Cuando no somos escuchados y ni tampoco les importa

Por Roberto Trevesse (*)

El periodismo es siempre político, pero no debe ser partidario. Si por tu opinión te cuestionan, estamos hablando de fascismo y de la violación del derecho de expresarse. La libertad de prensa tiene que respetarse a rajatabla, porque es la piedra angular del sistema democrático republicano.

En la Revista X-Más nº 59 de febrero-marzo 2021, titulamos nuestra columna preguntándole “Señor presidente ¿qué le pasa?” para luego expresar en los primeros párrafos que “Todo lo que ocurre hace tiempo –lamentablemente- es escandaloso en la Argentina. Vivimos en un contexto de caída libre de credibilidad en quienes ocupan los resortes del poder. El Barómetro de la Opinión Pública Argentina (BOPA) que desarrolla Poliarquía para conocer el estado general del humor social registra 3,6 puntos, cayendo 2,3% en el último mes. Se trata del valor más bajo alcanzado por su gestión constitucional. Su imagen en todas las encuestas se cae a pedazos por sus declaraciones ambivalentes; dice, se desdice, está caminando por un sendero demasiado resbaladizo. En su discurso inaugural sostuvo que venía para hacer prenda de paz de todos los argentinos, para terminar con la grieta. Bueno, nada de eso hizo hasta hoy”.

También señalé que “Comprendo que afrontar una Pandemia era inimaginable en la Argentina y en el Mundo, pero le tocó y tomó con su equipo de “científicos” decisiones equivocadas. Además, lo grave es que todo el tiempo especuló políticamente” y terminó perjudicando a gran parte de los argentinos.

Además, le recordamos que “la memoria es un fenómeno humano que está abierto a la manipulación por parte de políticos, militares y líderes religiosos, entre otros, que intentan torcer la memoria para servir a sus intereses”.

¿Qué significa? Que “Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas”. (George Orwell 1903-1950).

Lo cierto es que la Argentina ha ingresado en un círculo vicioso que no hace más que agravarse ante la forma en que el Gobierno solo hace populismo cuando dice que intenta revertir la creciente pobreza…promueve una ley para aumentar los impuestos a las grandes empresas y patrimonios. Y lo usa como argumento para incrementar los planes sociales, condenando a la pobreza eterna a cientos de miles de argentinos. Inexplicable, doloroso y con el agravante que Usted y su gente se creen seres superiores.

La sucesión de reacciones presidenciales de ese tipo genera a esta altura un par de interpretaciones contrapuestas. La primera indica que Usted no evaluaría el impacto de su palabra y de cada gesto, que ya no son la de un político en el llano, desprovisto de responsabilidades o sin capacidad de daño, sino la de jefe del Estado. La segunda dice que, al revés, es consciente de ese peso. Y lo utiliza. Suele hablar en primera persona cuando enumera lo que a su juicio son logros del Gobierno. Una concepción de poder, más allá del sentido propagandístico.

La defensa presidencial de la profesora fanatizada fue más que sorpresiva. Se trató de un episodio grave en sí mismo y por lo que revela como práctica de imposición de una línea ideológica en el aula, desde el lugar de “autoridad” que ocupa el docente.

Lo cierto es que el hecho se descubrió gracias a la inteligencia de los chicos que la grabaron, pero de diversas maneras –quizás con un tono de vos más suave- se viene dando no solo en escuelas primarias o secundarias, sino también en facultades, en las cuales predomina la ideología cristinista que no es igual al kirchnerismo. Por algo son el núcleo duro del frente gobernante.

El futuro de nuestro país ha sido abandonado a su suerte, inmersos en un gran circulo empobrecido, deteriorado y de decidía, con el agravante repetido de ser furiosos adictos a su relato.

Los grados de irresponsabilidad política que tenemos en la Argentina son de tal magnitud que no se pueden medir con precisión.

Antes que periodista, soy un ciudadano defensor convencido de nuestras libertades, de nuestros derechos y obligaciones, de la paz social, de la superación del ser humano como tal, de los valores esenciales de la persona, quien debería centrarse en la ética, la moral, la política, la economía y lo social, cualidades que tendríamos que poseer cada uno de nosotros, en lugar de que nos dicten que tenemos que hacer o no, o qué es lo correcto y qué no lo es.

Por eso y mucho más, me preocupan las casi permanentes protestas en las calles, en los centros neurálgicos del país, con obligado cortes del tránsito incluido, que de seguir así se pueden transformar en lamentables estallidos sociales que ya hemos vivido, pero que no tenemos que permitir.

También el gobierno nacional advierte con preocupación que la tranquilidad social en las calles no está asegurada y se preanuncia alguna escalada, que excede la característica tensión de las temporadas electorales.

Hay que manifestarlo, aunque nos duela. Ya viene pasando de una u otra manera en varios países de la actual coyuntura política latinoamericana: En mayor medida en Nicaragua y Venezuela; también Guatemala y El Salvador; complicados Perú, Colombia, Bolivia y Chile. Problemas serios en Brasil.

Estuve leyendo un extenso trabajo que explica que pueden darse tres escenarios posibles:

 El primero es el de fragmentación política, donde el descontento popular con las elites se expresa en las calles y electoralmente no encuentra un punto focal.

El segundo es la continuidad de la polarización. En estos casos, los sistemas políticos ya sufrieron una crisis de representación de los partidos tradicionales en respuesta a las reformas de mercado de los años 90.

El tercero es de liderazgos reestructuradores del sistema político que refleja también un descontento ciudadano con los partidos políticos tradicionales.

No quiero olvidarme de nuestra Vicepresidenta, quien ha “contagiado” a varios funcionarios, sobre todo al presidente, de un peligroso trastorno de personalidad, el cual los hace exagerar y manipular a personas y situaciones en pos de sus objetivos. Muestra el presidente un carácter débil e indeciso, que se torna agresivo y a veces grosero cuando siente que no puede controlar a la opinión pública. El creerse superior y reflejarlo en sus discursos con actitud irritante, es muy preocupante a nivel interno, pero también a nivel internacional.

Un Presidente no es nuestro padre, ni nuestro custodio. Es alguien que conduce nuestro país con proyectos y realizaciones para todos los argentinos. Por supuesto que dentro de un orden de prioridades básicas para los argentinos. De ocuparse de generar trabajo, la mejor educación, de que aquellos que no tienen vivienda, puedan alquilar pagando un precio justo y los propietarios cobrar una cifra razonable. Por lo tanto, debe derogar la ley de alquileres que no les permite alquilar a la gente que trabaja.

También recorra las calles sin discursos de ocasión, escuche al pueblo y solo haga preguntas, en lugar de promesas incumplidas. Basta de verso, el cuerpo social vive con tristeza, decepcionado y enojado. La clase media, soporta años de generación de pobreza, pérdida de puestos de trabajo y de poder adquisitivo.

Encima por COVID, los argentinos ya tenemos más de 112.000 muertos; tuvimos que soportar vacunatorios y cuarentena VIP incluidos, sin olvidarnos de las fiestas en Olivos.

 Duele decirlo, gane quien gane estas elecciones de medio término, hoy no tenemos un rumbo definido, por lo tanto, vamos a la deriva.

Por ejemplo, los indicadores económicos son el elemento que desvela al oficialismo. Es prioritario para el gobierno, poner en un segundo plano los datos de la inflación indómita, que ya casi todos los economistas prevén que a fin de año será casi un 80% más alta que el 29% estimado en el presupuesto. O sea que estaríamos a fines de diciembre, entre un 50 y 55% anual de inflación. No hay bolsillo ni tesoro, ni banco central que aguante.  En realidad, somos incorregibles.

Las consignas son patéticas y la polarización se observa a simple vista. Por lo tanto, crece el temor a una menor asistencia a las PASO y una incertidumbre por el voto joven. Todos pronostican una baja de votantes y eso preocupa de diferente modo a oficialismo y oposición.

Los menesterosos, los desposeídos, los sin techo, los que perdieron su trabajo, los que son laburantes ocasionales, ni siquiera los planeros, están en condiciones de analizar a quien votar y por qué. Mucho menos estudiar, por ejemplo, que si Alberto Fernández se endeuda más rápido que Mauricio Macri; que si es mentira que Cristina Kirchner desendeudó al país; que si la deuda no es para financiar la fuga; y que si la deuda de hoy es el déficit de ayer. Estos temas son para debatir por lo que queda de la clase media, los profesionales, el mercado, las Pymes, los economistas, etcétera.

Cristina Fernández tiene un voto cautivo propio como líder indiscutible de un sector de los argentinos que podría llegar a un 30% y que le serán leales siempre, pesa más su amor o pasión por ella que la razón. Por eso, es factible que sufra una derrota de medio término.

José Ingenieros (1877-1925) en su famoso libro de lectura obligatoria “El Hombre Mediocre” que fue publicado por primera vez en 1913, es decir hace 108 años, tiene un fragmento que nos pinta la realidad de nuestro presente. Cuesta creerlo, pero es así:

“Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre si, desconoce la autocrítica, está condenado a permanecer en su módico refugio. El mediocre rechaza el diálogo, no se atreve a confrontar con el que piensa distinto. Es fundamentalmente inseguro y busca excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro. Carece de coraje para expresar o debatir públicamente sus ideas, propósitos y proyectos. Se comunica mediante el monologo y el aplauso.  Esta actitud lo encierra en la convicción de que él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad. Los que piensan y actúan así integran una comunidad enferma y más grave aún, la dirigen, o pretenden hacerlo. El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos, viejísimo problema que siempre desnaturaliza a la Justicia. No soporta las formas, las confunde con formalidades, por lo cual desconoce la cortesía, que es una forma de respeto por los demás. Se siente libre de culpa y serena su conciencia si disposiciones legales lo liberan de las sanciones por las faltas que cometió. La impunidad lo tranquiliza. Siempre hay mediocres, son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia”. Cuando se reemplaza lo cualitativo por lo conveniente, el rebelde es igual al lacayo, porque los valores se acomodan a las circunstancias. Hay más presencias personales que proyectos. La declinación de la “educación” y su confusión con “enseñanza” permiten una sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos ignorantes y rapaces”.

Notable descripción visionaria de nuestros días que deja perplejo al más mentado. Por ello termino aquí mi nota, haciendo mía una frase del poeta Víctor Hugo (1802-1885) cuando dijo que “entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa”.

(*) Publicado en la revista bimestral X-MÁS N° 62

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