Entre Ríos y los mil Mayos ancestrales antes de Mayo

Por Daniel Tirso Fiorotto
Especial para ANÁLISIS

Desde que decidimos almorzarnos a Juan Díaz de Solís en 1516, porque la vimos venir, hasta mayo de 1810 pasaron tres siglos con mil actos de resistencia a la invasión europea.

Los testimonios de la presencia guaraní, charrúa, chaná, chaná timbú, bohan, yaro, y de sus interacciones con los españoles y los criollos son incontables, y no existió un momento ni un lugar en que esas comunidades fueran aniquiladas por completo. De ahí que la cuenca histórica llamada Entre Ríos tenga en su curso principal las voces, los saberes, los gustos, los modos, las luchas, las artes, los sueños de los seres humanos ligados al monte, las lomadas, los arroyos y el humedal por milenios. “Corazón tierno y fibra fuerte de caranday”, dice el poeta.

Antes del poco recordado Bartolomé Zapata y sus gauchos revolucionarios del 10 y el 11, recuperando Gualeguay, Gualeguaychú, Uruguay, estuvieron los aún menos recordados Ynhandú (o Y Ñandú), Yamandú, Mañuá, Abuyabá, Tabobá, Yandianoca, Añahualpo, Yapicán, Yasú, Miní, Guaytán, Jaguareté, Karabí, Campusano con sus familias y sus tropas. Y los más recientes Naigualvé, Doimalnaegé, Gelubilbé, en las décadas previas a la creación del Virreynato y la revolución de Mayo, cuando el poder imperial los redujo en La Matanza.

Nombres que quedan en los registros políticos, guerreros, pero expresiones de toda una vida amorosa comunitaria, de grupos culturales definidos, con idiomas complejos, extraordinarios, y conocimientos y artes que la invasión supo aniquilar o ningunear, para imponer sobre el territorio un sistema extraño.

Hace poquito el estudioso Diego Bracco encontró 175 nombres charrúas entrerrianos en los archivos de Sevilla. Gente que fue tomada prisionera en los ataques para la rendición de los pueblos ancestrales, y amontonada en una reducción de Cayastá. Ahí las mujeres y los hombres: Anac, Choc, Xalallá, Cotay, Sut Sut, Ceuceu, Aybá, Vilenviabuvé, Ibalangis, Jamosin, y tantos más.

Sus luchas fueron por el territorio, por la cultura, la cosmovisión, las lenguas, los modos, los hijos. La revolución de Mayo de 1810 tomó esas energías contrarias a la opresión, aprovechando un momento de debilidad del rey, y provocó el cambio esperado, pero poco cambió para los hijos y nietos de los oprimidos; muchos de ellos mandados como carne de cañón en las sucesivas batallas junto a los esclavizados africanos.

Con los charrúas de La Matanza llevados a Cayastá o distribuidos como siervos, con los guaraníes de Mandisoví y Bella Unión llevados a Diamante, con los centenares de nombres ancestrales en los registros de Concordia o Concepción del Uruguay, con los numerosos testimonios de encuentros y encontronazos en Paraná, en el Guayquiraró, en los montes de Villaguay, hasta los tiempos de Artigas y más adelante (cuando el presidente Fructuoso Rivera de Uruguay buscó aniquilarlos en Salsipuedes); con todos ellos en ebullición, los muertos y los sobrevivientes, se tejió la entrerrianía. La intersección fue quizá la revolución federal encabezada por Artigas, Hereñú, Ramírez, Guacurarí, con un objetivo central y casi exclusivo: la soberanía particular de los pueblos en confederación. Pero la presencia ancestral está a la vista, en los papeles y en la calle.

Impregnada por el paisaje, por la biodiversidad, la entrerrianía celebra símbolos que preceden por cientos de miles de años al hombre mismo: el cardenal, el hornero, el ceibo, la pluma de ñandú, el zorzal, el Gualeguay. Las culturas se fueron incorporando a una antigua cuenca. Los genocidios no pudieron aniquilar todo, de ahí que las flores vuelven de tanto en tanto desde los bulbos enterrados, como ocurre con las azucenitas y los lirios.

A los 300 años de resistencia de nuestro pueblo, y luego de que nuestros gauchos pusieran el pecho para colaborar con la revolución junto al gualeyo Bartolomé Zapata, sucedieron las continuas invasiones coloniales, no ya de españoles sino de porteños herederos de la colonia, para destruir la revolución y matar a Artigas, que intentaba devolver tierras a los “más infelices”. He ahí su pecado jamás perdonado.

La batalla entre Pablo Areguatí y Domingo Manduré en Mandisoví, la Batalla del Espinillo para resistir el ataque de Holmberg, la batalla de Ceballos y Santa Bárbara para resistir el ataque de Montes de Oca, la batalla de Saucesito para resistir el ataque de Marcos Balcarce… Aquella nueva autonomía entrerriana, heredera de principios ancestrales, cuajó en la resistencia.

Charrúas, guaraníes, africanos, chanás, gauchos, más varones en las guerras, más mujeres en el tejido social y la transmisión de saberes, todos cultivando los valores de la resistencia, la hospitalidad, el trabajo colectivo y festivo, la armonía con el entorno, la igualdad, la complementariedad, el consenso; principios que han seguido, quizá en las grietas, pero han seguido abonando la vida. Como dice Bartomeu Meliá: la memoria del futuro. Como dice Ailton Krenak: el futuro ancestral.

Claro que, a las personas en resistencia, ciertos colonizadores las llamaron bandidos, delincuentes, barbarie en suma. Cuando no las mataron, las esclavizaron o las desterraron. Se recuerda a los Vera Mujica y Andonaegui pero fueron muchos los opresores, y sus bases racistas continuaron (y continúan) por distintas vías, mientras las culturas sobreviven y se potencian en las grietas.

La historia más reciente nos muestra desarraigados, desterrados, hacinados, un poco acobardados, con la  tierra y las semillas patentadas por pocos, con demasiado mandón dando consejos; y también nos muestra recuperando la conciencia sobre el agua, el suelo, el monte, el humedal, las voces antiguas vigentes; dados a la tradicional rueda de mate, ensayando milongas, chamamés, chamarritas, y volviendo los ojos a la vida comunitaria, horizontal, que nos viene de antiguo, sea por los pueblos de los montículos en el delta, sea por los pueblos de la selva de Montiel. O por los esforzados inmigrantes cargando en sus alforjas ese sentido de comunidad que encontró buen barbecho en este territorio.

Los mil Mayos ancestrales son batallas de resistencia, son pactos de paz, son huertas de maíz, calabaza, poroto; son ofrendas a la Luna, son inclinaciones ante la Onkaiujmar (madre tierra), son mingas y oficios y artes que alumbran nuestro camino. Felizmente la historia milenaria sigue y no se rinde.

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