No dejemos a los clubes en peligro

(Foto ilustrativa)

Por Hugo Remedi (*)

 

Un club o institución deportiva va mucho más allá de un resultado deportivo por positivo que fuese. Por el contrario es pertenencia, pasión y amor a una camiseta entonada con los colores que lo vieron nacer y todo eso no se toca.

Y mucho menos en esta actualidad socioeconómica que asola a la gente ante la indiferencia de las decisiones que hacen falta tomar, es que no hay que dejar en orfandad a clubes arraigados en universos sociales carenciados que se agrandan a su alrededor poniendo en color rojo a la crisis.

Muchísimas veces los clubes se ven sumergidos solamente en el penoso voluntarismo pese a que en la consideración general se los ve a todos como vestidos de empresas profesionales y con plata a favor, y no es así, quizás a esa realidad casi privativa lo puedan disfrutar escasamente 3 a 4.

Por el contrario, muchas más de las veces son precisamente los avistadores profesionales quienes paradójicamente, reciben la mayor de las generosidades de un poder distante que canjea apoyos magnánimos salidos de la plata ciudadana a cambio de grandes banderas a nombre propio.

Patético, llegar al extremo de mandar chicos a la escuela para que coman so pretexto de estudiar, o que hagan lo mismo con los clubes, o lo que es peor, que sean militantes consecuentes de las bolsas de desperdicios.

Medio país, come mendigando en comedores de escuelas; y con los planes sociales por lo exiguo de sus montos, disimulan llevarse un bocado a la boca, o andan por la calle a la deriva visitando cada claro de basura que aparezca a la vista.

Los clubes de un tiempo hasta esta parte, se vienen convirtiendo además de comedores o merenderos, en consultorios psicológicos, o médicos, abrazados por realidades generalmente violentas que no pueden contener los espacios naturales.

En esa transición irresuelta, también entra la droga, y tampoco están los espacios preparados y la gente específica para contener el flagelo con la mejor herramienta. Y como en las escuelas, la mayor concurrencia a un club, son pibes y pibas, chicas, adolescentes en su gran mayoría. Con las debilidades que traen consigo esas edades.

Los clubes, se han convertido casi en una sucursal del estado, o quizás una especie de poder delegado de esa autoridad, pero con necesidades que superan ampliamente a la posibilidad de respuesta por cuenta propia.

Aceptar que, en tirar una pelotita y correr detrás de ella, por disciplina que sea, se agota la función de un club es lamentable sentir para que quien se sume a ese diagnóstico facilista.

Incluso, a veces, hasta la propia sociedad emergente en su rol de padres cometen errores insalvables en lo que se entiende por la función de un club en toda su dimensión. Desde lo deportivo, sigue rodando la bocha infectada de padres que frustrados en sus tiempos de hacerse notar infructuosamente como posible deportista vuelcan esa desazón en presiones que tornan demoledoras sobre sus propios hijos. Que a cierta edad solo tienen como misión: jugar...ya llegará la hora de competir. Y no saltear la instancia más preciada de divertirse, hacer amigos y frotar la convivencia como eje de valores.

El otro gran tema, también de los padres (todos nosotros bah), es aquel que cuando el pibe anda mal en la escuela la penitencia es sacarlo del deporte… Cuando uno pregunta y por qué le sacás el básquet, el yudo, o el patín lo que sea, la rigurosa respuesta que más veces he escuchado como fantástica es: “le quito lo que más le gusta para que mejore en la escuela”. Por fortuna no han decidido aún quitarle la comida, o si es adolescente la novia, o si es un eximio músico, hacharle el piano.

Es decir, a una frustración le sumamos otra; en la psicología parroquial de nuestros jefes de familia, a un pibe angustiado (bueno, a veces) porque anda mal en la escuela lo frustran doble tan solo porque le impiden hacer lo que lo hace feliz. Así no, seguramente habrá que mejorar las opciones.

Mi afecto se une inexorablemente a Don Bosco, pero fue sufrir en su momento y mucho cuando nuestro Belgrano de Paraná, lo vivió en carne propia y perdió su estadio de Salta y Victoria y sino se extinguió penosamente fue porque dirigentes de otro tenor lograron sacarlo del pozo.

Para que ello no suceda el estado debe estar atento a las necesidades de las instituciones deportivas y también a que ejerzan de modo inexcusable el control que le compete. Pero de modo permanente, porque no es solo la cuestión de evitar un cierre sino también de generar las condiciones para que los clubes no se vayan degradando ni en infraestructura ni en la apoyatura al deporte en lo que hace a profesores, educadores, orientadores etc.

Que quede claro, después que terminan los pleitos deportivos, empieza la otra vida de lo clubes: la contención de la miseria que la política no soluciona y agrava. Allí, en ese preciso momento comienza la contención para chicos afectados por situaciones familiares calamitosas, como violencia familiar, hambre, drogas y falta de oportunidades. Hacer deporte en definitiva, viene después de todo esto.

La consecuencia de esa ausencia motiva a los clubes a apelar a lo único que tiene a mano, vender pollos y pastelitos y mangazos...o a subir la cuota. Y sabido es que todo emolumento que se suma a las familias económicamente diezmadas como sucede actualmente es absolutamente privativo de sostener. Y en consecuencia, allí termina el recorrido del chico dentro del club.

Y como consecuencia de ello, los pibes de nuevo a la calle, o a engordar con celulares, notbook, tablet y todo ese carajo de tecnologías que ofrece el mercado de consumo para no moverte de la zona de confort, y que salvajemente toma a una clientela de chiquitos permeables a lo que caiga en esas pantallitas diabólicas si mal se usan, y con padres ocupados.

De hecho, bastante tiempo atrás conocimos a los clubes de puertas abiertas, con dirigentes desprendidos y de profunda generosidad que mantuvieron estas instituciones a pulmón. Hoy, salvo raras excepciones eso no existe.

Se aproximó el profesionalismo y trajo consigo un nuevo manual. Y aunque, se intente mantener el sentido romántico del amateurismo se va diluyendo lánguidamente. Y como consecuencia mutan las funciones específicas y en vez de clubes, todo termina pareciéndose a una empresa deportiva con réditos para pocos, y a veces, teñido con políticas partidarias…

Hoy, en términos de gestión, te equivocas como dirigente , y tu club termina hundido en juicios donde te van masticando pedazos de esa mística que se fue soldando en obras e inversiones durante toda una vida.

Paradójicamente, el estado en general, en buena posición de canjear imagen de gobierno redituable por plata, termina a la caza de votos, siendo mucho más activo y generoso con los clubes que tienen alguna actividad profesional vistosa.

Algunas instituciones necesitan los mejores para conformar el dream team detrás de un telón de mucha moneda en circulación, en tanto los otros, los hermanos menores castigados por la indiferencia utilizan lo que derrama la copa ostentosa, bastante menos por cierto, como para en cambio, pagar la luz, el gas o arreglar un caño roto.

Nada con el profesionalismo y su vida, porque para allá vamos inexorablemente, pero en la transición, no sería tan desgraciado saber que en los clubes de barrio o chicos, habitan emergentes bastante parecidos a los que, vistos en la calle nos entona a decir con “sentimiento culposo”: pobre gente.

Con menos hipocresía mucho mejor.

 

(*) Especial para ANÁLISIS.

 

 

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