Jefe del Ejército Auxiliar del Perú.
Pero también sabemos que el Libertador de América dijo de ti que estabas “lleno de integridad y valor moral” y que aunque no tenías los conocimientos militares de Napoleón Bonaparte, eras el mejor que teníamos en América del Sur. ¿Cómo suponer que esto fue importante comparado con los modelos progre-populistas impulsados por corruptos que hoy engordan sus cuentas bancarias? Que tú hayas debido abonarle los servicios a tu médico en tu lecho de enfermo entregándole tu reloj ante tu extrema pobreza, no parece hoy un mérito cotizable en el mercado de las virtudes de honradez y desprendimiento que muchos, al igual que tú, supieron ostentar hasta su muerte (por estos días el poder es un fenomenal trampolín para enriquecerse ilícitamente y no faltan quienes hasta se ufanan exhibiendo su crecimiento patrimonial de dudoso origen).
Tal vez haya quienes consideren que haber fundado academias de altos estudios y aportado conocimientos al comercio y la industria como destacado economista que fuiste, no es para vanagloriarse. Y tampoco para envanecerse porque en aquellos días de miseria, hambre, desnudez y frío, con tus soldados debieron desprenderse de sus ponchos para cubrir las armas protegiéndolas del agua.
No te sientas mal porque los 40.000 pesos fuertes con que te premió la Asamblea Constituyente del año XIII por tus iniciales triunfos militares y que donaste para la construcción de cuatro escuelas primarias, hayan sido desviados por el Triunvirato para otros fines (debes saber que actualmente en tu patria la malversación de fondos es moneda corriente). Es inconcebiblemente injusto que aquí, mayoritariamente -y en una muestra de ignorancia que duele y avergüenza- se te mencione sólo porque el 27 de febrero de 1812 creaste el pabellón nacional.
Pero a pesar de todo el bajoneo que pudiera estar afectándote, te dejaré una buena noticia. En el supuesto caso de que Argentina gane la actual Copa América que se disputa en Chile, mi país, tu país, se cubrirá de celeste y blanco: banderas, escarapelas, gorros insólitos, camisetas, frentes sobrecargados, vehículos ornamentados y ¡hasta las mascotas abrigadas con paños patrióticos!
Ocurrió en 2014 cuando el mundial. Fue en otro junio en que muy pocos advirtieron que había un 20 histórico y un creador cargado de virtudes y hazañas. Por eso justo ese día nadie lo advirtió absorbidos por sagrados homenajes que tenían como destinatarios a “próceres subrogantes”. Ellos, al igual que hoy, eran Messi, Mascherano, Pipita Higuían, Di María, Agüero, Romero y otros que ahora en nuestro vecino país allende los Andes, donde algunos también parecieran rehuir la entonación de nuestro himno, reducido a una introducción tarareada. Quizás por desidia de los que manejan el protocolo y el ceremonial, o porqué no de nuestras propias autoridades. Bastaría con una presentación explicativa para subsanarlo, salvando así una amputación irreverente de un símbolo fundamental. El fervor que ponen nuestros hermanos americanos lejos está de contagiarnos.
En fin, querido Manuel, te pido que te calmes. Siempre habrá otra oportunidad para reivindicaciones sui generis y sólo se necesita que nuestro Dios pose su mirada sobre los muchachos del Tata Martino, para que los colores que escogiste al izarla por vez primera con un paño cosido por Doña María Catalina Echeverría, vecina de Rosario, se derramen por todos los confines de la patria que tanto amaste.
No te bajonees Manuel. Templanza, inteligencia y humildad siempre te sobraron. Será entonces cuando muchos cantarán: “Belgrano, decime qué se siente…”. Y tú responderás: “Siento que mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. ¡Vaya si lo fuiste y con creces!