Entre antónimos y caza-fantasmas

Edición: 
670
Reflexiones de cierre

Luis María Serroels

¡Que se vayan todos!, dijo sin ambages la sociedad argentina en diciembre de 2001, y sus destinatarios supieron muy bien a quiénes se refería. Sin embargo, amantes del antónimo, interpretaron que lo que se les pedía era que se quedaran todos (al final se fueron muchos que no debían y se quedaron muchos que debieron haberse ido).

Y así se vienen registrando ejemplos concretos de antonimia. ¡Reivindicamos el valor de la palabra empeñada!, se repitió hasta el hartazgo en los palcos. Y sin embargo frecuentemente se escuchan reclamos sectoriales dirigidos a los prometedores de campaña, preguntándoles por qué tales o cuales expectativas generadas siguen insatisfechas.

¡Vengo despojado de ideologías y partidismos!, señaló hace pocas semanas un flamante funcionario cuya honestidad nadie ha puesto en duda. Y no tardó mucho en ocupar tribunas proselitistas, contaminado por los mismos gérmenes que llevan a los gobernantes a confundir partido con gobierno y gobierno con Estado. También opinó que la única salida para los desaciertos del ministerio más cascoteado de esta administración, era designar como titular a un médico sanitarista. Y apenas horas después celebró la llegada de un contador público.

¡Respetaremos el pluralismo y la diversidad como soporte de la democracia interna y toleraremos los disensos que desde fuera del partido respondan a la convocatoria de una compulsa abierta!, también se escuchó decir. Y de buenas a primeras se produjo la fuga masiva desde una lista aparentemente con sólidas posibilidades de un buen cometido, donde resultaría una meridiana ingenuidad creer que no hubo intromisiones desde el propio oficialismo en procura de desactivar porciones opositoras, sin advertirse que esta maniobra en el fondo terminaba reconociéndole al desmantelado, identidad y peso electoralista.

Nadie se esfuma con tan marcada felonía de un sitio que llegó a defender abiertamente, habiendo hecho fe pública de su compromiso con una propuesta y cuando el proceso de participación interno ya ha transcurrido etapas muy importantes, si no lo hubiese madurado y decidido antes del momento en que se cierran las inscripciones de los convencidos. Después de ello, toda decisión de abandono se convierte en un acto de abjuración, en una vulgar apostasía. Si bien la Justicia Electoral terminó poniendo las cosas en su sitio, ello no exime a los órganos partidarios del grave error cometido al desestimar acciones tendientes a corregir arbitrariedades.

Esta observación valdría lo mismo si los protagonistas de estas deserciones hubieran pertenecido a otras líneas y aun a otros partidos. Es que la gravedad de estos episodios reside en que no sólo se neutraliza al principal referente de una lista, sino que al mismo tiempo se priva a sectores partidarios e independientes del derecho a expresar en la urna su quizás ya adoptada adhesión a favor de esa boleta.

Si, como se ha dicho, la causa principal de la deserción obedeció a asuntos vinculados al aporte de fondos para la campaña, no acercados en tiempo y forma, sería importante que se revelara cuántos recursos se habían comprometido y se proporcionaran nombres. Se sabe que los dineros escasean cada vez más a la hora de un proceso proselitista y también que las adhesiones provenientes del oficialismo siempre encuentran financiamiento (baste con observar el vendaval de spots publicitarios que devoran amplios espacios televisivos en toda la provincia con avisos sobre el accionar del gobierno provincial, justo y casualmente en vísperas de un acto eleccionario para la renovación de bancas nacionales).

De todas maneras, debe aceptarse que esta modalidad ha sido una característica común de todos los partidos políticos, cuando en condición de gobernantes y ya sea en comicios internos o generales, dejan de lado toda actitud de austeridad y prescindencia, olvidando que el jefe de un partido lo es de todos sus acólitos y el mandatario de una provincia lo es por igual de todos sus ciudadanos.

El precandidato Marcelo Casaretto ya debería, a modo de consuelo, parafrasear un antiguo aforismo: "Si se fueron y regresan, es porque son tuyos; si no regresan, es porque nunca fueron tuyos".

El tiempo, y únicamente él, echará claridad suficiente sobre todas estas cuestiones, que al final sólo contribuyen a enturbiar procesos que deberían rodearse de las máximas garantías en términos de moral política y convivencia civilizada.

No resulta ocioso recordarles a quienes gobiernan o conducen que las malas artes hacen malos méritos y peores victorias. Hay un solo sabor capaz de borrarle al paladar de un poderoso el gusto amargo que provocan el abuso de autoridad y la ostentación de una fuerte hegemonía. Ese postre se llama magnanimidad, que no es otra cosa que el resultado de la reflexión profunda y la comprensión sincera.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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