
“Creo que esta es la última entrevista y a partir de mañana no hablo más”. De ese modo comenzó el diálogo con Silvia, la hija de Amado Abib, que permanece desaparecido desde el 13 de febrero de 2003, día en que fue visto por última vez con vida en Colonia Güemes, un caserío rural ubicado a unos 70 kilómetros al norte de la capital provincial.
“No es que no nos importa la suerte de mi papá. Era un padre y un abuelo excepcional. Es una tristeza y una falta muy grande para nosotros. El dolor lo llevamos dentro”, explicó la mujer, pero inmediatamente aclaró que ella y su familia no van a continuar exponiéndose públicamente para pedir que se devele lo sucedido con Abib: “Sentís impotencia cuando te das cuenta de que no podés. Y te ganan por cansancio. Llegas a la conclusión de que no corresponde arriesgar tu vida y la de tus hijos y nietos, si nadie más que vos está trabajando para aclarar las cosas”, concluyó.
“Me da mucha bronca porque a pesar de sus 85 años mi padre era una persona muy sana, que todavía trabajaba y tenía la matrícula de contador vigente. ¿Es posible que uno desaparezca del mundo y nadie mueva un dedo? ¿Cuántas personas hay en el país que pasaron o pasan por lo mismo que nosotros?”, se preguntó Silvia Abib. Y, sola, se respondió: “Un montón. Y pareciera que a los responsables de investigar no les importa”.
Temor
Silvia tiene dos hijos y cinco nietos. Tanto ella como su hermano Ricardo han resuelto, con el paso del tiempo, evitar las declaraciones en los medios por seguridad.
Sucede que la familia tiene una hipótesis muy concreta. Creen que el contador salió la tarde del 13 de febrero de 2003 a recorrer en su VW Gol la zona de Paraná campaña, como solía hacer a menudo, y que en Colonia Güemes, donde varios vecinos dijeron haberlo visto pasar ese día, fue víctima de un robo por alguien que lo eliminó y se encargó de hacer desaparecer las pruebas.
Ese alguien, concretamente, sería según las sospechas de la familia, un funcionario policial, con participación de algún cómplice. Pero en concreto, en la Justicia desde hace ocho años se averigua una desaparición. Y como no hay delito comprobado, tampoco hay sospechosos investigados.
Así las cosas, la familia ha perdido la confianza en los responsables del esclarecimiento del hecho, y teme.
“Un día fuimos al supermercado y en la playa de estacionamiento quedó mi hija con mis nietos en el coche. De pronto estacionó un vehículo al lado, pegado al nuestro, de tal modo que no se podía abrir las puertas. Los dos hombres que iban en ese auto no bajaron y quedaron estacionados un buen rato, hasta que se fueron sin comprar nada. Mi hija pasó un muy mal momento. Quizás esperaban a alguien. No sabemos. Pero estamos muy sensibles y tenemos miedo hasta de salir a la noche a sacar la basura”, relató Silvia. El temor está suficientemente fundado: “Sospechamos de una persona a la que no le conocemos la cara, y él nos conoce por habernos visto en los medios. Puede estar parado en la puerta de mi casa y yo no lo sé. Entonces dijimos basta: mi papá desapareció cuando tenía 85 años. A ocho años no puedo mantener la ilusión de encontrarlo con vida. No vamos a hacer nada que pueda significar un peligro para la familia”, concluyó
Decepción
Silvia admitó que al principio mucha gente la ayudó, interesándose del caso y manteniendo vigente la necesidad de esclarecimiento. “Pero con el tiempo tuvimos que soportar que dijeran que era prestamista y otras barbaridades. Encima de ser víctima pasás a ser sospechoso”, se quejó.
Respecto del accionar de policías, fiscales y jueces, la apreciación de la familia es negativa: “Como víctima no podés hacer nada si los encargados de investigar no lo hacen. Dimos vueltas por todos lados. Mi hijo mayor, que era el nieto más pegado a su abuelo recorrió durante meses la zona de Güemes buscando datos. Hasta videntes consultamos”.
También, recordó que “durante uno o dos años los policías de Investigaciones iban a mi oficina y me tenían al tanto de lo que se hacía. Daba la impresión de que querían investigar. Pero después pasó el tiempo y nunca más se supo nada. El juez se jubiló y no conozco al que lo suplantó porque nunca me llamaron. A la fiscal de la causa no le conozco la cara. En ocho años parece que no necesitó nada de nosotros. Nunca nos preguntó nada ni a mi hermano ni a mí”, apuntó.
Silencio
Pese al desánimo, Silvia Abib está segura de que alguien debió haber visto algún detalle de lo que le sucedió a su padre. “Deben tener miedo porque estarán amenazados o son conocidos de las personas involucradas. Papá desapareció en un lugar en el que todos se conocen y varios vieron pasar el auto. Al día siguiente encontraron el vehículo sin ninguna huella. Ni siquiera había huellas de mi padre. Evidentemente alguien tuvo tiempo hasta de limpiar el coche”, expuso.
“Me quedo con la hipótesis del robo. Quizás intentó defenderse y lo mataron. Llevaba poca plata, porque a los tres o cuatro días de cobrar la jubilación ya no tenía más. Cuando desapareció llevaba encima algunos (Bonos) Federales. Otra posibilidad es que haya conocido a quien le robó, porque andaba mucho por esa zona”, pensó en voz alta Silvia. De una sola cosa está segura: los autores del hecho actuaron con mucha prolijidad. “No pudimos encontrar ni un rastro, ni los anteojos, las llaves ni otras pertenencias de mi papá que nos permitieran corroborar que bajó del coche donde nosotros creemos”.
El denominador común
A mediados de enero de 2006, el abogado Elbio Garzón -que ahora es juez de Instrucción de Paraná-, en calidad de querellante en la causa en que se investiga la desaparición de la familia Gill, de Crucesitas Séptima, lanzó públicamente una pesada hipótesis: dijo que por innumerables comentarios y trascendidos surgía un denominador común en la desaparición del peón rural Mencho Gill, su mujer y sus cuatro hijos; del contador Abib; y del arquitecto Mario Zappegno (un empleado del gobierno provincial que desapareció en febrero de 2000 cuando viajaba de Crespo a Paraná, y que nunca se tuvo más noticia de su paradero ni de su vehículo VW Polo rojo). La coincidencia era ni más ni menos que la presencia de los mismos policías prestando servicios en las dependencias de la zona.
Uno de esos funcionarios era el suboficial de Policía Ricardo Daniel Chajud, quien en febrero de 2003 era jefe del destacamento de Colonia Güemes.
“Escuché lo que dijo Garzón pero después lo nombraron en la Justicia y no sé si no pudo o no quiso profundizar nada. Era interesante y bastante coherente la hipótesis. En su momento tuve expectativas, pero aparentemente no se averiguó más”, evalúó Silvia Abib en declaraciones a El Diario.