
El Congreso repite lo peor de su historia.
(De ANÁLISIS)
Escenario dantesco. Instituciones que se caen a pedazos por la impericia y falta de ética de alguno de sus integrantes, allanan el camino a los que -pese al daño social que genera- quieren destruir al Estado. No alcanza el esfuerzo de honrosas excepciones que batallan, sin suerte, para detener el declive del parlamento nacional, un espacio en el que, paradójicamente, impactan los silencios. Los representantes del pueblo (categoría en crisis) no logran conectar con una ciudadanía agotada en el intento de sobrevivir.
Obscenidades
En el Congreso, durante la pandemia, hubo pornografía. Una tecla rebelde no respondió y la cámara siguió encendida. Zoom escandaloso: un representante del pueblo mostraba hasta donde llegaba su respeto hacia el Cuerpo del que era parte. Mientras se debatía, su concentración estaba lejos del tema en cuestión.
Pobre Congreso. Otra vez uno de sus circunstanciales integrantes haciendo un profano aporte para socavar los cimientos de uno de los poderes del Estado. Desprestigio autogenerado. No se trató de una conspiración, con integrantes de ese nivel, ni falta hace.
El Congreso, entre otras funciones, debe controlar. Si lo hace bien impide abusos, genera equilibrios y aporta al fortalecimiento del sistema democrático. Para ejercer su rol en plenitud debe ser creíble. Contar con el respaldo ciudadano le permitiría poner límites a medidas administrativas o financieras que pueden llegar a ser perjudiciales para las mayorías.
Pero no lo tiene. Es que el respeto no se compra, hay que ganarlo.
Que los propios integrantes de un cuerpo legislativo queden inmersos en un escándalo, no es novedad. Patetismo repetitivo. Mala costumbre nacional. Episodios lastimosos que suman indiferencia ciudadana hacia los espacios legislativos se repiten una y otra vez a lo largo de la historia.
Pero como en notas anteriores señalamos la necesidad de no perder el asombro ante algunos sucesos. Insistimos. No se puede naturalizar lo anómalo, porque entonces se terminaría imponiendo la brutalidad sobre el contrato social.
El asco se tiene que hacer presente cuando se admite, sin reparo alguno, que para conseguir que un Senador de la Nación Argentina, representante de alguna provincia, vote en tal o cual sentido, se producen intercambios que poco tienen que ver con el sentido del proyecto en tensión.
Exceso de transparencia, acto fallido. Desparpajo o impunidad. Desprecio y egoísmo. Soberbia o lascivia.
En todo eso y mucho más, caben a las expresiones de Oscar Zago, diputado nacional de la Libertad Avanza (LLA) que reconoció la triquiñuela: la Senadora de Neuquén, Lucila Crexell apoyó el proyecto de ley de Bases porque la van a nombrar como representante del país en un organismo de la UNESCO, que tiene sede en París.
Es decir que no hace falta desplegar profundas ideas, contundentes argumentos, razones filosóficas o técnicas. Recordar situaciones históricas de algún rincón del mundo donde el desarrollo llegó para quedarse, o sostener que la obsolescencia de algunas ideas merece la aparición de otras nuevas. No. No y No. Párvulo y poco artero el que no entiende.
Nada de eso que, además de tedioso, complicado y sin resultado seguro, sería lo usual en un cuerpo deliberativo logró la voluntad y apoyo de Crexell. Es más simple. Por un voto, se ofrece un cargo. Si es en el exterior mucho mejor. Listo.
Para el libertario defensor del mecanismo no hay corrupción, “es parte de acuerdos y consensos” y deslizó que si bien en su provincia la habían elegido como representante en la Cámara Alta de la Nación, ella hace tiempo lo venía buscando, al cargo en París.
Para echar un poco más de luz, Zago recorrió a su listado de recuerdos y comentó que el diputado del PRO, Fernando Iglesias, no fue comprado por los libertarios para ser presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores. “Son consensos, no son dádivas”, enfatizó. En su andar Zago pone en crisis algunos conceptos, si no son dádivas, se le parecen demasiado.
Aunque siga pasando, no está bueno
Y nadie se pone colorado. Muchos estudiosos vienen advirtiendo el peligro de naturalizar algunas situaciones, de no darles importancia, recordando una advertencia de la historia: no se puede banalizar el mal. No se puede naturalizar la conducta anómala. Pero sin embargo sucede una y otra vez.
Somos partícipes por acción u omisión, por voluntad o distracción, de un experimento social. Aprovechando que la ciudadanía ocupa su tiempo buscando sobrevivir, avanza el experimento social al que estamos siendo sometidos.
Todo esto no es casualidad. La rapidez de los acontecimientos no permite demasiadas reflexiones, pero nos encontramos frente a una encrucijada. No deberíamos ceder en el intento de entender por qué pasa todo esto.
La multiplicidad de causas tiene raíz en la historia. Nos topamos con un artículo que publicó el historiador y divulgador Félix Luna en el diario La Nación, en algún momento del año 1990. Expresaba su preocupación por la cerrada crítica hacia el desempeño del Estado.
Sostenía que el fundamento último de toda Nación consiste en una interrelación de confianza entre el Estado y la sociedad, añadiendo que si no hubiera un mínimo de esa confianza “ya no hay país”. Hábil uso para llamar la atención de los lectores y un buen pie para agregar que todo se convertiría “en un sálvese quien pueda brutal y egoísta, disgregador”. Luna, en los noventa, escribía esto porque notaba una crisis de confianza en el Estado.
Un poco más allá, en la desordenada biblioteca que nos brinda inestimable ayuda, vemos un ejemplar de “El Congreso en la trampa”. Mediados de los noventa y el periodista Armando Vidal comparte los que considera entretelones y escándalos de la vida parlamentaria. Conclusión: esto que sucede por estos días, viene sucediendo. Pero no dejemos de asombrarnos para que no sea peor.
Vidal se sumerge en mares tormentosos en los que protagonistas como Zago y Crexell son menos que una gota a punto de evaporarse. Él, en ese libro de amarillentas hojas, se ocupa del diputrucho, desgrana aspectos de negociaciones para ampliar la Corte Suprema y hacerla a medida del poder de turno. Habla de reformas previsionales que empobrecieron generaciones de jubilados, de ñoquis. ¿No suena tan lejano? Continuidades, usando un término de Félix Luna.
Con rigor el periodista parlamentario explica que hay una práctica cotidiana en el Congreso, “la negociación es su esencia y también su sino”. “Bajo su cúpula, todo se negocia: las leyes, los dictámenes de la comisión, los debates y, además, otros temas relacionados con la distribución del poder dentro de esa enorme embajada de los partidos políticos: nombramientos, pensiones, fondos reservados y hasta ñoquis. Aquello que no se negocia forma parte de la negociación para que la pelea tenga sus reglas. Ello se evidenció a la hora del incendio”. Demoledor.
Usa el término incendio para referirse a algunas de las numerosas crisis que golpean (a veces literalmente) al Congreso y con ello al país todo. Nos lleva a pensar que quizá caminamos (institucionalmente) sobre brasas que nunca se apagan y ante el mínimo ingreso de aire, se vuelven a encender.
Pero no hay que naturalizar. No hay que dejarla pasar. Porque las consecuencias de esas distracciones pueden ser aniquiladoras.
Sin duda que el proceso de construcción y sostenimiento de poder que despliegan los libertarios es exitoso. Su principal exponente suma millas para competirle al Papa Francisco por el sitial de ser el argentino más importante.
Puro populismo
Dime de qué presumes y te diré de qué careces. La Libertad Avanza (LLA) es populismo de acción retardada. Terminará siendo todo aquello que repudia, y lo que es peor, decantará en acciones propias del autoritarismo.
Esto es posible porque quienes deben enfrentarlos no quieren, no saben, no pueden. No es sano para el sistema democrático que la oposición no sea capaz de sostener los que, hasta hace no tanto, eran sus ideas. El miedo extremo que algunos dirigentes tienen de convertirse en meme les hizo olvidar que tienen representaciones, obligaciones derivadas de ello y en algunos casos hasta son dirigentes con responsabilidad.
Nos topamos con recortes de un reportaje que hicieron al intelectual francés Pierre Rosanvallon, historiador de la democracia. Explica que el populismo “es una patología de la democracia, no en el sentido de la enfermedad, sino como su simplificación. La democracia tiene como objetivo un gobierno representativo. El populismo parte de la base de que esta agenda no se cumple y busca simplificarla. Su método es buscar una persona que sea la encarnación de la sociedad. Es el líder como pueblo, al que se llega a través de algo así como un referéndum.”
Interesante para proponer una mirada sobre el fenómeno del que somos parte insustituible.
Agrega después, refiriéndose al fenómeno, que el populismo sospecha de toda representación intermedia y desprecia los tribunales constitucionales. De ahí la peligrosa deriva que se puede dar hacia el autoritarismo.
El Congreso, que debería acercar propuestas, encontrar salidas, se rindió. Solo repite lo peor de su historia pese al esfuerzo de algunos de sus integrantes. La destrucción del Estado puede llevar a un sálvese quien pueda brutal y egoísta, disgregador.
Que los responsables reaccionen es urgente. Norma Morandini, después de su interregno parlamentario, retomando su camino de escritora y refiriéndose a la institución escribió, como una definición, que el Congreso es el corazón de la democracia. Y después de Favaloro sabemos muy bien en este país que pasa cuando el corazón tiene problemas.