
Rubén Pagliotto (*)
Alberto Fernández pronunció un discurso inaugural que no sólo me conmovió por su evocación en la apertura y cierre al gran Raúl Alfonsín, sino por sus claras definiciones y precisiones conceptuales. Me dio la impresión que su discurso apuntó mucho más a quienes no lo votamos (lo hice por Lavagna).
Destaco, muy especialmente, lo vinculado a la superación definitiva y constructiva de la grieta; a la independencia de la justicia, a la transparencia y publicidad de los criterios de selección de contratistas en la esfera estatal y, especialmente, en la obra pública, como la habilitación de mecanismos de denuncia ante irregularidades en esos procesos donde se encuentran comprometidos fondos del erario público; en la disolución de la AFI (una verdadera cloaca bancada con fondos estatales) y la eliminación de los gastos reservados y su reasignación con destino social, a un plan contra el hambre en lugar del irrealizable y estridente “hambre cero”; el respeto irrestricto por los Derechos Humanos; tolerancia cero contra todo acto de discriminación y de violencia de género; contra el trabajo sucio de los servicios de inteligencia contaminando los procesos judiciales como la mala práctica de judicialización de la política y politización de la justicia; como de toda intromisión en la justicia a través de operadores políticos y de los medios, sobre todo en causas de corrupción estatal, poniendo en un pie de igualdad a funcionarios corruptos con los ciudadanos que pagan sobornos o participan de los actos irregulares.
Me gustó mucho que rejerarquizara a la educación y federalice la calidad de la misma con el objeto de que todos los estratos sociales, habiten donde habiten, reciban una educación de idéntica calidad. Destaco también la jerarquización de la salud pública, el sector de hábitat y viviendas, y el de la ciencia, tecnología e innovación.
Aplaudo que le haya pedido colaboración solidaria a los empresarios del país, cuyas incidencias en la formación del PBI es sustancial, como que no ha de subordinar las estrategias macreconómicas a los caprichos de los burócratas del FMI. También es muy destacable la política que implementará de distribución de fondos en la pauta publicitaria. Que haya puesto el acento en nuestros viejos y en la primera infancia no es algo menor. Su discurso estuvo atravesado por un claro y muy saludable espíritu reconciliador.
Hago votos, de corazón y genuinamente, para que el flamante presidente honre la palabra empeñada. Todos, los que lo votaron y quienes no lo hicimos, debemos ser parte de este sueño colectivo de reconstrucción del país.
Estoy persuadido de que quienes no somos oficialistas, debemos ejercer una oposición responsable, racional y sin mezquindades: apoyar lo que consideremos correcto y poner objeciones –no trabas- a todo aquello en que no acordamos. Y desde el oficialismo recibir con reciprocidad, un trato respetuoso y amplio. En definitiva, apuesto por un nuevo tiempo, por un juego limpio y con mucha actitud republicana. Sólo así nuestro destino como Nación podrá aspirar a un futuro promisorio.
Desde mis más íntimas convicciones, deseándole mucha suerte en su flamante gestión y haciendo votos para que honre sus compromisos. No lo voté. Soy opositor. Pero creo en la generosidad y mi sueño es, de cuore, que este país recupere su derrotero de país normal, integrado y que conviva en paz y armonía. Demasiadas frustraciones, vidas segadas y momentos de crispación hemos debido soportar y sufrir. Soy un optimista visceral. Le doy un crédito de oportunidad. Ojalá todo sea para mejor.
(*) abogado penalista de Entre Ríos.