Por Julio Federik
La integridad se mide en la trayectoria. Es algo que se ve, como en las barrancas altas del río, en los distintos sedimentos que va dejando el tiempo. En la vida pasa lo mismo. Luis María Serroels fue dejando en cada tramo de su vida una capa de integridad en la estatura de su personalidad. Y no le toco una vida sencilla, especialmente en la década de los 70 cuando dejó la Subsecretaría de Prensa del Gobierno Constitucional y sintió en carne propia y también cercana la persecución.
Luchó por la recuperación de la Democracia y no lo engatusaron los que pretendían otra cosa. Su espiritualidad le dió una mirada abarcadora y claramente humanista. Su piano lo sabía colocar en los altos estadios de la concentración estética y su auténtico sentimiento popular no lo detuvo en las delicias de lo clásico. Disfrutaba de la Poesía. La épica de Saraví en Lanza de Tacuara o la Vincha Mugrienta que alguna vez repetimos juntos y la límpida sonoridad de Juan Manuel Alfaro, ese otro gran poeta nuestro, que fue su cuñado.
Fue un periodista que se jugaba en cada firma. Esto lo diferenciaba, en tanto la trayectoria exige una relación de coherencia con los dichos de todos los años anteriores y él la cumplía cuidadosamente.
Nuestra ciudad no tiene solo monumentos de bronce o paisajes que la identifican. Tiene gente que la marca. La trayectoria de una conducta íntegra en los andariveles difíciles de la sociedad, como la de los periodIstas que dignifican su profesión, debe ser reconocida para que podamos entender por qué es que valen los que valen y por qué será que los recordaremos.