Profesor Luis Laferriere (*)
Un año feliz sería para mí cuando pueda observar con alegría que estoy viviendo en un mundo feliz.
Eso significaría un mundo donde todos los seres humanos estén viviendo dignamente (y que no exista ni uno solo viviendo en la pobreza, como los cuatro mil millones que lo hacen actualmente), donde todos puedan tener una alimentación sana y completa (y que nadie pase hambre todos los días, como los más de dos mil millones que lo sufren diariamente), donde hayan desaparecido las muertes causadas por la desnutrición (y no como las que suceden hay cada 24 horas a más de cincuenta mil seres humanos), donde todos puedan vivir en los lugares que deseen (y no tener que huir y abandonar sus terruños por la amenaza de violencias, guerras, depredación, pobreza, desastres climáticos; como los más de 80 millones hoy desplazados que sobreviven en condiciones miserables).
En resumen: un mundo feliz, donde todos pueden desarrollarse plenamente, y tener alimentación, vestimenta, vivienda, salud, educación, esparcimiento, por el solo hecho de existir. Y además puedan hacerlo en un ambiente sano y sin depredar los bienes comunes, para que también puedan disfrutarlos las futuras generaciones.
Hoy estamos lejos de ese mundo feliz, y cada vez peor. Marchamos raudos hacia el abismo, y tenemos el pie atado al acelerador (como solía decir Ban Kee Moon, ex secretario general de la ONU). Un escenario catastrófico que anticipa colapsos mucho más profundos, si no logramos torcer el rumbo suicida que llevamos como humanidad, y que es el resultado del orden social capitalista, genocida y biocida que se ha impuesto en todo el planeta.
Es urgente y posible construir otros mundos, más humanos y solidarios, equitativos y sustentables. Lo están haciendo pueblos y comunidades con modalidades diversas, según sus propias experiencias y culturas, con esfuerzo y enfrentando muchos obstáculos. Pero es el camino que debemos construir entre todos, de la forma más participativa y democrática posible. Porque el rumbo que llevamos es suicida y nunca será una alternativa para la gran mayoría de la población. Y porque si no lo intentamos entre todos y desde ahora, nadie nos regalará nada mejor.
Está claro que para los poderosos que manejan el mundo, apenas el 1% de toda la población (los banqueros usureros, las grandes corporaciones) sobramos muchos miles de millones. Y su plan criminal, su estrategia neomalthusiana, es que desaparezca la gran mayoría, con guerras, pestes y hambrunas (incluyendo la farsa de pandemia y las inoculaciones mavisas que están generando decenas de miles de muertes y cientos de miles de graves efectos adversos sobre las víctimas asustadas y desinformadas, además de avanzar en un mayor control social por parte de la burocracia que maneja las estructuras de los Estados y las instituciones multinacionales).
Por eso, de lo que hagamos en comunidad dependerá el futuro que tendremos. Y mi aspiración es a tener un mundo feliz, el mundo del Buen Vivir, donde cada uno pueda vivir en armonía, no sólo consigo mismo, sino con sus semejantes y con la naturaleza de la cual formamos parte.
Así que por ese feliz año y por ese feliz mundo, alcemos nuestra copa y hagamos ese compromiso. Podemos cambiar esta realidad. No renunciemos al futuro. De nosotros depende. Que el 2022 sea la bisagra que comience a abrir las puertas de un nuevo mundo.
(*) Especial para ANALISIS