Educar para la paz y la no violencia

Por Hugo H Pais (*)

 

(Primera parte) Cuando vemos los que gradualmente se va dando en nuestra sociedad, donde la paz está ausente y crecen las expresiones y acciones de violencia, como educador, no puedo ponerme al margen de la realidad, por el contrario, siento la obligación de decir y opinar, proponer y sugerir, caminos a transitar desde la educación, para revertir situaciones, que permanentemente lastiman y generan dolor en la comunidad. De entrada diré, creo si, que el hambre y la pobreza lastiman profundamente el tejido social, y todos, debemos hacernos cargos de esta situación.

Hace años, he realizado un trabajo de investigación en el ámbito de la UCSF, sobre los temas que afectan la convivencia en la educación, en particular referida al bullying en las escuelas, y recuperamos información, que nos permitió conocer niveles de violencia en los establecimientos educativos, generados por diversas razones que no justifican sino que explican esa realidad.

Pero después de haber hecho conocer dichos datos, ¿qué ha sucedido?, no podemos decir que se ha mejorado o cambiado, por el contrario la inacción de quienes deben, ha llevado a ver cómo crece la violencia, ya sea de mano de la problemática familiar, la violencia de los distintos sectores, la droga expandida en toda la comunidad, en fin, diversos motivos que no justifican, pero explican lo doloroso de los efectos de la VIOLENCIA.

Se sostiene que la violencia es producto de la evolución cultural, donde se moldea al individuo, tanto en la familia, la sociedad y la escuela, desde el aprendizaje y desde los hábitos violentos. La violencia no es una enfermedad, por lo tanto, para revertirla o solucionarla es necesario un cambio de pautas culturales y educativas.

Por ello, es importante señalar que la OMS define la violencia como “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.

Erróneamente, se atribuye el origen de los actos violentos a la práctica de determinadas actividades deportivas, cuando en realidad, el deporte forma, en especial a niños y adolescentes, mejora y cualifica la existencia vital de todo ser humano, tanto como lo realiza una educación de calidad e integral para todos, por lo que sería bueno volver a pensar con Bárcena y Mélich que la educación es verdaderamente un acontecimiento ético.

Entendemos que el educador no puede renunciar a su función de ayudar a un nuevo nacimiento, de alguien que asuma la responsabilidad de vivir no sólo con los otros, sino también para los otros, en sociedad, para transformarla, porque no puede ignorar, que conocer la realidad que envuelven al educando, exige desenmascarar las redes de «información» que ocultan y deforman la “realidad”.

De lo dicho, hay que enfatizar, que educar es preparar para juzgar críticamente lo que está pasando en las condiciones de vida de los educandos, respecto a los axiomas admitidos por el statu quo que intentan hacer coincidir la verdad, con un determinado punto de vista, o con la consecución de unas ventajas concretas (Duch, 1998).

Creemos que debemos ser conscientes que del desvelamiento de la realidad, hay muchas veces adoctrinamiento, pero no educación y es aquí nuestra sustancial responsabilidad. Por ello sostenemos que se debe tomar conciencia que se educa cuando se asume la totalidad de la vida de los educandos en toda su realidad, lo que significa educar integralmente la persona del estudiante y afirmamos que ésta, no se puede desvincular de sus condiciones sociales.

Y señalamos, educar integralmente sin temor, ni miedo a sostener, que implica como educador, comprometernos, en formar a la persona del educando, como lo es, un ser bio – psico –socio- espiritual. En tanto ello diremos que la educación integral es un modelo de enseñanza que tiene como característica la integración de habilidades sociales, intelectuales, profesionales y humanas en el aprendizaje de los alumnos.

Este modelo de educación, siempre implica un proceso que se desarrolla tras un conjunto coordinado de acciones políticas, sociales y económicas, las que se fundan en la promoción de la dignidad personal, la solidaridad y la subsidiariedad para mejorar condiciones de desarrollo pleno de las familias y las personas.

Siempre la educación integral, promueve capacidades individuales como la autonomía, siendo esta indispensable para hacer más efectivo el proceso de aprendizaje. A partir de esta el estudiante se involucra, motiva y se compromete y hace responsable de su evolución. Entendemos, este es el punto de partida para revertir las situaciones que se vive y fortalecer en niños, adolescentes y jóvenes el diseño de un proyecto sano, existencial de vida.

Es así como consideramos que desde la pedagogía de la alteridad se entiende mejor que educar es y supone, algo más que la simple implementación de estrategias o conducción de procesos de aprendizaje.

Por ello, sostenemos que en la relación pedagógica, entre el docente y el alumno, el primer movimiento que se da es el de la acogida. «Acoger al otro en la enseñanza es acoger lo que me trasciende y lo que me supera; lo que supera la capacidad de mi yo y me obliga a salir de él, (de mi yo), de un mundo centrado en mí mismo, para recibirlo» (Bárcena y Mélich, 2000).

Por ello, la relación educativa entre educador y educando no es una relación convencional, profesional, que se puede encerrar en un lenguaje en el que todos los problemas, transformados en cuestiones técnicas, pueden ser resueltos, controlados y dominados. Más allá de una actividad técnica o profesional, la educación, en sí misma, es un acontecimiento ético, una experiencia ética, una relación entre profesor y alumno es «rebosante de posibilidades morales» (Buzzelli y Johnson, 2002), no es un experimento en el que la referencia a la ética le venga «desde fuera».

Esta mirada, ética y moral, del hecho, del acontecimiento educativo, es por sobre todo, un desafío a pensar y ejercitar, una educación que busque denodadamente, la paz, la integración, el encuentro por sobre las rivalidades que atentan contra la vida y se constituyen en expresiones de violencia. Buscar educar en la paz es la tarea de todo docente, para ello, no renuncia a su ser ni a sus necesidades, lo haces desde su mismidad y su realidad.

Ese educar, en estos tiempos, con cambio epocal, nos desafía a “hacerlo para la paz y en la paz”, reconociendo que ella emana desde el interior de cada uno de los actores del proceso educativo. Es poder decir la palabra que acoge y que nos trasciende, nos hermana, y nos supera desde nuestra propia mismidad. Educar acogiendo, es reconocer por actitud vivida y asumida, la dignidad del otro, por lo tanto lo cuido, protejo y comprendo.

De hecho, no podemos sostener una educación que no procure esencialmente la paz, la sana convivencia y el respeto por las personas, cualquiera sea su raza, religión o visión ideológica, cuidar al otro, es la no violencia, y es expresar el todo de nuestro ser, con amor. Sin desvelamiento de la realidad hay adoctrinamiento, pero no educación. Se educa cuando se asume la totalidad de la vida de los educandos en todas sus dimensiones.

Hoy sin lugar a dudas, ante tanta violencia social, de hecho y de palabras, es necesaria una seria y detenida reflexión sobre el modelo antropológico y ético (qué enseñamos y para qué) que sirve de apoyo a la práctica educativa. No desnaturalizar la realidad del ser del hombre y la mujer, asumirlos como realidades integrales, es atenderlos desde y en su mismidad de personas humanas. Hoy no escondemos la realidad tras un discurso, sino que la desnudamos con palabras que lastiman, que enajenan, y por el contrario, es muy bueno el educador, enseñe a descubrir esas armas de las palabras que acogen y de aquellas que lastiman.

Aunque la escuela, como institución social, que auxilia a la familia, que la complementa pero no la suple, esa realidad institucional, aun cuando, no sea la panacea para todos los males que afectan a nuestra sociedad, sí «es el espacio en el que es posible organizar un proceso deliberado y sistemático, orientado a que el individuo adquiera las competencias que han de permitirle transformar su mundo cultural y dar sentido a la historia».

Hace varios años, escribí sobre algunos principios para educar para la paz, porque entendí, que ese era el camino, y hoy, en pleno siglo XXI, al trabajar por una pedagogía de la no violencia, deseo recordarlo y ponerlo en este inicio de este libro que es siempre un hijo del intelecto y de las experiencias de vida vivida como educador.

Así, señalemos estos caminos que contribuyen a construir y consolidar la paz:

ü Cultivar los valores

ü Aprender a vivir con los demás

ü Facilitar experiencias y vivencias

ü Educar en la resolución de conflictos

ü Desarrollar el pensamiento crítico

ü Oponernos a la violencia de los medios de comunicación

ü Educar en la tolerancia y la diversidad

ü Educar en el diálogo y la argumentación racional

En pocos días, un nuevo año escolar estará comenzando, pensemos que el desafío es caminar y clarificar, conceptos que permiten desarrollar esta nueva mirada de la “no violencia”. Bienvenidos a este viaje para repensar juntos, ese camino de ser docentes de una comunidad basada en el respeto y la tolerancia, desde un modelo de educación ético y moral. Nos exigimos a agudizar la escucha, sembrar la paz y desterrar el odio y la violencia.

 

(*) Docente, investigador en temas de educación. Ex Rector de la Escuela Del Centenario Paraná.

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