Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)
Ante el llamado de distintos organismos e instituciones para conversar sobre el sistema educativo, aquí se apuntan asuntos que el aula podría incorporar, considerando la apertura mental de los maestros y profesores, y la inquietante estructura actual, que distancia al hombre de su entorno.
Los entrerrianos vivimos jugando al fútbol, pero la educación formal se resiste a incorporar al fútbol, y los chicos aprenden gambetas y mil destrezas en el campito, en la informalidad. El que no va al campito no aprende.
Los entrerrianos contamos con 40.000 kilómetros de ríos y arroyos, tanto como una vuelta entera al planeta, y la educación formal no contempla la enseñanza de la natación. En general, no sabemos nadar.
Producimos y consumimos mandarinas como nadie, pero la educación formal no registra las cien variedades de citrus en Chajarí, Federación, Concordia, los estudiantes no distinguen una mandarina de la otra.
Los entrerrianos consumimos yerba mate como pocos, pero la educación formal no reserva un lugar, una disciplina, en la que se hable de la tradición aborigen, la simbología, las características socioculturales del mate. Tenemos en nuestra sangre herencia de Angola, pero Angola brilla por su ausencia en la educación entrerriana.
Muchos entrerrianos tienen sus abuelos en las Canarias pero los alumnos no saben señalar en el mapa dónde quedan las Canarias. Tenemos en nuestra antigua tradición musical la cifra, la milonga, pero en la escuela no se habla de la cifra, de la milonga, y tampoco del chamamé, del tango, en fin, ¿de qué se habla?
Tenemos conocimientos milenarios de la pesca, pero la escuela no le da un lugar al pescador, y tampoco al surubí, el patí, la vieja del agua, como no le ofrece un ámbito a la biodiversidad.
Distancia con el entorno
Todo lo dicho, y lo que viene, con sus excepciones. Pero en términos generales y como regla, muestra un distanciamiento del ser humano y su entorno, que la escuela, lejos de revertir, parece promover a pesar del voluntarismo de muchos docentes, de los cambios prometidos por muchos políticos, de los esfuerzos innegables de tantos.
Los entrerrianitos ven cómo sus papás chocan comadrejas en la ruta, pero la comadreja no existe para la escuela formal. Pasan por el maravilloso túnel, bajo el lecho del río Paraná, y la escuela no maneja documentales sobre el túnel, ni lleva a los estudiantes a mirar el túnel como obra monumental del ingenio humano, y de las convicciones federales, para la comunicación entre los pueblos. La escuela no habla de la fábrica de cemento, de la arena de Paraná, las conchillas de Victoria y Gualeguay, el canto rodado las costas del Uruguay, el yeso de las costas del Paraná, todos minerales presentes en el túnel.
Los estudiantes pasan todos los días frente al algarrobo, pero pocos pueden distinguir el algarrobo. La educación formal no tiene un espacio para ayudar a los chicos a señalar cuál es el ñandubay, cuál el chañar, aunque los chicos se encuentren en el Parque Urquiza a la sombra de un chañar. No los ayuda a conocer el sábalo, la boga, que los chicos comen con sus padres a la parrilla.
Los entrerrianos exportamos huevo al mundo, pero la educación formal no da un lugar para que los chicos sepan cómo se produce y se procesa el huevo, y tampoco tiene un espacio para saber cómo se produce o se procesan las carnes de cualquier tipo, quién las exporta, ni se les ayuda a comprende de dónde sale la molleja, qué parte del animal es la pulpa.
Salto Grande y los faraones
Los jóvenes se sientan con sus amigos a tomar unos mates en el jardín, y pasa junto a ellos el torito de campo, pero ese simpático rinocerontito fue expulsado de la educación formal. Tan expulsado, que los expertos le llaman, a su estado anterior, “gusano blanco”, en vez de usar el milenario nombre heredado y bien popular: isoca.
Pareciera que el aula no tiene un rincón para las bellas mariposas nuestras, para el torito, para las garzas, y tampoco ofrece un módulo para el carpincho, el ñandú, el yarará. ¿Dónde estudian los chicos la vida del guazuncho? ¿Dónde estudian los aportes del caballo en las luchas por la independencia, en las luchas por el federalismo, en el transporte de cargas, en el cultivo, en las reuniones sociales, en el deporte o sus aportes en bosta para la construcción de nuestras casas? ¿Y los descendientes del bos primigeniun que nos alimentan y nos alimentaron por siglos con su carne, su leche, su cuero, y hasta dieron origen al nombre de uno de nuestros pueblos, Bovril?
¿Cuántos de nuestros chicos pudieron dedicar una semana de su tiempo a estudiar, ver, tocar, la faraónica empresa hidroeléctrica de Salto Grande y todo el universo social, económico, energético, ecológico, con aspectos positivos y no tanto que esa obra comprende?
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)