
(Foto ilustrativa)
Por Hugo H. País (*)
Entiendo, como educador, que es necesario ponerse frente a la realidad de todo ser humano, quienes constitutivamente son problemáticos, muchos conviven con los conflictos, estos se repiten cotidianamente y muchas veces lo abruman. Y ello muchas veces le lleva a interrogarse: ¿Qué va a ser de mí? De allí digamos que toda vida es un continuo tejer y destejer, no en soledad, sino en relación, en apertura en comunicación, es un dar razón de su convivencia concreta, que explica su natural otredad. Comprender el sentido del convivir con los estudiantes y sus familias, es entender profundamente el sentido del que es educar y como educar.
Para sentir, percibir, vivir el problema del otro, es preciso sentir de veras la peculiar realidad del propio yo. Cuando Sócrates propone a los griegos “Conócete a ti mismo”, pone al descubierto el secreto de lo que el hombre no conoce, no se plantea su auténtica realidad.
Me gusta decir que la existencia humana, es constitutivamente coexistencia, toda actividad lleva una referencia a los otros, mi existir me remite siempre a los otros. Yo existo coexistiendo, y “coexisto” siendo con otros, con aquellos entre los cuales soy y existo también, soy junto a otros, con los otros y por los otros.
Es oportuno decir, que la expresión, “yo soy contigo”, es, pues, algo mucho más hondo que la manifestación de una proximidad espacial o de un sentimiento de compañía. Gabriel Marcel, trama una teoría acerca del otro:
• Critica la concepción individualista del yo y del tú
• Describe una metafísica de la relación tu-yo, cuando ambos queremos ser auténticos como personas
Hoy, hay muchos que admiten, que educar sin Filosofía o sin Antropología, no deja de ser un “sin sentido”, que es como caminar sin dirección y sin meta, es convertir la educación en un vulgar adiestramiento. Precisamente el constructivismo relativista cosifica la acción educativa, la convierten en una situación controlada desde la eficacia, por lo cual entendemos que es necesario imperiosamente, recuperar la ética y la moral, no sólo adquirir prioritariamente conocimientos, destrezas, habilidades, sino que debemos procurar recuperar un aprendizaje en actitudes, valores que orienten a formar en virtudes. Hoy hablamos mas de violencia, corrupción y no tanto de actos valiosos y de virtudes ejemplarizadoras. Revertir el sentido de la educación es una demanda.
En toda acción educativa, hay propuesta y se debe ser propositivo, existe acompañamiento y guía, que se traduce en la presencia, escucha, atención y cuidado, tendiendo siempre a unir, de orilla a orilla, en cercanía, situándonos, en la realidad del otro, posibilitando el alumbramiento de una nueva criatura, que desde su vulnerabilidad y necesidad hace una pregunta en la esperanza de encontrar una respuesta.
De allí que podamos afirmar que, educar, es siempre tener que responder, no desde un individuo sin rostro, sino desde una persona humana que es “alguien”, no algo, y situado en una entorno, que es “realidad”.
Desde esta postura, nos sentimos convocados, como nos dice Levinas, a “no reducir al otro a lo mismo”, lo múltiple, a la totalidad, sino que, acoger al otro, lo que me trasciende, me supera y me obliga a salir de mi yo, de un mundo centrado en “mi mismo”, para salir al encuentro y recibirlo. El otro, cualquier otro, siempre es pregunta que nos interpela, que nos concierne, compromete y desafía, nos saca del encierro de nuestro yo, nos sitúa en la otra orilla, como muchas veces lo decimos, nos permite calzarnos los zapatos del otro.
Como educadores, debemos comprender que el primer movimiento que se da en la relación pedagógica, es el de “acogida”, que lleva en si la aceptación plena del otro, en su realidad concreta, en su tradición y cultura. Es en suma, tender a reconocer al otro como alguien desde su dignidad de persona humana, y no sólo como el aprendiz de conocimientos y competencias.
Debo decir, que sólo cuando el educador se hace responsable del otro, responde a éste en su situación, se preocupa y ocupa de él, desde la responsabilidad y allí donde está en condiciones de educar, como una realidad abierta al otro y para el otro. Comprenderlo y ejercerlo, es el camino que nos permitirá revertir el deterioro de la educación.
Afirmo que educar exige, salir de si, cruzar las fronteras, percibir, ver, el mundo desde la experiencia no sólo personal, sino del otro. De modo tal ha de ser la acción de educar, que quien estudia no debe ser nunca objeto de dominio, posesión o conquista intelectual, sino que por lo contrario, ejercitaran con su actividad, actos de libertad.
He aquí que podamos seguir sosteniendo que el acto de educar, no es solamente fermentar la vida, sino también es darla a nuestra propia vida o comunicarla, cultivar, elevar, criar, compartir el carácter de cuidado de una vida en formación, que necesita protección , apoyo, regulación por parte de otros,
Quiero reforzar la idea, que educar, es un hacer moral, consciente de la responsabilidad y de la gravedad de mi acción como educador, donde se comunica la formación de una persona al otro que confía y espera. Puedo afirmar entonces, que la educación no es una obra que se realiza por simple convivencia, ni se concluye desparramando semillas, sino que se acompaña tal operación con el cuidado por la germinación de lo sembrado desde el propio corazón de quien educa.
Creo, resulta conveniente, repensar una pedagogía centrada en la otredad, que valore la soledad y el silencio, como proceso esencial de subjetivación, de singularización, de encuentro y reencuentro consigo mismo y con el otro, donde vivo el crecimiento en armonía que regocija, potencializa y cualifica, utilizando la educabilidad y la enseñabilidad como medio y escenario del diálogo, que se constituye en espacio de encuentro donde se pronuncian las palabras de cada quien, donde cada uno cuenta su historia, plantea los horizontes de su sentido en y por la vida, sus significados de la ideas del otro y del valor que tiene para mí.
(*) Docente e investigador en educación.