
La historia de este artista, mitad entrerriano, mitad mendocino, comienza con su nacimiento -vaya novedad-, pero puede que haya sido el primer destierro una cicatriz importante en su perfil de creador. Fue a los 14 o 15 años, recuerda, y junto a su familia dejó su ciudad natal en busca de un cambio de provincia. "Así llegamos a Mendoza; lo nuestro fue bien de gitanos. Al principio me resultó difícil y hasta me llevó un año hablar con alguien. Mis amores con la provincia surgieron a raíz de la piedra, tan ligada a mi oficio", comenta entre mate y mate en la casa de sus padres, ahora también convertidos en artesanos, al igual que sus tres hermanos.
Entre los atajos de la vida a los que se refiere, figuran el haber renunciado a una educación tradicional cuando cursaba el segundo año del secundario. "Papá, quiero tocar la viola", se sinceró, y con el aval paterno se enredó largas horas en sus sueños de cuerda y poesía. Luego de incursionar en el reggae y de conocer el amor, viajó tres años a dedo, se probó como artesano y volvió con la noticia de que la cigüeña traería pronto una niña.
En la plaza vendió collares, lámparas "re-chifladas" y hasta instrumentos de viento. Un sábado de furioso enojo construyó un calamar de hierro y lo trasladó a la plaza. Todavía lo guarda como el acto de floración que fue. Desde hace cuatro años Tachuela es escultor. Lo aprendió probando, insistiendo en eso de cuadricular la piedra y marcar a fuego mensajes en Braille o figuras en hierro y madera.
"Para llegar a la escultura recorrí un largo camino por varias disciplinas del arte. A la artesanía llegué buscando un oficio, al arte por una necesidad de libertad. Para mí vivir de esto es como un juego de niños que me encargo seriamente de sostener", reflexiona este hombre, cuyas obras han sido reconocidas por la Fundación Forner Bigatti o el Palais de Glace, en Buenos Aires. En la Galería Zurbarán se encuentran tres de sus creaciones y la Embajada Argentina en México exhibe una escultura de su autoría desde 2008.
El año pasado, Tachuela resultó ganador del Primer Premio Salón Vendimia. Actualmente es escultor para la compañía de herramientas industriales Makita y recibe el apoyo de la empresa Fischer para emprender su arte de cientos de kilos y metros de alto, entre otros logros de su corta pero vasta carrera.
A propósito del apoyo material o económico, Tachuela considera necesaria una Ley de Mecenazgo, que favorecerá la realización de proyectos y el desarrollo de artistas: "El arte jerarquiza, termina de darle la redondez, la carga cultural que toda empresa necesita. Es lo que ocurre con las bodegas, donde el artista necesita de ella y la misma se nutre de él. En este sentido, considero que Killka sentó un precedente en la provincia que sería bueno imitar", sostiene.
Además de gestión propia, Delía pone especial interés en los materiales que utiliza, como piedras antiquísimas que traslada del piedemonte ávido de trabajar sobre ellas. "La piedra tiene la memoria conceptual de lo arcaico y la cuadrícula, la huella de lo racional: el hombre pensando. Yo aprendí Braille gracias a la escultura, cuando entendí que arrancar cuadraditos formaba parte de un sistema binario", cuenta.
Así nació Hombre Binario, una muestra de 10 obras y 4.000 kilos que guarda pensamientos, poesías y canciones a la mano del público no-vidente. "El cruce de percepciones aparece cuando el que no ve está leyendo cosas que el que ve no puede leer", larga entre un mate ahora frío. El último proyecto que atesora se llama Panorámica, una piedra de 15 toneladas que escribirá en Braille cuando consiga quién financie la idea.
"Yo necesito que mi obra reúna tres cualidades: que se sustente desde lo conceptual, que desde lo plástico resulte original y la cuestión deportiva del trabajo", dice. Hace unos meses su vida cambió. Despejó del camino algunas piedras tan pesadas como simbólicas. Y aunque eso forme parte de otra historia, a Tachuela le sienta bien, se siente lúcido, listo para los desafíos que vendrán.
FUente y Foto: Diario Los Andes Mendoza.