Memoria Frágil y los soldados en tiempos difíciles

Soldados

Los soldados argentinos en tiempos difíciles.

De ANÁLISIS

En la Argentina, el Servicio Militar Obligatorio estuvo vigente desde 1902 a 1995. Es decir que durante casi cien años los jóvenes varones de 20 y (luego de 1977) 18 años, seleccionados mediante un sorteo y declarados “aptos” física y mentalmente, recibieron un período de instrucción militar por parte del personal de las Fuerzas Armadas. Esa etapa de instrucción era la más difícil para todo conscripto, que llegaba a una unidad militar con las más variadas expectativas y muchas veces se encontraba con situaciones de violencia verbal, física, abusos de poder y hasta muertes que se ocultaron y en especial en el último gobierno militar. Siempre fue más complejo ser soldado en tiempos de dictadura o en el año previo al golpe del ’76 -donde se respiraba violencia en cada rincón del país-, porque nadie se animaba a denunciar lo que ocurría puertas adentro y eso es lo que queremos reflejar en este programa de hoy.

“Primero era un bajón, básicamente. Y después una mezcla de ingenuidad, aventura, toma de conciencia, todo fue a medida que iba pasando el tiempo de estar ahí. Porque yo finalmente estuve por el tema de la subversión y el problema con Chile, finalmente dependí del ejército casi cuatro años. Entré cuando tenía 21 años, con toda la furia del rock and roll porque en ese momento el grupo estaba en un momento alto. Y bueno, me fui ubicando como uno tenía que hacer para ubicarse en esos lugares, para sobrevivir”, recordó Alberto Felici de Paraná. “Ahí se me empezó a caer el pelo de una manera total, definitiva. Este, y bueno así es que terminé siendo secretario del vicedirector de ese hospital y mi misión era con una lija, una lija de lijar muebles, lijar unos muebles de estilo que ese señor tenía ahí. Y cuando se empezó a enterar de quién era yo, porque nosotros ya aparecíamos en la prensa de Paraná y que se yo, me amenazaba siempre con terminar siendo el heleno entrerriano. Heleno era un cantante de los años 70 muy conocido en argentina que había impuesto un hit que se llamaba la chica de la butique. Así que lo que yo menos quería era parecerme a heleno, pero nunca terminé de lijar ese mueble. Así que bueno, quedó en el olvido eso. Pero fue una situación bastante complicada porque uno iba con esa historia que tenía de los mayores que el servicio militar te iba a hacer bien, porque ahí te ibas a hacer hombre, te ibas a educar y no terminó siendo nada de eso sino todo al revés, se iba complicando cada vez más. Primero fue este tema de vivir prácticamente en trincheras en esa ápoca, en el 76 y día por medio de guardia porque yo al ser estudiante universitario me daban un permiso para salir a cambio de a la noche reincorporarme y hacer guardias. Así que hacía día por medio guardia”.

Marcelo Baridón sumó su experiencia. “El servicio militar obligatorio yo lo hice en el año 1982. Vivía en Paraná, acababa de terminar el secundario, estaba concurriendo a una suerte de preingreso a la universidad nacional del litoral cuando me llega la citación a prestar el servicio militar. Me presenté nos hicieron revisación médica y me destinaron junto a una enorme cantidad de personas, la gran mayoría provenientes del Norte, de Santiago del estero, corrientes. Nos destinaron a una unidad de entrenamiento que tenía el Ejército, que creo siguen teniendo hoy día, ubicada en la localidad de Diamante. Unas construcciones militares allí. Ahí hicimos un, lo que debería ser un entrenamiento, un adiestramiento en las prácticas de la guerra sobre todo para personas que provenían del mundo civil que no sabíamos manejar.  Aparte situémonos que tenía 18 años. Consistía en los disciplinamientos militares propios de cualquier organización militar, formaciones, marchas, educación física, enseñanza del manejo de armas y demás. Todo eso hasta que, habremos ingresado a mediados de marzo al servicio. Era una situación hoy mirada, bastante, hoy parece bastante extraña. Porque el estado te mandaba a llamar, rompía todas las relaciones, tu vida, tu cotidianeidad, tu proyecto de vida se interrumpía por el servicio militar”.

Ángel Zacarías contó que se incorporó en el año 76. “Pensé que me iba a salvar por número bajo, porque el número de sorteo era el 130 pero no pasó e incorporaron ese año hasta el 020. Se ve que el gobierno y el golpe de estado preveían que iban a necesitar más soldados. Fui incorporado en esa circunstancia con lo que se vivía en ese momento respecto al golpe de estado. La sociedad no había una dimensión delo que iba a pasar. Eso es la verdad. Y dentro de lo que era el servicio militar tampoco se preveía. Creo que mucha o gran parte de la sociedad argentina no se imaginaba lo que vendría después. Mucho menos los soldados que éramos incorporados al ejército de qué es lo que iba a suceder. En mi caso particular, como venía con cierta militancia estudiantil y política tenía a lo mejor una mirada diferente con respecto a muchos de los soldados o conscriptos que fueron incorporados. Pero nada particular, solo el hecho de ver interrumpida la democracia y todo eso. En ese contexto fui incorporado y pasamos los 40 días de instrucción militar que es todo lo que refiere a las órdenes que dan los militares con formación, manejo de armas, toda esa cuestión. En eso fue común para todos los soldados. Sí recuerdo haber tenido entrevista personal con suboficial u oficial que en determinado momento me hizo referencia a mi actividad como militante político. Y haciéndome saber esa cuestión que estaban bien marcadas en mi caso”, dijo.

Prácticas

El Servicio Militar Obligatorio entrañaba una serie de prácticas, rutinas y rituales que en muchas instancias se basaban en el desprecio hacia la vida de los soldados; en las que la tortura, los castigos y las arbitrariedades estaban naturalizados; y el sometimiento y la obediencia eran la norma entre soldados y sus superiores, ya fueran suboficiales u oficiales. Había que “doblegar al soldado” (frase repetida en los cuarteles), a través de “enseñar la disciplina” con “instrucción militar, largas caminatas, castigos psíquicos o corporales. El lema “subordinación y valor” debía interpretarse como “la subordinación al capricho del profesional uniformado”. Obviamente que ese contexto de violencia política de la década del ’70 alteró la lógica de funcionamiento del servicio militar obligatorio. Y Entre Ríos, donde existen unidades de Ejército y Fuerza Aérea Argentina, no estuvo al margen.

“En la medida que fue pasando el tiempo fui tomando conciencia de qué es lo que ocurría ahí, cómo se manejaba todo incluso cómo se manejaba el hospital no. Así que después cuando pasaron los años, nosotros habíamos ido a presentar a Margarita Belén una cantata sobre Margarita Belén con letra de esta señora Piérola que es la mamá de Fernando, que nos había pedido la musicalización de ese poema de ella. Pedacito de hiel se llamaba. Ahí, al regresar de esa presentación que fue en margarita belén, en chaco, en una conversación privada, en los ensayos con una persona que vino a habitar el lugar nuestro de ensayo, empecé a pasarle data porque esta persona había estado detenida en el regimiento de comunicaciones. Y ahí entre los dos como que empezamos a hacer el mapa de cómo había sido ahí la situación de los presos de los detenidos en ese lugar. Así que termino después declarando en el Nunca Más”, relató el exsoldado Felici.

Ernesto Koch, ex soldado contó que vio “a un soldado compañero mío en el calabozo de campaña que se le llamaba, se lo estaqueaba en el suelo de pies y manos  y se ponía arriba de él una lona a 10, 15, o 20 centímetros, no sé bien de la altura del cuerpo y ahí pasó todo el día, tirado así en el pasto con mucho calor. Y después cuando lo sacaron, pobre gaucho no podía ni caminar. Simplemente porque había un suboficial, un sargento que era hijo de su madre varias veces y le gustaba pegarle a los soldados y él le dijo pégueme, pero algún día nos vamos a encontrar afuera. Entonces lo castigaron así. Después había también militares muy buenos. Yo tuve la suerte de conocer hombres que me gustaría encontrar, poder abrazarlos y decirles gracias por lo que me ayudaron en esa época. Un subteniente y un sargento primero. Pero había un montón que fracasaban en la carrera civil y se metían en la vida militar nada más que por el sueldo. También otros que eran alcohólicos, se iban a cenar y volvían borrachos y nos sacaban a todos a hacer entrenamiento, los bailes que se llaman, una hora, dos tres horas bailando a la madrugada. A mí me costó mucho porque no estaba acostumbrado al maltrato de vocabulario y que viniera un chico menor que nosotros porque era un pibe de la escuela de suboficiales de 18 años y que nos insultara a todos con madre, abuela, novia y todo porque había tomado unos vinos demás”.

“Pretendían enseñar a los gritos. Desarmar armas requiere cuidados. No fomentaban la competencia. No es que había instructores que enseñaran didácticamente. Creo que a los perros hoy en día les enseñan con más afecto”, acotó el ex soldado Baridón. “Los abusos de poder era el patrón de las relaciones que se establecían, eran reducciones casi a la servidumbre. Esto explotó”.

“Respeto” y “sacrificio”

El Servicio Militar en la Argentina pretendía operar como, de alguna manera, una especie de ritual violento que transformaba niños en adultos, cuya eficacia radicaba en convertirlos en ciudadanos argentinos y en varones adultos susceptibles de incorporarse al mercado laboral, gracias a la internalización de la disciplina castrense, de los valores del “orden”, el “respeto” y la disposición al “sacrificio”. Pero, a su vez, en tiempos de dictadura, el contexto de represión política no solo sometía a los soldados a un régimen que exigía subordinación al personal militar –tal como había sido tradicional desde principios del siglo XX– sino también creaba nuevas condiciones de posibilidad para considerar a ciertos soldados como seres cuyas vidas no valía la pena preservar. Tanto en tiempos del conflicto por el Canal de Beagle con Chile -en 1979- como en el combate con los grupos de extrema izquierda o en la guerra de Malvinas después, los soldados estaban conminados a combatir bajo el mandato del “sacrificio” de su vida, a un permanente riesgo de muerte y sentían que en cualquier momento podía pasarles cualquier cosa.

“Hechos particulares que vivía, tengo algunos que sí, un mal recuerdo que tengo de un teniente que me bailó una noche de mucho frío. Él dijo que yo estaba distraído en la guardia, y después de un baile, baile se llamaba a una especie, cuerpo a tierra, salto rana. La verdad que un momento dado, ya estaba agotado y parecía que no podía seguir y en toda esa maniobra me decía que el fusil no podía tocar el piso y en momento dado  la culata tocó el piso y me pegó. Me pegó una patada. Él me lleva a la guardia del hospital. Dice que me había encontrado dormido. Bueno, era la palabra de él contra la mía. Pero para sorpresa pensé que iba a generar castigo, me iban a mandar a calabozo. Pero al otro día, el director del hospital intervino en el tema, me preguntó qué había pasado. Le conté mi versión y no pasó a mayores. Incluso no sé qué pasó. Pero no se cumplió lo que él había pedido que me mandaran al calabozo, esta persona que era oficial o no recuerdo el grado que tenía. Teniente, o subteniente. Digo qué maltrato. A veces lo ato con lo que pasó años después con el caso Carrasco, que dio lugar a que el servicio militar obligatorio dejara de ser obligatorio. Eso fue en la particular. No digo que esto hubiese llegado a un caso tan extremo pero no la pasé bien”, apuntó el exsoldado Zacarías.

Abusos, excesos de poder y tragedias

Muchas veces, los excesos y abusos de poder de parte de personal militar, podía derivar en situaciones trágicas en el Servicio Militar: soldados que terminaban internados por la agresividad del adiestramiento; otros con secuelas físicas de las que nunca se pudieron recuperar y también hubo casos de muertes que nadie quería reconocer en la conducción castrense. Siempre era más fácil atribuirlo a una falla física nunca detectada, en vez de reconocer que una autoridad militar había cometido un claro exceso y ello tuvo sus derivaciones. Pasó en diversos lugares del país y también pasó en unidades militares de Paraná.

“No creo que haya sido exigible prepararnos para una guerra sabiendo que la iban a llevar adelante. De hecho el 2 de abril nos enteramos ahí, estando en Diamante, que se había declarado la guerra, se habían invadido las islas. En fin. Ahí nos dieron una licencia y algunos nos reincorporaron, a unos cuantos nos reincorporaron y nos destinaron en mi caso en particular a una unidad de intendencia. Intendencia adentro del ejército, al menos en aquel entonces era una unidad encargada de proveer combustible, comida, ropa, armamentos. Ahí si realmente, las cosas que vimos eran francamente indignantes. Porque mientras toda la comunidad argentina realizaba enormes esfuerzos desde los actos de generosidad, sacrificio, colectas y demás, nosotros lo que vimos eran latrocinios. Como por ejemplo, ir con los unimogs, íbamos con esos camiones a ferrocarriles argentinos, cargar durmientes que son esas tablas de una madera muy fuerte que es el quebracho, las cargábamos y las llevábamos a la quinta de un suboficial para ponerlas a los costados de la cancha de bochas, todo so pretexto de la guerra de las Malvinas. En pleno conflicto bélico este señor estaba robando bienes del Estado, con herramientas del estado y soldados del estado”, relató Baridón. “Estábamos en intendencia como bien decía y un día aparece un mayor del Ejército con una radio de transistores de válvula. Para aquellos que no saben qué es, los viejos televisores, televisores blanco y negro tenían una suerte de válvula que era como focos antiguos que ahora están de moda. Bueno, con esa radio pretendía que dos soldados que teníamos nociones de inglés escucháramos todo el día la radio, otro soldado que era de Nogoyá y yo y nos metían con auriculares que tenían cables que eran como cables de plancha de tela, imagínese lo vieja que era la radio, pretendía que escucháramos las informaciones de la armada británica porque había un portaviones en aquel entonces muy famoso, el Invinsible, que estaba viniendo desde la isla Ascención que queda en la mitad del océano atlántico hacia las islas Malvinas, entonces este hombre soñaba con detectarlo con esa radio y dos soldaditos”.

El ex soldado Koch acotó: “Yo he visto simular fusilamientos. Y he sido parte del pelotón de fusilamiento en una oportunidad y no nos habían dicho que las balas que tenían puesta los fal eran de  fogueo porque nos dieron el arma ahí. Y había que apuntarle y tirarle y te trabajan tanto la cabeza, te ordenan tanto, te prepoteban tanto que llegó un momento que lo hicimos, los seis que estábamos y el soldado por supuesto que no le pasó nada porque eran balas de fogueo, no tenían plomo, pero nosotros no sabíamos eh. Y el soldado que iba a ser fusilado se cayó, se desmayó y los otros se mataban de risa, oficiales y suboficiales. Esas son cosas que nosotros, mientras estábamos ahí para tirar y tirábamos, yo creo que todos tirábamos hacia arriba pero no pudimos contenernos. De los seis quedamos cinco y lloramos. Porque era un compañero nuestro, de nuestra batería y compartíamos todos los días la cena el almuerzo, el día entero”.

Felici recordó la epidemia de meningitis. “Siempre acompañaba a los chicos de alta, pero murieron muchos chicos ahí. El régimen era muy duro. Recuerdo una Navidad que fue como un abandono de atención en el hospital y esa noche murieron un par de personas. Vi un abandono de atención. Fue un momento complicado de la vida”.

Zacarías no vio a nadie encapuchado entrar al Hospital Militar. “Teníamos referencias de otros lugares pero no ahí. En el predio del hospital estaba la casa del Segundo Comandante del Ejército. Era muy estricto el control en la zona. Tengo una anécdota que he contado muy poco. En un momento dado, estaba enfermo el ex gobernador Antonio Cresto que había sido depuesto. La guardia de su habitación la hacíamos los soldados. Yo pedí hacerle guardia y pude pasar a verlo. Lo saludé, estaba bien. Me agradeció. Es un recuerdo pero era un preso político, con 20 años no tomaba dimensión de eso”.

Meningitis, muertes y cambios

El 13 de noviembre de 1983, luego de las elecciones presidenciales del 28 de octubre (pero antes de que asumiera el gobierno constitucional el 10 de diciembre), se constituyó el FOSMO (Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio), una institución “pluralista y ecuménica”, cuyo fin era luchar por la abolición del Servicio Militar Obligatorio. Se venía de la guerra de Malvinas, de principios de 1982, donde habían sido demasiadas las víctimas casi adolescentes. Fueron 649 soldados los asesinados por los ingleses: 323 durante el hundimiento del crucero General Belgrano y 326 en el archipiélago. Pero con el correr de los años, hubo cerca de 350 exsoldados que optaron por el suicidio.

En Malvinas hubo demasiado sufrimiento y miedo al poder bélico enemigo, pero también situaciones inconcebibles de tortura a soldados, de parte de sus superiores. O sea, aplicaron en el frío helado del sur, el mismo criterio que cumplimentaban en las unidades militares argentinas ante situaciones que consideraban de insubordinación. Pero lo hacían en medio de una guerra, entre heridos y muertos.

Quienes en democracia comenzaron a propiciar la derogación del Servicio Militar Obligatorio insistieron en denunciar ante el gobierno alfonsinista el sometimiento del soldado a un “severo régimen disciplinario con violencia física, psíquica y moral”; la adopción de una “mentalidad militar, con un código de valores distintos y hasta opuestos al del resto de la Sociedad” que conducía a un “culto obsesivo del valor de lo militar”. Entre otras razones, la Conscripción se había convertido en un espacio donde los soldados muchas veces eran usados en tareas administrativas o domésticas de las autoridades militares, la violencia estatal por parte de sus instructores estaba naturalizada, o simplemente era vista como una pérdida de tiempo para insertarse en el mundo laboral o continuar con los estudios.

 “En el año 77, en el escuadrón de ingenieros, ahí comienza el servicio militar, la primera clase de 18 años. Así que este, tengo la anécdota que me caso un 26 de marzo justamente porque era, a él lo llevaban al servicio militar el 1 de abril. Entonces nos casamos el 26 de marzo por ese tema. Después, normal su situación hasta julio que había ido al campo él, a la casa de mis padres, lo traen, los llevamos a las 6 de la mañana el día lunes y mis padres se quedan a hacer unos trámites acá. El martes al mediodía, estábamos haciendo mediodía y llega un jeep del ejército y decían que mi hermano quería hablar urgente conmigo. Me querían llevar ellos mismos. Fuimos por nuestros medios. Una corazonada de mi padre en ese momento que dice o Jorge está grave o está muerto. Entonces, vos estás loco, qué te pasa. Tal cual cuando llegamos allá estaba en estado vegetativo, en el Hospital Militar y permaneció con vida hasta un día viernes, tenía muy fuerte el corazón y demás. Eso era en terapia del hospital militar. Se hizo todo lo que se pudo, en ese momento era el doctor Arras quien, uno de los más importantes que había acá, el ejército se encargó de traerlo, ya no había ninguna posibilidad”, contó Roberto Sabbioni, hermano de un exsoldado fallecido.

Las muertes de soldados en democracia comenzaron a preocupar a propios y extraños. Algunas se empezaron a denunciar públicamente. Y ello obligó al poder político a disponer algunas medidas. Entre 1984 y 1989 se multiplicaron los proyectos para regular cambios en el Servicio Militar Obligatorio, pero todos tuvieron el mismo destino: no fueron tratados por el Parlamento. Los números indicaban que en 1983, un año después de la derrota de Malvinas, había 64.640 soldados. En 1994, con 250.000 adolescentes en condiciones de incorporarse, sólo 16.000 quedaron bajo bandera. 

Carrasco

Ese 1994 ocurrió el alevoso crimen del soldado Omar Carrasco, en la base de Zapala y ello derivó en el fin del Servicio Militar Obligatorio, por un decreto de Carlos Menem.

“El libro sobre el caso Carrasco lo escribí con un colega, Dante Marín a raíz del asesinato de ese soldado. Hecho que llevó a terminar con el Servicio Militar Obligatorio, hace varios años. Se trató de un hecho histórico por lo que significó para los chicos que se salvaron del servicio militar o colimba. Pero a su vez fue un caso en materia de criminalística, con pocos precedentes. Tremendamente complejo de desentrañar porque hubo una cadena de encubrimientos enorme. El soldado Omar Carrasco entró al cuartel de Zappala el día 3 de marzo, tres días después, el día 6 de marzo en horas de la siesta desaparece. Un compañero lo ve corriendo, huyendo dentro del cuartel hacia la ruta. Y el cadáver aparece un mes después dentro del cuartel, en la cima de un cerro del cuartel donde lo colocan los militares que lo habían tenido oculto y lo habían trasladado en secreto por distintos ámbitos del cuartel, por si los padres reclamaban ante la desaparición del hijo. Cosa que hicieron. Entonces se fraguó un hallazgo para liquidar el asunto cuanto antes. Sin dudas los padres no se quedaron callados, intervino Derechos Humanos de Neuquén y comenzó una investigación judicial muy muy influida y contaminada por la inteligencia del Ejército, que quería convertir el caso en una gresca de soldados que terminó mal”, contó el periodista Jorge Urien Berri, coautor del libro El último colimba.

“El soldado Carrasco tenía una característica que tuvo mucho que ver en su muerte. No sólo era un chico muy tímido sino que cuando se ponía nervioso ante una orden se le dibujaba un rictus que parecía una semisonrisa burlona, con lo cual el superior que le estaba impartiendo órdenes se sentía burlado y lo castigaba a Carrasco y para castigarlo más, castigaba a los compañeros de Carrasco. Que luego a la noche, agarraban al pobre Omar Carrasco en la litera y lo golpeaban. Omar Carrasco murió por un golpe que tenía en el pecho, eso determinó la autopsia. Pasa que al principio se pensó que el golpe era mortal, en la causa de los encubrimientos en la cual se investigó cadena de complicidades que permitieron el ocultamiento del cuerpo y otros hechos. El perito de la Fiscalía determinó que el golpe en el pecho fue causa de la muerte, pero no inmediata. Determinó que Carrasco fue secuestrado dentro del cuartel, que se sintió mal, que hubo una atención médica clandestina por parte de médicos y enfermeras dentro del cuartel. Esa atención médica partió de un error de diagnóstico que agravó el cuadro al suministrarse medicamentos que complicaron la situación de Carrasco. Y a los tres días de sufrimientos atroces que fueron una tortura, el pobre Carrasco murió. Desde que Carrasco fue secuestrado dentro del cuartel, sometido a tortura en los hechos, y luego desaparecido durante un mes. Si no hubieran reclamado, gente muy humilde, ni no hubieran reclamado, removido cielo y tierra para no quedarse con la versión del Ejército que lo calificó de desertor, no hubiera pasado nada. Nunca hubiera pasado, nunca hubiera aparecido el cadáver. Semejante al caso que en fin, a lo que parece ser el caso de este chico Facundo en el Sur de la provincia de Buenos Aires”, comparó.    

La anulación del Servicio Militar, de alguna manera tapó otras situaciones. A casi 38 años de la guerra de Malvinas, la justicia federal de Río Grande dictó en marzo de este 2020 los primeros procesamientos sin prisión preventiva contra militares retirados por torturas y estaqueamientos de soldados conscriptos, que calificó como delitos de lesa humanidad. Casi cuatro décadas después existieron resoluciones en torno a los vejámenes cometidos por oficiales superiores a soldados correntinos que habían combatido en el Atlántico sur. La justicia volvió a llegar tarde, más allá del avance de la causa. No importó demasiado que esos torturados habían ido a defender a la Patria, con no más de 18 años, casi sin instrucción ni conocimiento de armamento. Pero ya no era el tiempo de acordarse de las víctimas de Malvinas.

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