Sofía Arnaudín
El joven poeta presentará su primer fanzine titulado “Pares mínimos”, editado por Proyecto Camalote, en el marco del ciclo de poesía íntima Río Abajo. Gabriel Clariá habló con ANÁLISIS en un encuentro donde la palabra corre natural y espontánea. Transparente y sin tapujos -y orgulloso de- desata su mirada sobre las condiciones de existencia, las estructuras -propias y colectivas-, sus proyectos. Pares mínimos; deseo en trascendencia.
Ya lo anticipaba “Entre versos”, sección de este medio que da lugar a la voz joven y fresca de poetas de la provincia. Gabriel Clariá se alza con su palabra existencial, disruptiva, rompiéndose, armándose; la mirada de un adentro que no escapa -ni niega- del afuera, sino que entiende en comunión y conflicto permanente. El joven escritor hace del mundo un constante interrogante, partiendo de la experiencia individual,pero transformándola en un código colectivo; empatiza, critica, piensa, se reconoce y reconoce al otro y no difiere de la realidad que nos convoca hoy. “Hay que llevarse a la esfera de lo público porque eso es lo que va a traer un cambio real en el mundo” reflexiona, mientras discurre en impresiones sobre la identidad, la sexualidad, la sociedad y los cuerpos; mirada que lo constituye. “Generalmente se cuela una mala palabra en los escritos; no puedo contener mucho las estructuras de lo que se tiene que decir y cómo se tiene que decir. No necesariamente tenés que poner palabras bonitas ni rebuscadas. Hay como estructuras en las que pareciera que no se tiene que entender, en la que tiene que haber un ritmo. Basta de tanta normativa.” Profesa en diálogo con este medio y se pregunta “¿Cuántos estudiantes fueron menospreciados porque una profesora les dijo que eso estaba mal escrito, que no tenía rima? ¿Cuánto cercenamiento de la palabra y la expresión ha habido? ¿Y cuanta responsabilidad ha habido al respecto? ¿Queremos ser formadores, formadoras o queremos ser normalizadores o normalizadoras? estamos en un momento en el que nos podemos correr.”Gabriel Clariá encuentra, en su rol de educador, herramientas de transformación para contener la diversidad del mundo.
Gabriel Clariá comunica; da forma y sentido a una subjetividad sumergida en un todo que lo moldea y pone en crisis. Estudiante de Letras, docente, intérprete de lengua de señas, disidente; vuelca en su escritura paisajes de lo cotidiano: “Tengo 30 años, vivo solo con mi gato. Soy padrino -por fuera de la iglesia- de dos mellizas; estudio Letras, escribo de vez en cuando. Durante mucho tiempo estuve dentro de una filantropía religiosa y me deconstruí, afortunadamente.” Relata sin tapujos, el escritor paranaense que presentará su primer fanzine editado por Proyecto Camalote, el 18 de octubre en el Casal de Catalunya.
-¿Qué te llevó a romper con esa filantropía religiosa?
Cruzarme con otra gente, otros discursos. Empecé a estudiar Letras. Después, se abrió la carrera de Intérprete de Señas; yo ya laburaba de eso, pero de manera más empírica. Entonces, dejé la carrera de Letras en reposo y me puse a estudiar la tecnicatura de interpretación de lengua de señas. La terminé en tiempo y forma, después retomé Letras. Ahora no estoy escribiendo tanta poesía ni relatos, estoy estudiando la forma de escritura del ensayo, que no deja de ser literario.
-¿Qué función cumple la escritura en tu mundo?
-Generalmente uno escribe para que alguien lo lea. Si bien la poesía parecía que podría tener esa función desde una perspectiva utilitarista, en realidad comienza siendo un proceso más solitario e interno. La mayoría de las cosas de corte poético terminan siendo no leídas; pero en algún momento empezaron a hacerse los slam de poesía oral en Paraná y empecé a participar. Eso me dio cierto ejercicio, pensando en que iba a haber un público que iba a recepcionar eso, ahí empecé a darle forma. Algunas poesías tienen un corte bastante disruptivo, belicoso, contra el sistema; otros tienen una especie de figura de Eros al que se le escribe. El haber atravesado la carrera de Letras me permite jugar con algunas cosas como, por ejemplo, poder poner nombres propios sin necesariamente pensar que son esas personas que están ahí objetivadas. Para el resto pareciera que estás hablando de vos mismo o de esa persona. Uno lo dice y deja de ser algo tuyo; no podés controlar lo que eso va a disparar en la mente de cada persona.
(Más información en la edición gráfica 1106 de la revista ANALISIS del jueves 10 de octubre de 2019)
