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La historia de un secuestro: fragmentos de Las flores de Fernanda

Al cumplirse este jueves 20 años de la desaparición de la adolescente Fernanda Aguirre, ocurrido el 25 de julio de 2004, ANÁLISIS comparte fragmentos del libro Las flores de Fernanda, de autoría del periodista Daniel Enz, que actualmente trabaja en una reedición de la obra. 

Las flores de Fernanda fue publicado en 2005 y estuvo precedido de una exhaustiva tarea de investigación. 

Narra los detalles del secuestro de la adolescente, lo que sucedió, lo que se ocultó, lo que no se investigó y las maniobras policiales. También hace referencia a la falta de control judicial, a la intromisión del poder político de entonces y a las falencias del sistema penitenciario.

El chacal

La violencia siempre estuvo presente en los días de Miguel Ángel Lencina. Cada vez que confesó cuestiones de su vida recordó su infancia dramática, la extrema pobreza y el dolor por el castigo familiar. Nació el 28 de octubre de 1972 en Alcaraz, una pequeña población del departamento La Paz, en el norte de Entre Ríos. Su madre, Esther Torres, tuvo otros ocho hijos. Nunca ocultó que Miguel fue fruto de una relación fugaz con un hombre paraguayo. Juan Ramón Lencina, pareja de Esther, los reconoció a todos.

Miguel iba creciendo y a la par aumentaba su perversidad. Era usual que por las noches violara a alguna hermana o prima y también a los varones pequeños de la familia. Otras veces aparecía con cortes en el cuerpo, sangrando. “Me lo hice yo solo, para saber cómo es”, explicaba.

Cometió su primer delito grave cuando tenía quince años. Apolinario Torres, el hermano de su madre, tenía permanentes encontronazos con un hombre de apellido García y decidió planear una venganza: iba a secuestrar a su pequeña hija. Le pidió a Miguel Ángel que lo acompañará y el joven no dudó.

María de los Ángeles García tenía nueve años cuando la raptaron. Miguel y su tío la interceptaron en la zona de la Segunda Brigada Aérea, la sofocaron con el buzo verde que llevaba puesto y la arrastraron hasta una tapera cercana a la avenida Jorge Newbery. Allí la tuvieron cuatro días y tres noches.

Amores y tristezas

Al principio, Mirta Cháves no supo que Miguel estaba condenado a veinte años de prisión por dos homicidios. Creyó lo que él le dijo durante un tiempo y luego se enteró solamente que estaba allí por homicidio, pero nunca conoció los macabros detalles de los asesinatos que había cometido.

La relación de la pareja se fue profundizando, a punto tal que Mirta quedó embarazada en una de las últimas visitas higiénicas. Nació Micaela Ayelén y el 11 de agosto Lencina fue autorizado a concurrir a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de Concordia, “bajo segura custodia”, para el bautismo de la bebé. 

Mirta y Miguel se casaron en Gualeguay. Ella decidió no avisarle a nadie de su familia. Sabía de la resistencia que generaba su novio y era mejor dejarlo así.

La salida

-Tiene una salida de setenta y dos horas -le dijo un oficial penitenciario.

-¿Desde cuándo? -preguntó sorprendido Lencina.

-Desde este viernes, hasta el lunes a la noche. A ver si la aprovecha.    

 

Era 23 de julio. Miguel acomodó sus cosas temprano y partió hacia la terminal de Ómnibus. Se cercioró de que nadie lo siguiera y, en lugar de comprar un pasaje a San Martín de las Escobas, sacó boleto a Paraná. 

No fue una cuestión impulsiva: Mirta lo esperaba en la capital entrerriana, tal como habían acordado. “Vamos a hacernos un viajecito, ya vas a ver”, le había comentado él por teléfono sin darle mayores detalles. 

Los claveles

Esa tarde del domingo 25 de julio, exactamente a las 17, Argentina y Brasil jugaban la final de la Copa América en Lima (Perú) y existía una particular expectativa en la población. El movimiento no era el habitual. 

Quienes concurren cada fin de semana desde Paraná a los dos cementerios de San Benito -uno parroquial y uno privado- a visitar las tumbas de sus seres queridos, ese domingo lo habían hecho horas antes o bien temprano a la mañana. 

-Hay poca gente, ¿no?- le comentó Lencina a Jonathan, luego

de que Mirta y la nena regresaran, mientras deambulaban por el

pueblo.

-Y sí...

-Está como para hacer algo por acá.

Ambos se quedaron apoyados en la esquina del acceso a los cementerios, en Federación y San Martín. A unos cien metros había una florería, pero ya estaba cerrada. Eran poco después de las 15 cuando pasó caminando ante ellos una chica de unos dieciséis años, vestida con pantalón rojo y polera blanca.

A los pocos minutos pasó otra chica, unos años menor que la anterior, con el mismo rumbo. "Chau", le dijo Lencina, pero la adolescente de camperita marrón, pantalón negro y zapatillas azules con blanco, con toda la timidez y algo de temor encima, no respondió nada. "Ahora vas a ver lo que le pasa a esta creída", le dijo desafiante Lencina a Jonathan.

El regreso

Miguel regresó a los quince minutos. Había estado deambulando por el inmenso patio de la vivienda, en la oscura noche: los teros gritaban y los perros ladraban acusando su presencia. Traía en sus manos un par de zapatillas rayadas azules y blancas, número 37 ó 38. Una tenía algo de barro en la punta.

-¿Y eso? -preguntó Mirta sorprendida.

-Son de la piba. Está todo bien, no pasa nada... Las traje para despistarlos a los canas y a los perros.

-iPero Miguel, qué hiciste con la piba! -lo increpó la mujer.

La reacción

El gobernador Jorge Busti se sorprendió cuando el secretario de Seguridad de Entre Ríos lo llamó, el lunes 26 de julio, y le avisó que el domingo había sido secuestrada una piba de trece años en San Benito.

-¿Pero hay algún dato? -le preguntó.

-Algunos pocos, pero aislados -le contestó el funcionario José Carlos Halle, que había dejado su puesto como juez Correccional de Paraná para asumir en el cargo.

Tanto América como el canal Todo Noticias (TN) llegaron a las pocas horas. Busti sabía que el gobierno provincial no podía cometer errores y era una buena oportunidad para demostrarle a la administración del presidente Néstor Kirchner que se contaba con una estructura suficiente como para dilucidar un caso tan doloroso. 

El secuestro de Fernanda conmovió a los vecinos de San Benito. Durante varios días, más de mil personas se movilizaban permanentemente buscando a la nena.

La horca

Lencina había ingresado a la Comisaría Quinta a las cinco y media de la mañana del sábado 31 de julio. Quedó incomunicado en una celda ubicada a unos diez metros de la puerta principal. 

El agente Ramón Manuel Mena ingresó a las siete de la mañana a la seccional. Lavó la cocina, barrió el patio y el garaje. Cerca de las nueve fue al pasillo de las celdas para continuar con su labor. Se asomó a la que ocupaba Lencina y le preguntó si necesitaba algo, pero se sorprendió porque nadie le contestó. 

Miró y vio que no estaba. Cuando se dio vuelta, lo divisó colgado del techo de rejas del patio interno de las celdas. Salió corriendo y a los gritos, aunque casi no podía hablar de los nervios. 

El mensaje

Los investigadores policiales comenzaron poco a poco a instalar otra hipótesis y enseguida el abogado de la familia, Julio Federik, avaló esa línea: pensaban que Fernanda había sido entregada a alguien perteneciente a una red de prostitución infantil. 

El jueves 26 de agosto -tres días después de que el presidente Néstor Kirchner recibiera en la Casa Rosada a los padres de Fernanda Aguirre y al gobernador Busti- la opinión pública se conmocionó con la aparición de un extraño mensaje. 

“SOS. AYUDENME, SOY FERNANDA”, decía en un sticker encontrado por una pareja de ancianos turistas porteños a orillas del dique frontal de Río Hondo, en la provincia de Santiago del Estero.

El otro fiscal

El gobernador, la madre y el padre de Fernanda llegaron cerca de las 20.30 del sábado 4 de septiembre a la cárcel de mujeres, previo aviso al fiscal Silva. Los tres se sentaron alrededor de una mesa y esperaron a Mirta Cháves.

“Lo que queremos nosotros, señora, es que nos diga dónde está nuestra hija. Usted es madre y quizás no pueda saber el dolor que tenemos, pero le pedimos que nos ayude”, la exhortó María Inés Cabrol después de las presentaciones. Mirta rompió en llanto.

El gobernador comprendió que debía interceder. Habían pasado no más de quince minutos cuando se puso de pie y les pidió amablemente a los padres de Fernanda si podían retirarse un momento. Julio Aguirre entendió perfectamente, ayudó a su mujer a levantarse y salieron.

-¿Qué me querés decir? -preguntó Busti.

La impunidad

Con el correr de los días, el caso Fernanda pasó a ser un hecho más, una estadística dentro de una larga lista de sucesos nunca esclarecidos en Entre Ríos, donde la batalla la sigue ganando la impunidad.

Poco a poco, el caso Fernanda desapareció por completo de los medios nacionales y fue ocupando menos espacio en los diarios locales. Ese olvido también se observó en cada una de las marchas recordatorias, donde la indiferencia le fue ganando al dolor.

En San Benito, que ya no es la de antes, siguen esperando a Fernanda.

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