Antonio Tardelli
Las empresas encuestadoras volvieron a ser derrotadas en la provincia vecina. Su fracaso reaviva un interrogante de sentido común: ¿cuántas veces sus pronósticos pueden exhibirse erróneos sin que el mercado de clientes y consumidores las desestime de una buena vez? De cualquier modo, menos preocupante que un vaticinio inexacto en una u otra elección es la configuración de todo un estado de opinión que en los últimos meses, y particularmente luego del deceso del ex Presidente Néstor Kirchner, alentó la idea, desmentida por algunos sucesos, de que la ciudadanía guarda una alta estima hacia la Presidenta de la Nación, que sin obstáculos se encamina rumbo a su reelección. Ello puede ser cierto. Es absolutamente posible. El asunto, que reactualiza el problema acerca de cómo se adoptan las decisiones en una sociedad democrática, en base a qué elementos informativos, es que un país entero se mueve en función de supuestos que un puñado de empresas comerciales presumen de detectar científicamente. Se les cree contra toda evidencia. Se les otorga crédito, incluso, a contramano de la prueba electoral. Se confía en ellas más que en los escrutinios. Es un notable caso de enajenación.
Es que lo público (un escrutinio organizado por el aparato estatal) es, en la consideración de alguna parte de la sociedad, menos confiable que lo privado (un sondeo de opinión). Vastos sectores de la población razonan así. Ese predominio de lo privado, esa superioridad de lo particular sobre lo colectivo, anida también en la formidable performance electoral de un cómico como Miguel Del Sel que repentinamente descubrió su vocación política y su compromiso con el bien común. Replica el humorista los presupuestos que, con éxito dispar, pusieron en juego las personalidades del espectáculo y del deporte al desembarcar en el ruedo electoral: abandonar sacrificadamente el éxito en la actividad privada para probar suerte en la faz pública. Su desempeño en los comicios, sorprendente, tiene explicaciones posibles que pueden ser enumeradas (es más sencillo explicar que predecir) pero cualquier razonamiento deberá detenerse en lo evidente: un considerable sector del electorado optó por un postulante que durante su campaña lució desinformado e hizo de su incompetencia una bandera. La ignorancia se agitó como arma publicitaria. La ciudadanía, desencantada de los políticos profesionales o lo que fuere, lo acompañó.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)